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EL BANQUERO DE LOS POBRES

Acabar con la pobreza a golpes de 25 dólares

Durante décadas se ha creído que el problema de la pobreza era el resultado del expolio sufrido por los países en vías de desarrollo a manos de los colonialistas. Esta idea es uno de los mitos que jalonan el pensamiento occidental, y una buena prueba de que nuestra autocrítica va demasiado lejos; porque ¿cómo es posible que, después de tanto tiempo, muchas ex colonias sigan mostrándose incompetentes para gestionar sus asuntos y progresar como naciones libres?

Durante décadas se ha creído que el problema de la pobreza era el resultado del expolio sufrido por los países en vías de desarrollo a manos de los colonialistas. Esta idea es uno de los mitos que jalonan el pensamiento occidental, y una buena prueba de que nuestra autocrítica va demasiado lejos; porque ¿cómo es posible que, después de tanto tiempo, muchas ex colonias sigan mostrándose incompetentes para gestionar sus asuntos y progresar como naciones libres?
Con este complejo de culpa a cuestas hemos asistido impávidos a la lucha contra la pobreza, dejando a los Estados que actúen como sólo saben hacer los políticos: destinando recursos de los contribuyentes a faraónicos proyectos de integración de los desamparados. Los resultados nunca han sido efectivos, pero pocos han puesto en tela de juicio tal forma de proceder.
 
Muhammad Yunus, un profesor de Bangladesh, sí lo hizo; aunque él no vivía en Occidente sino en un país tercermundista. En la década de los 80, preocupado por el hambre de su pueblo, decidió que la mejor forma de ayudar a los pobres no era buscar una ONG en el Primer Mundo que llegara a su país y brindara formación a espuertas. Tampoco le convencían "los proyectos financiados con ayuda exterior", puesto que –escribe– "generan unas burocracias considerables que pronto se vuelven corruptas e ineficientes e incurren con ello en enormes pérdidas".
 
La solución que propuso Yunus fue revolucionaria porque replanteó el problema desde otra perspectiva. En vez de insistir en la necesidad de enseñar a los pobres cómo deben salir de la miseria, ¿por qué no darles directamente los medios y hacerles responsables de la gestión del dinero? Dicho de otro modo, ¿por qué no acabar de una vez por todas con el paternalismo?
 
Y Yunus encontró una solución factible: los microcréditos. Los microcréditos son una suerte de préstamos de cantidades que nos pueden parecer irrisorias, pero para quienes los reciben son verdaderas fortunas que les pueden permitir rehacer sus vidas.
 
Muhammad Yunus.Cuando el banco –Grameen ("rural")– que fundó para hacer realidad este sueño comenzó a dar créditos, Yunus observó que los prestatarios pagaban sus deudas; "a diferencia de los ricos, los pobres no pueden arriesgarse a un impago, porque ésa es la única oportunidad que tienen".
 
De hecho, las condiciones que se fijan no son precisamente blandas: "Los préstamos duran un año; las cuotas se pagan semanalmente; la tasa de interés es del 20% (…) y la cantidad de préstamo reintegrada semanalmente equivale al 2% del total prestado (…)".
 
Cuando concede 25 dólares de préstamo a una clienta (la mayoría de los usuarios de Grameen son mujeres), ésta siente como si se le abrasaran los dedos, dice Yunus. "Se le saltan las lágrimas. Nunca ha visto tanto dinero junto en su vida. Toda la vida le han dicho que no vale para nada, que no aporta más que miseria a la familia y que no puede permitirse pagar su dote". Alguna incluso "ha tenido que soportar que sus padres" dijeran que "deberían haberla matado al nacer o dejar que se muriera de hambre".
 
Con los microcréditos podrían aspirar a un futuro más digno, en el que serían responsables de sus vidas y se convertirían en empresarias. Los resultados han sido efectivos. Yunus cuenta que, aparte de conseguir sacar de la pobreza a millares de personas, ha logrado que las mujeres puedan salir adelante en países donde carecen de los derechos más fundamentales.
 
De hecho, tanto en Bangladesh como en otros países donde el Islam ha hecho mella –hecho que, desgraciadamente, no critica el autor–, cuando una familia pasa hambre la mujer es quien más padece. En el Sáhara, las mujeres comen los restos que han dejado sus maridos. En el país natal de Yunus son repudiadas por sus esposos y, como sus padres dejan de atenderlas, caen en desgracia. Por eso, el proyecto Grameen es una de las mejores ideas que se han llevado a cabo para atajar la miseria.

La experiencia de los más de 1,5 millones de dólares repartidos –no sólo en Bangladesh, también en Malasia, Filipinas, Vietnam, Bolivia, incluso en Estados Unidos– prueba que ciertos refranes, como el que dice que es preferible enseñar a alguien a pescar en vez de darle peces, son tan fútiles como tratar de derribar un edificio soplando.
 
Este es un libro que abre los ojos, no una película; pero sus relatos conmueven como pocos guiones. Entre las fotos que incluye, la de una pobre mujer sexagenaria sonriendo complacida con un móvil que le ha facilitado el banco de Yunus no puede sino arrancarnos una lágrima…y un aplauso por la labor hercúlea. La lucha contra la pobreza tiene un nombre: Grameen. No lo olviden.
 
 
Muhammad Yunus: El banquero de los pobres. Los microcréditos y la batalla contra la pobreza en el mundo. Paidós, 2005; 277 páginas.
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