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EDMUND BURKE. REDESCUBRIENDO A UN GENIO

La tradición de la libertad

En su biografía de Edmund Burke recién publicada por Ciudadela, Russell Kirk cuenta que hoy en día no se conoce el lugar exacto donde aquél está enterrado. Y es que Burke, temiendo que los jacobinos pudieran invadir Inglaterra y profanar su tumba, como habían hecho en Francia con las de otras muchas personas, ordenó que se diera sepultura a sus restos en el más absoluto secreto.

En su biografía de Edmund Burke recién publicada por Ciudadela, Russell Kirk cuenta que hoy en día no se conoce el lugar exacto donde aquél está enterrado. Y es que Burke, temiendo que los jacobinos pudieran invadir Inglaterra y profanar su tumba, como habían hecho en Francia con las de otras muchas personas, ordenó que se diera sepultura a sus restos en el más absoluto secreto.
Máscara mortuoria de Edmund Burke.
Como es bien sabido, Burke fue uno de los grandes pensadores y políticos ingleses de la segunda mitad del siglo XVIII. Su vida entera estuvo marcada por tres grandes acontecimientos históricos. El primero de ellos fue la revolución y emancipación de las colonias norteamericanas de la metrópoli inglesa. Kirk explica muy bien cómo Burke, desde su escaño en la Cámara de los Comunes, intentó que se alcanzara una solución negociada con los rebeldes.
 
No aprobaba la independencia, como algunas veces se oye decir, pero comprendía la posición de quienes querían alguna forma de autogobierno. Además, supo apreciar el auténtico sentido de la revolución norteamericana. Más que eso, era la prevención de una revolución, es decir, una revolución hecha en nombre de los mismos principios de libertad, gobierno limitado y control de los poderes públicos que reinaban en Gran Bretaña. La propia Corona los había transgredido en Ultramar. La posición de Burke, nada sencilla de entender en las Islas, fue muy bien comprendida en las trece colonias rebeldes. Allí, sus escritos alcanzaron una influencia determinante.
 
El segundo gran acontecimiento que ocupó buena parte de la vida y la actividad de Burke se refiere no a una nueva pérdida colonial, sino todo lo contrario, al establecimiento del Imperio Británico en la India. Burke trató durante 16 años de que el gobernador de aquel dominio fuera procesado, por malversación y mal gobierno. Pero  Warren Hastings, que así se llamaba el tipo, contaba con el apoyo de la opinión pública inglesa.
 
Al parecer, Hastings no transgredió ley escrita alguna. Pero, al decir de Burke, sí había violado las leyes naturales, previas a la legislación; las reglas que imponen la práctica de la humanidad y la prudencia cuando se quiere establecer una administración en un territorio con leyes y tradiciones propias. En este caso, el conservador Burke se enfrentó con lucidez al problema, sumamente actual, de la universalidad de los principios de la ley y de su incorporación y adaptación a lo que hoy llamaríamos "otras civilizaciones". Un capítulo en principio árido acaba resultando, gracias a la sutileza expositiva de Kirk, extraordinariamente actual.
 
El tercero, tal vez el más conocido de los tres, le llevó a redactar y publicar sus celebérrimas Reflexiones sobre la Revolución Francesa. Se conoce bien la posición de Burke en este asunto: al revés que la norteamericana, la Revolución Francesa abrió las puertas al radicalismo totalitario. Leída tras las experiencias totalitarias del siglo XX, en plena guerra contra el totalitarismo islámico, y con la conciencia occidental asediada desde dentro por el totalitarismo nihilista o postmoderno, la descripción burkeana del jacobinismo resulta de una precisión alucinante.
 
Burke vio, antes que otros pensadores conservadores o contrarrevolucionarios, como se les ha llamado, las consecuencias devastadoras de la "ideología" racionalista, lo que él llamaba, con una de sus expresiones lapidarias, la "doctrina armada". Tocqueville tenía otras preocupaciones, pero sigue resultando sorprendente comprobar hasta qué punto las reflexiones de ambos pensadores sobre Francia y América, respectivamente, son complementarias.
 
Naturalmente, Kirk no contaba, a la hora de componer esta obra, con las mismas referencias que un español, pero la lectura de sus páginas ilumina la figura de nuestro Burke: Jovellanos. Como Jovellanos, Burke no se limitó a pensar y a escribir: fue además un político activo; pero, a diferencia de Jovellanos, sí pudo influir en el curso de los acontecimientos.
 
Burke no sólo hizo la crítica más lúcida de los primeros totalitarismos, suscrita sin duda por Jovellanos; también preconizó una posición activa contra ellos. Cabe especular si Jovellanos, de haber tenido ocasión de actuar en su momento, o de haber vivido algunos años más, hubiera evitado la deriva infantil del primer liberalismo español, que tanto daño hizo al promulgar la Constitución de 1812, tan impracticable y utópica –cualidades éstas del todo aborrecibles tanto para Burke como para Jovellanos.
 
La llamada a la acción de Burke, que desde el primer momento rechazó cualquier apaciguamiento de la bestia totalitaria y abogó por adoptar ante ella una actitud beligerante, tendría una larga influencia en Europa. Y en Estados Unidos. Lejos de cualquier aislacionismo, como el preconizado por bastantes conservadores y por buena parte del republicanismo norteamericano –invocando para ello, justamente, los textos de los Padres Fundadores–, el pensamiento de Burke lleva al compromiso activo en favor de la libertad.
 
Russell Kirk (d.), con Ronald Reagan.La reflexión la hace el propio autor de la biografía, un hombre de interés no menor al que merece Burke. Russell Kirk (1918-1994) fue uno de los grandes renovadores de la tradición conservadora norteamericana, como bien señala Elio Gallego en su (demasiado breve) prólogo. De una influencia gigantesca en la reconstrucción de la derecha estadounidense en el siglo XX, Kirk se esforzó por recomponer una tradición que parecía imposible en un país abocado a seguir su naturaleza liberal y progresista, la del conservadurismo.
 
Se entiende bien su apasionada defensa de Burke, que supo comprender lo que la fundación de Estados Unidos tenía de preservación de unas tradiciones y cómo era eso, y no la afirmación de una libertad abstracta, lo que hacía posible la libertad.
 
Kirk se retiró pronto a una casa apartada, en Michigan, donde acogía a los refugiados del progresismo. Burke acogía en su casa de Beaconsfield a los huidos de la "doctrina armada", es decir de la guillotina –que dejó luego su lugar a los campos de concentración, al gulag, al tiro en la nuca o a las decapitaciones transmitidas por internet–. Es emocionante leer el relato de la peregrinación de Kirk a los lugares que habitó Burke, todos destruidos por los estragos del tiempo, los accidentes, y también por esa obsesión por abolir el pasado y dejarse fascinar ante la promesa insensata del cambio por el cambio.
 
Resulta igual de conmovedor leer cómo este gran patriota norteamericano encuentra las raíces del "credo" y la identidad de su país, más aún que en los grandes textos de su propia tradición, como los Papeles Federalistas, en la obra de ese inglés conservador del que traza aquí un gran retrato. El texto, breve y ameno, es al mismo tiempo la pintura de un ideal de vida y, en más de un sentido, de aquello que ha dado sentido a la del mismo Kirk.
 
Un clásico, en resumen, admirable, que enriquece la lectura de algún estudio publicado recientemente por un autor español (Burke: circunstancia política y pensamiento, de Demetrio de Castro), publicado además por los editores que están en el origen de una institución extraordinaria, de discusión y propagación del pensamiento conservador, que se llama justamente, y no por casualidad, Fundación Burke. La traducción, excelente.
 
 
RUSSELL KIRK: EDMUND BURKE. REDESCUBRIENDO A UN GENIO. Ciudadela (Madrid), 2007, 270 páginas.
 
Pinche aquí para acceder a la web de JOSÉ MARÍA MARCO, autor de LA NUEVA REVOLUCIÓN AMERICANA.
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