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José García Domínguez

Tristes presagios de lo que ha de acontecer

Persistamos en la ficción de que, en el fondo, los micronacionalistas de traje y corbata son unos chicos muy formales que no aspiran a romper la baraja. Fantaseemos con que podremos seguir llegando a chalaneos coyunturales con ellos

Hace ya muchos años que rompí –para siempre– con la utopía. Entenderá, pues, el lector que no piense dedicar ni una línea de la columna de hoy a elogiar la muy vibrante intervención de don Mariano Rajoy ante la Conferencia del Partido Popular. Ocurre, simplemente, que si el señor Rajoy llega a ser presidente del Gobierno, no podrá cumplir ninguna de las grandes promesas con las que se comprometió ayer. Y si, no obstante, se empeñase en tratar de cumplirlas, nunca llegará a ser presidente del Gobierno. Porque ni las Cortes van a rescatar competencia alguna con tal de fijar –de verdad– la política educativa, ni les cabrá garantizar por ley –¿ordinaria?– el derecho a usar el castellano en todos los niveles del sistema educativo, ni se abrirá el melón constitucional, ni la Ley Electoral dejará de ser la trampa para elefantes que ha sido siempre. Así de simple. Y es que, como advirtió el clásico en su día, "lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible".

Nada de eso sucederá, entre otras poderosas razones, porque el candidato, en lo que quizá fuera un desliz fatal del inconsciente, repudió de forma expresa la única fórmula que posibilitaría convertir el ramillete de buenas intenciones jacobinas de su discurso en algo más que simple retórica mitinera de fin de semana. "Lo primero que haré, si gano las elecciones, será llamar al principal partido de la oposición y tratar de...". ¿De qué, don Mariano? ¿De explicarle al sustituto de Zapatero que ha llegado usted a un acuerdo de legislatura con Artur Mas, el padre putativo del Estatut?

En fin, hay una expresión catalana, fer volar coloms, que sintetiza con precisión de laboratorio lo acordado en el cónclave popular. Mas no nos inquietemos, que no pasará nada. Pues nada nos impedirá continuar engañándonos como hasta ahora. Persistamos en la ficción de que, en el fondo, los micronacionalistas de traje y corbata son unos chicos muy formales que no aspiran a romper la baraja. Fantaseemos con que podremos seguir llegando a chalaneos coyunturales con ellos, impunemente, igualito que durante el último cuarto de siglo. Abandonémonos de nuevo al noble deporte de soñar despiertos, que, además, sale gratis. Sigamos así hasta que alguien se atreva a aterrizar de una puñetera vez en la realidad y diga: "Lo primero que haré, si gano las elecciones, será llamar al principal partido de la oposición... y proponerle un gobierno de coalición para que de la única forma posible, es decir juntos, intentemos evitar el desastre cierto al que nos abocó la ceguera suicida de los insensatos que redactaron el título octavo de la Constitución".

Pero, mientras tanto, festejemos con cava lo del cambio climático que ha conseguido colar Juan Costa. Eso sí que va a ser un puntazo tremendo en todas las encuestas. Uf, a estas horas Pepiño debe estar temblando.

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