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Juan Antonio Cabrera Montero

'Lo zio Giulio'

Con Andreotti se cierra una época. Los nuevos dirigentes han heredado todos los defectos y ninguna de las virtudes de sus predecesores.

Con Andreotti se cierra una época. Los nuevos dirigentes han heredado todos los defectos y ninguna de las virtudes de sus predecesores.

Ni el divo que algunos imaginan ni el jorobado con caja negra en su interior que algunos critican. Andreotti fue lo zio Giulio, el tío Julio, uno más de casa, eternamente presente desde la fundación de la República Italiana.

Poco después de la elección del cardenal Ratzinger como obispo de Roma, Giulio Andreotti afirmó que había nacido bajo el reinado de un Benedicto –el número XV de la serie, Giacomo Della Chiesa– y que moriría durante el pontificado de otro. Falló por bien poco y debido a un acontecimiento extraordinario, la renuncia al pontificado, y no la muerte, de Benedicto XVI.

Parlamentario desde 1946, siete veces primer ministro –bien es cierto que de Gobiernos a la italiana, es decir, breves y débiles–, ministro de todo lo que uno pueda imaginar –de Interior a Exteriores–, senador vitalicio... la suya fue una vida política tan larga como polémica. Sus detractores no olvidarán nunca sus más que probables lazos con el crimen organizado, principalmente con la Cosa Nostra. Sus admiradores afirmarán que fue uno de los constructores de la República.

Sea como fuere, en Italia será recordado como un icono político, siempre en el centro de la atención pública por acción o por omisión. El representante por antonomasia de Italia en el exterior –muy por encima de Berlinguer, Togliatti o cualquier otra vaca sagrada transalpina– hasta que llegó la antipolítica berlusconiana. Máximo exponente de la vieja guardia, esa casta acusada justamente de ser corrupta hasta los tuétanos pero que supo estructurar un país abocado a un grave conflicto civil tras una terrible guerra y una detestable dictadura. La generación de Andreotti supo erigir una Italia republicana, bipartisana –quizás en exceso– y orgullosa de sí misma, su mejor baza. Un proyecto que superó graves crisis pero que condenó al caos a un pueblo que sólo se siente nación cuando juega la azzurra o defiende su gastronomía. La Italia de Andreotti fue también, sí, la de los pactos políticos antinatura, el encubrimiento de las miserias de uno y otro y la inestabilidad institucional permanente.

Andreotti se movió con gran facilidad en ese ambiente. No se cansó de estar en primera línea. El poder, afirmaba, desgasta a quien no lo tiene. Contribuyó a consolidar ese modo de entender la política del que usó y abusó la Democrazia Cristiana, que pactaba con todos con el fin de no perder jamás poder ni influencia. La DC fue un partido-sistema que acabó con las ideologías porque intentó asumirlas todas y que provocó el caos total tras su escandalosa desaparición, a principios de los años noventa. Ese partido referencial dio origen a los actuales polos políticos italianos y en su caída arrastró a su eterno enemigo, el mítico Partido Comunista Italiano.

Con Andreotti se cierra, para bien o para mal, una época. Los nuevos dirigentes carecen de la formación intelectual y política de sus predecesores. Han heredado todos sus defectos y ninguna de sus virtudes. Lo zio Giulio pasará a formar parte del Olimpo italiano, se magnificarán sus logros, se perdonarán sus defectos, se mitificará su figura y la vida en seguirá como siempre, reinventándose cotidianamente, a la espera del caudillo de turno que se haga cargo del caos genético italiano para que todo siga igual.

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