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CIENCIA

La inmutable inconstancia

¿Somos lo que vemos que somos? ¿O vemos porque somos lo que vemos? Disculpen ustedes esta especie de trabalenguas facilón, pero resulta ideal para presentar la última obra editada por Crítica del divulgador de la física John D. Barrow: Las constantes de la naturaleza.

¿Somos lo que vemos que somos? ¿O vemos porque somos lo que vemos? Disculpen ustedes esta especie de trabalenguas facilón, pero resulta ideal para presentar la última obra editada por Crítica del divulgador de la física John D. Barrow: Las constantes de la naturaleza.
Algunas de estas extrañas cábalas pueden asaltarle las neuronas si se introduce en la lectura de este libro, fascinante en muchas ocasiones, exasperantemente reflexivo las menos.
 
Barrow ha querido abordar uno de los temas más complejos, actuales y provocadores de la física teórica actual. Podríamos resumirlo con otra pregunta: ¿son realmente constantes las constantes del Universo?
 
Veamos. Cuando uno se acerca de modo epidérmico a la ciencia física siempre cae en la tentación de pensar que el mundo que nos rodea es mucho más abarcable de lo que parece. De hecho, la base de buena parte de nuestro desarrollo como civilización científica está en esta tentación humana: reducir el caos aparente del Universo a un puñado de leyes comprensibles. Trillones de neuronas humanas se han puesto al servicio de este empeño a lo largo de la historia, y el resultado han sido las numerosas explicaciones sobre el origen y la evolución del Cosmos dadas por las diferentes culturas que han pisado el planeta.
 
Pero sólo la ciencia moderna, el saber occidental y metodológico, ha logrado el objetivo de reducir la complejidad natural a un puñado de fórmulas, valores básicos, números, constantes. La fuerza de la gravedad, que da sentido al movimiento de los astros, entre otras cosas, es una constante llamada G. La razón entre la fuerza de gravedad a nivel atómico y la fuerza que mantiene unidos a los átomos es otra constante (en este caso, un número enorme) . Las dimensiones espaciales son tres; siempre tres, constantemente tres.
 
Si alguno de estos números (y otros muchos constantes que se explican en el libro) variaran mínimamente, apenas unos puntos decimales, el Cosmos no sería como es, el Universo sería demasiado grande o demasiado pequeño, la materia colapsaría sobre sí misma o explotaría nada más crearse, la vida no habría encontrado el umbral necesario para florecer, las estrellas implotarían o serían incapaces de mantener su propia materia a su alrededor, los átomos no interactuarían entre sí…
 
Estas son las constantes de la naturaleza a las que hinca el diente Barrow. Y lo hace desde la perspectiva de los últimos y más provocadores avances científicos. Porque he aquí que estas constantes podrían, paradójicamente, variar a lo largo del tiempo; dejar de ser constantes. ¿Pudiera ser que su permanencia estólida a lo largo de los millones de años no sea nada más que una ilusión elaborada por el hombre, el único ser vivo conocido capaz de preguntarse estas cosas?
 
El principio antrópico, aquel que nos alerta sobre el sesgo que el observador puede arrojar sobre el objeto observado, podría tener la clave. Igual que el pasajero de un coche en un atasco de tráfico siempre cree que la fila de al lado va más deprisa que la suya, podría ocurrir que el cerebro humano haya tendido a desarrollar una teoría sobre la maquinaria universal en la que sólo cabe un posibilidad: que las cosas funcionen de tal manera que sea posible la existencia de un cerebro humano.
 
¿Son las constantes de la naturaleza realmente constantes? ¿O es que no conocemos otro modo de explicar por qué estamos aquí que no sea el de atribuir un orden al caos imposible que nos rodea?
 
Barrow elabora un discurso atractivo sobre este asunto, propio de la filosofía de la ciencia, y lo hace con cierto distanciamiento divulgativo. Antes que él, otro gran divulgador, Martin Rees, ya había abordado el mismo tema para el gran público, en su memorable libro Seis números nada más. En aquel caso, el tono era mucho más sencillo y accesible. Rees quiso jugar a variar mínimente los valores de seis constantes básicas del Cosmos y probar qué universos se hubieran derivado de tal cambio.
 
Aquello era un juego intelectualmente excitante, y la obra de Barrow es un compendio de análisis más sesudos y reflexivos en la misma dirección. Pero el libro hará las delicias de quienes, en las noches de verano, ante un cielo estrellado y limpio, además de darle un beso en la frente a la persona amada con la que comparte el primer rocío de la madrugada , se siente tentado a hacerse, constantemente, profundas preguntas sin respuesta.
 
 
John D. Barrow: Las constantes de la naturaleza. Crítica, 2006; 368 páginas.
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