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José María Marco

De una mafia a otra

La nueva posición socialista se explica, como siempre, por cálculo electoral. Antes eran rentables los emigrantes. Ahora lo serán más los españoles que tendrán que competir por un trabajo o por los "derechos" sociales con ellos.

En cuestión de meses, hemos pasado del famoso papeles para todos al cierre de las fronteras, la prohibición de los contratos de emigrantes en origen y, en la medida de lo posible, la expulsión de quienes habían venido a trabajar y a vivir en España. Rubalcaba, con ese untuoso tono clerical que a algunos les hace gracia, ha intentado suavizar el cambio de posición, pero su colega Corbacho, el ministro de Trabajo (es un decir, claro, y además, ¿para qué sirve un ministro de trabajo?), lo ha dejado bien claro.

Cuando el dinero estaba barato y los socialistas vivían de las rentas de lo hecho por el Partido Popular en política económica, el Gobierno se ufanaba de la tolerancia, el multiculturalismo, la política de fronteras abiertas. No se sabrá nunca cuántos miles de personas habrán muerto en el mar intentando llegar al paraíso, pero eso es lo de menos. Lo de más era el socialismo con rostro de Alianza de Civilizaciones. Además, la perspectiva electoral era favorable. A los emigrantes se les había prometido el voto, signo seguro de que ya se les daba por comprados. Los socialistas se las prometían muy felices con su nuevo electorado cautivo.

De pronto, las cosas han cambiado. El paro va a llegar otra vez al 15 o al 16 por ciento, si no más, y los generosos servicios sociales españoles se van a ver sobrecargados por personas que se quedan sin trabajo. Los comedores de caridad ya lo están, de hecho, como quienes conocen bien estas instituciones no recuerdan de hace mucho tiempo.

La nueva posición socialista se explica, como siempre, por cálculo electoral. Antes eran rentables los emigrantes. Ahora lo serán más los españoles que tendrán que competir por un trabajo o por los "derechos" sociales con un emigrante cuyo derecho a votar, en cualquier caso, se puede aplazar sin plazo fijo. De la apoteosis de los flujos laborales sin fronteras, los socialistas habrán pasado a intentar aprovechar, cuando no atizar, el miedo, el resentimiento y en el fondo el racismo.

No deja de sorprender el papel de los sindicatos en esta sórdida historia, auténtica demostración del significado del socialismo. No sólo no han tenido nada que decir ante la crisis económica. Tampoco habrán movido un dedo para intentar ayudar a los más indefensos. ¡A casa!, parece ser la consigna con los inmigrantes. Ahora se entiende, claro, para qué sirven Corbacho y el Ministerio de Trabajo. ¿Cuánto nos acabará costando este silencio? Y había quien hablaba de las mafias de transporte de emigrantes...

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