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LA REVOLUCIÓN CULTURAL CHINA

Consignas, propaganda y control de la información

En La revolución cultural china, los historiadores Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals analizan todos aquellos aspectos –nacionales e internacionales, políticos, económicos, culturales, hasta psicológicos– que conformaron el contexto en que se desarrolló la política china durante el decenio comprendido entre 1966 y 1976.

En La revolución cultural china, los historiadores Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals analizan todos aquellos aspectos –nacionales e internacionales, políticos, económicos, culturales, hasta psicológicos– que conformaron el contexto en que se desarrolló la política china durante el decenio comprendido entre 1966 y 1976.
Mao Zedong.
Iniciada por Mao Zedong, la Revolución Cultural Proletaria convergió en el control de un Partido Comunista que contaba con diecinueve millones de miembros, en el revolucionario sometimiento de una sociedad compuesta entonces por más de setecientos millones de personas y en el encandilamiento de miles de izquierdistas en el mundo entero.

La tesis de los historiadores, el primero de los cuales, en tanto que corresponsal para distintos medios de comunicación anglosajones, empezó a abordar el fenómeno en 1968, es que la Revolución Cultural fue un acontecimiento clave no sólo de la historia de la República Popular China, sino de la historia moderna de China. Sin ella no hubiesen existido las reformas económicas posteriores, una vez muerto Mao –en setiembre de 1976– y ascendido Deng Xiaoping –en 1978– a la cúpula del PCCh y del gobierno. Fue la "desastrosa promulgación" de las "utópicas fantasías" de Mao lo que liberó a Deng Xiaoping de la ortodoxia comunista, afirman, y al país le brindó la posibilidad de renacer tras unas directrices que en diez años habían causado más de tres millones de muertos, a los que habría que sumar los treinta y ocho millones que se cobró la hambruna ocasionada por Gran Salto Adelante, también impulsado por el camarada Mao.

Frente a aproximaciones más subjetivas a la historia del gigante asiático, los autores de La revolución cultural china reclaman objetividad y afirman haber dejado de lado los sentimientos, aunque reconozcan que son sus propias perspectivas y opiniones las que conformaron el punto de partida de la investigación. En aras de esa objetividad, recopilaron documentos de toda índole: fuentes primarias y entrevistas con miembros del círculo íntimo de Mao y otros dirigentes de la Revolución Cultural, documentos oficiales y tabloides que escribían los Guardias Rojos para mantener informados a los jóvenes de las tendencias políticas, en estado de cambio permanente, cronologías de las acontecimientos (dashiji) y hasta una vieja colección de materiales de archivo encontrada en un mercado de segunda mano. Y es precisamente por la profusión de datos que se echa en falta una guía cronológica de acontecimientos que permita a los no especialistas adentrarse en el análisis sin correr el riesgo de perderse en la maraña de fechas y lugares que jalonan el libro.

El inicio de la Revolución Cultural se produce en un contexto con ingredientes internacionales y nacionales. Estaba, por ejemplo, el distanciamiento sino-soviético, por el miedo de Pekín a que las críticas al culto a la personalidad de Stalin resquebrajasen el culto del que era objeto el propio Mao, así como por la limitación de información y tecnología nuclear impuesta por Moscú. En lo nacional, el fracaso del Gran Salto Adelante había otorgado protagonismo a los planificadores económicos (Liu Shaoqi, Deng Xiaoping, Zhou Enlay) y relegado a Mao a un segundo plano en el PCCh. No obstante, el Gran Timonel seguía contando con un inmenso prestigio entre la población y con sólidos contactos en el ejército, entre cuyos miembros, y a instancias del futuro ministro de Defensa, Lin Biao, se distribuía un librito rojo con citas de sus enseñanzas y aforismos; el mismo que enarbolarían millones de jóvenes guardias rojos en las peregrinaciones a la plaza de Tiananmen.

La Revolución Cultural no tuvo que ver con una motivación intelectual, por más que una de sus primeros actos fuese la incitación a la elaboración de un artículo de prensa, supervisado en Shanghai por Jiang Qing, la mujer de Mao, con el objetivo de atacar La destitución de Hai Rui, de Wu Han, historiador y segundo alcalde de Pekín, lo que a su vez sirvió para purgar a Peng Zhen, alcalde y jefe de la sección de cultura del Partido. El objetivo primero y último de aquel alzamiento fue el control del PCCh y el ensalzamiento de Mao Zedong como líder indiscutible e indiscutido. Se comprende entonces que la destitución de Peng Zhen coincidiera con movimientos de tropas de elite en la capital, degradaciones de funcionarios y advertencias precisas al Departamento de Cultura, y con que los jóvenes, primero los universitarios y después hasta los niños de primaria, se manifestasen contra dirigentes y profesores y empezaran a formarse los primeros escuadrones de la Guardia Roja, cuyo único criterio de selección era la adhesión al pensamiento de Mao.

Paso a paso, el lector llega a comprender que uno de los ejes vertebradores de la política maoísta de aquellos años fue el dominio de las artes de la consigna y la propaganda y el control de la información. Según soplaran los vientos, se perseguía a izquierdistas o a derechistas, a nostálgicos del capitalismo, a pro-soviéticos, a revisionistas o a radicales, a extranjerizantes o a amantes de lo viejo. Se manejaban consignas y conceptos ambiguos, para que sólo Mao, apoyado estratégicamente en quienes formaban el Grupo Central para la Revolución Cultural, decidiera quién debía ser perseguido. Ni siquiera importaba que se descubriese que las campañas habían sido inventadas, como ocurrió con la denominada Conspiración del 16 de Mayo, que implicó la investigación de diez millones de contrarrevolucionarias. Prevalecía el culto al líder y la construcción de la Gran Revolución Socialista. Y era preciso controlar y dosificar la información, decidir qué se debía decir, cuándo y cómo, dictar a Xinhua, la agencia de noticias oficial, el contenido de los comunicados. En definitiva, anular las conciencias.

La Revolución Cultural acabó en un gran desastre económico y en un faccionalismo de "máximo nivel" al que sólo puso fin un golpe militar. Después vinieron las explicaciones del Partido, el reconocimiento de errores, pero, sobre todo la justificación de Mao Zedong, "un líder trabajando bajo un malentendido", según la Resolución sobre la historia del partido publicada el 1 de julio de 1981.

Merece la pena internarse en el libro. No sólo para entender qué ocurrió en aquel decenio convulso de la China contemporánea, sino para estar alerta ante tentaciones manipuladoras más cercanas.


RODERICK MACFARQUHAR Y MICHAEL SCHOENHALS: LA REVOLUCIÓN CULTURAL CHINA. Crítica (Barcelona), 2009, 908 páginas. Traducción: Ander Permanyer y David Martínez-Robles.
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