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PERSECUCIÓN RELIGIOSA Y GUERRA CIVIL

Gloria de la Iglesia en España

Más de veinte años estuvo la tesis doctoral del hoy arzobispo emérito de Badajoz, monseñor Antonio Montero, sobre la historia de la persecución religiosa en España entre 1936 y 1939, sin poder reeditarse, después de que se hubieran agotado sus primeras ediciones. Paradójicamente, la editorial responsable era propiedad de la Conferencia Episcopal.

Más de veinte años estuvo la tesis doctoral del hoy arzobispo emérito de Badajoz, monseñor Antonio Montero, sobre la historia de la persecución religiosa en España entre 1936 y 1939, sin poder reeditarse, después de que se hubieran agotado sus primeras ediciones. Paradójicamente, la editorial responsable era propiedad de la Conferencia Episcopal.
Detalle de la portada de PERSECUCIÓN RELIGIOSA Y GUERRA CIVIL.
Corrían tiempos en los que la política vaticana, y no poca de la española, estaba en un tiempo muerto ante los procesos de beatificación iniciados con motivo de una de las mayores persecuciones, documentada y bien documentada, que ha sufrido la Iglesia en la época contemporánea. El autor de estas páginas nos recuerda lo que el cardenal Isidoro Gomá escribió, el 30 de marzo de 1937, al entonces secretario de Estado del Vaticano: "Cuando se tenga una relación completa de lo ocurrido, el mundo quedará atónito".
 
Eran tiempos de transición y de reconciliación, y parecía que mentar el holocausto hispano suponía poner en la mesa los muertos de una de las siempre inevitables partes. Llegó Juan Pablo II y mudaron las tornas. Venía de un país lejano, que sabe de sangre de mártires y que ha experimentado a lo largo de los siglos y de las épocas las más diversas formas de persecución material o intelectual.
 
Ahora, no hace muchos meses, la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española ha aprobado un Plan Pastoral en el que se incluye, como uno de sus objetivos, la celebración de una gran beatificación de los mártires de la Guerra Civil. Hay quien considera que esta celebración debe hacerse en Roma, por el contexto político, social y cultural en que nos encontramos. Lo que no debiéramos olvidar es lo que los obispos españoles escribieron en su instrucción pastoral Constructores de la paz:
 
"No sería bueno que la guerra civil se convirtiera en un asunto del que no se puede hablar con libertad y objetividad. Los españoles necesitamos saber con serenidad lo que verdaderamente ocurrió en aquellos años de amargo recuerdo. Los estudiosos de la historia y de la sociedad tienen que ayudarnos a conocer la verdad entera acerca de los precedentes, las causas, los contenidos y las consecuencias de aquel enfrentamiento. Este conocimiento de la realidad es condición indispensable para que podamos superarla de verdad".
 
El sacerdote José Francisco Guijarro, que durante varios años se ha responsabilizado en la archidiócesis de Madrid de los procesos de beatificación de los mártires de la persecución religiosa en España, ha hecho un magnífico trabajo de síntesis del estado de la cuestión en que se encuentra la historiografía sobre este siempre peliagudo acontecer de nuestra historia contemporánea. Para ser justos, hay que recordar los trabajos que el también sacerdote e historiador Vicente Cárcel Ortí ha venido publicando al respecto, y que han mantenido la mecha encendida de una cuestión que no pocos historiadores quieren pasar de soslayo.
 
Este libro es un antídoto contra el nefando grito que aparece en el libro Víctimas de la guerra civil, coordinado por Santos Juliá: "Ellos se lo buscaron: la ira anticlerical". Escribir sobre la persecución religiosa en España, como lo hace nuestro autor y de la forma en que lo hace, es reconocer en primer lugar, y con palabras de Claudio Sánchez Albornoz, que "prevaleció una vez más el sañudo anticlericalismo de los inexpertos republicanos, cuando la República tenía mil problemas mucho más graves y mucho más urgentes".
 
De las primeras manifestaciones violentas del anticlericalismo más agresivo, en los días 11, 12 y 13 de mayo de 1931, a la persecución contra lo católico y los católicos en los primeros días del alzamiento en el Madrid republicano hay una línea de continuidad que se va desentrañando en este voluminoso libro, que combina la erudición de la cita documental con la amenidad del relato casi periodístico.
 
El autor conoce las fuentes no sólo de primera mano –ha visitado relevantes archivos, algunos de ellos cerrados hasta el presente–, sino que se ha enfrascado en el diálogo con los historiadores del presente y del pasado que han abordado estas materias, para contrastar y clarificar ideas. Es este libro una historia de la Segunda República desde el punto de vista de las relaciones del nuevo régimen con la Iglesia, y lo es al compás de los actores históricos del drama. Significativo es, por ejemplo, el perfil que se incluye del nuncio, monseñor Federico Tedeschini. Y significativa es también la clave de la problemática sobre al enseñanza, que generó no pocos de los procesos en aquella época.
 
Imagen tomada de http://photo.rosalab.net.Que los viejos republicanos fueran masones y "rabiosamente anticlericales" no implicaba que fueran incapaces de controlar los efectos de las ideas que habían sembrado. Y no fue el menor el de la construcción de un imaginario social en el que la Iglesia se convirtió en objeto de las iras de la ignorancia popular manipulada y de la inquina destructora de los sistemas ideológicos marxistas.
 
Para concretar más en la sustancia del libro, debemos hablar en números. Fueron, aproximadamente, en toda España, 6.832 los muertos de la persecución religiosa; 4.184 eran sacerdotes del clero secular, incluidos 12 obispos y un administrador apostólico; 2.365 religiosos y 283 religiosas. De ellos, 6.500 recibieron la palma del martirio en menos de un año, en una España dividida en dos mitades.
 
La historia que se desgrana, principalmente en lo referido a Madrid –ciudad del principal martirologio, que padeció la anarquía fratricida de los primeros meses– nos induce a preguntarnos, como ya hizo monseñor Montero: "¿Hará falta insistir en que, al margen de la propia guerra civil y con antelación a la misma, estaba minuciosamente previsto el programa de persecución a la Iglesia?".
 
Andrés Nin, jefe del Partido Obrero de Unificación Marxista, dijo el 8 de agosto de 1936: "Había muchos problemas en España. El problema de la Iglesia. Nosotros lo hemos resuelto totalmente, yendo a la raíz: hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias, los cultos". Así, sin matices, como ocurrió con la primera víctima moral por motivos religiosos, de la que ofrece referencia el autor, en el apartado referido al sábado 18 de julio de 1936: el asesinato a sangre fría del hijo del sacristán de la parroquia de San Ramón, en el interior del templo, en el puente de Vallecas.
 
Invito al lector a que se encuentre con cada uno de los nombres de mártires que aparecen en estas páginas y que intente reconstruir la historia, si acaso imaginándola. Fueron mártires, no caídos en guerra, porque no fueron a ninguna guerra. No eran más que católicos, religiosos, religiosas, sacerdotes, seminaristas que morían por el hecho de serlo. No fueron víctimas de la represión política porque no hacían más política que la del Evangelio.
 
Hay quien se empeña en recuperar la memoria histórica. Aquí tiene un trozo no desdeñable de ella…
 
 
José Francisco Guijarro: Persecución religiosa y guerra civil. La Iglesia en Madrid, 1936-1939. La Esfera de los Libros, 2006; 695 páginas.
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