
¡Hay, además, tanto que leer! ¡Surgen tantas escritoras interesantes al año, incluso al trimestre! Además, por experiencia más que por principio, desconfío de las europeas no británicas. Lo confieso. Así que, mientras la novelista presuntamente italiana –es de Nueva Jersey– iba conquistando la zona noble de los escaparates, yo seguía brujuleando las novedades de bolsillo en los kioskos o curioseando en las librerías de lance, polvorientas o virtuales, como manda el género.
Para que vean que no exagero en cuanto a la propaganda disuasoria, así presenta Seix Barral su segunda novela, Muerte en un país extraño: "El cadáver de un ciudadano americano aparece en un canal de Venecia. Resistiendo a presiones superiores debidas a razones políticas, Brunetti llega a relacionar esta muerte con una trama controlada por el gobierno italiano, el ejército americano y la mafia". ¿No parece un argumento de Michael Moore? Y atención a Mientras dormían, cuarta de la serie: "El comisario Brunetti investiga las extrañas circunstancias de la muerte de unos ancianos en una residencia geriátrica. Se topará con el poderoso Opus Dei y descubrirá las perversas prácticas que llevan a cabo algunos miembros de la Iglesia Católica". ¿Diríase más cerca de El Código Da Vinci que de la biografía no autorizada de Peces Barba? ¿No, verdad? Pues por eso me mantenía a prudente distancia. Del comisario Brunetti y de su madre literaria.
Sin embargo, como una de las maneras de celebrar a Cervantes es leer cualquier cosa, hasta el papel más arrastrado que pueda encontrarse en la calle, el otro día encontré en un kiosko la edición de bolsillo de Amigos en las altas esferas, cuya recomendación editorial es la siguiente: "Mientras investiga la muerte de un inspector del catastro, Brunetti se ve envuelto en facetas desconocidas de la vida veneciana –drogas, chantaje, corrupción y especulación– que van a demostrarle que en Venecia es indispensable tener amigos en las altas esferas". Total, que, pensando en Berlusconi, la compré. Y apenas unos minutos después, al fondear en la librería para preparar las vacaciones de Semana Santa, volví a tropezarme con la última novela de Leon, Pruebas falsas. Exhibía una de las cubiertas más horrendas que recuerdo, nada parecido a las ediciones de Ediciones B o RBA en tapa dura, que suelen ser buenas o muy buenas y, en algunos casos, de quitarse el cráneo. Lo entendí como un reto, la compré también, las eché en la maleta y, en estos días de penitencia, he leído las dos. Sin arrepentirme, salvo de haber tardado tanto en superar los prejuicios.
Los reproches habituales que dirige Leon a los italianos es que se niegan a colaborar con la justicia y dejan a las víctimas abandonadas, aunque las víctimas sean ellos mismos más tarde o más temprano. De esa abdicación moral no los absuelve ni el comportamiento de la policía, que es tan brutal como ineficiente. De una de sus personajes dice que estuvo casada con un hombre mitad vago, mitad violento y que eso la preparaba para enfrentarse a la policía italiana. A diferencia de Andrea Camilleri, con quien tiene bastantes puntos en común, la "straniera" Donna Leon se mece en las descripciones culinarias pero no se complace en esa glorificación local, entre misógina y nacionalista, que arrincona estratégicamente las referencias a la Mafia y al envilecimiento de la sociedad. Lo que en el comisario Montalbano de Camilleri (no en balde homenaje a Vázquez Montalbán) y también en la obra de Petros Markaris (tres comunistas) es idolatría de los frutos del mar y apología de la cocina popular, se convierte aquí, en casa del comisario Brunetti, en algo más doméstico y menos épico, una suerte de diligencia femenina en alimentar con tino y buen gusto a la familia, empezando por el marido. Machista de fondo, pero más aseado de forma. No obstante, salvo la satisfacción narcisista de presumir de grandes gourmets, no acabo de entender por qué los escritores europeos de novela negra se demoran tanto en la descripción de los platos y en su ditirambo. Ya lo hacía en los cincuenta el Nero Wolfe de Rex Stout, pero sólo como burdo alarde de riqueza y sofisticación, bastante hortera pero más breve.