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José García Domínguez

¿Es Colau separatista?

Su clientela procede de una tradición política catalana que bebe de una doble matriz comunista y anarquista y nunca tuvo relación con el separatismo.

Su clientela procede de una tradición política catalana que bebe de una doble matriz comunista y anarquista y nunca tuvo relación con el separatismo.
EFE

Si Ada Colau está dispuesta a actuar con racionalidad, y no hay ninguna razón para suponer que vaya a proceder de otro modo, se aliará con los constitucionalistas en Barcelona para hurtar la alcaldía a los golpistas de Esquerra Republicana. Y en las otras tres capitales de provincia de la demarcación, Lérida, Gerona y Tarragona, obrará de modo inverso, esto es, se unirá a los golpistas de Esquerra Republicana para tratar de impedir el acceso al poder de los constitucionalistas. Yo daría por sentado a estas horas que justo eso es lo que ya tienen decidido los comunes. Es lo más racional que pueden hacer. Y en política, conviene no olvidarlo nunca, la coherencia y la lógica son principios que con demasiada frecuencia no suelen viajar en el mismo barco. Porque ese enésimo alarde de esquizofrenia identitaria no lo emprenderán por gusto, sino por necesidad. Por muy estricta e ineludible necesidad de supervivencia política. Y es que no se puede entender a los comunes, espacio político tan genuinamente catalán que en Madrid confunden por simple pereza con Podemos, sin a su vez comprender los sofisticados cambios de pareja de sus apoyos electorales en función del tipo de comicio que se trate.

Una tendencia general, la de la creciente infidelidad de los electores a su partido de referencia cuando el cálculo estratégico les impulsa a apoyar a otras siglas, que resulta especialmente intensa en el caso de los comunes. Ocurre, ya se ha dicho, con todos. Pero su caso particular resulta paradigmático al respecto. Por ejemplo, Ciudadanos fracasó en Barcelona frente a su propio candidato, Manuel Valls, quien obtuvo 30.000 votos más en la ciudad que la lista europea encabezada por Luis Garicano. Es evidente que muchos electores barceloneses procedentes del PSC estaban dispuestos a apoyar al socialdemócrata Valls, pero no así al liberal Garicano. Carles Castro, que es uno de esos profesionales de la prensa que todavía no confunde el buen periodismo con la mala literatura, acaba de publicar en La Vanguardia un análisis cuantitativo revelador acerca de esa infidelidad estructural que retrata al electorado de los comunes. Según sus cifras, uno de cada tres sufragios obtenidos por la lista de Colau en Barcelona procedía de votantes que apoyaron a algún partido independentista en las europeas. Uno de cada tres. En números redondos, algo más de 50.000 papeletas.

Todas las ambigüedades de Colau, todas sus tribulaciones, todos sus cantinflismos retóricos, todos sus malabarismos programáticos, todos sus viajes de ida y vuelta y todo su cinismo oportunista se explican por ese tercio de su zurrón electoral. El grueso de la clientela política de los comunes procede de una vieja tradición política catalana, la que bebe de una doble matriz comunista y anarquista, que nunca tuvo relación con el separatismo. En el seno del comunismo autóctono hubo acaso catalanistas, pero no separatistas. Y, huelga decirlo, tampoco entre los libertarios. Unos orígenes que se reflejan en el escaso atractivo que ha tenido el procés entre su gente. Así, todas las catas demoscópicas coinciden en que el electorado más fiel de los comunes, aquellos que los apoyan siempre, es contrario a la independencia de Cataluña en más de un 80%. Pero esos son solo los fijos, unos 100.000 en la ciudad de Barcelona. Después están los otros, los votantes-golondrina que van o vienen según se tercie. Y con esos bueyes erráticos tienen que arar los comunes si quieren conservar un lugar al Sol en el endiablado tablero catalán. Colau, que ya ha pactado con Iceta y Valls su investidura, no tendrá más remedio que seguir jugando a la puta y a la Ramoneta durante cuatro años más. En puridad, no puede hacer otra cosa. Es el precio que habrá que pagar para impedir que los golpistas controlen Barcelona. También Barcelona. Y, si bien se mira, no es tan caro.

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