Menú
MEMORIA E IDENTIDAD

Un río de aguas profundas

En la urdimbre del último libro que nos ha brindado Juan Pablo II podemos descubrir el diálogo que Karol Wojtyla, joven sacerdote primero, catedrático de filosofía y arzobispo después, mantiene desde hace decenios con el pensamiento contemporáneo. Su conversación con Tischner y Michalsky, que está en el origen de este libro, es sólo un ejemplo de otras tantas mantenidas a lo largo de los años con pensadores de las más diversas matrices culturales y religiosas.

En la urdimbre del último libro que nos ha brindado Juan Pablo II podemos descubrir el diálogo que Karol Wojtyla, joven sacerdote primero, catedrático de filosofía y arzobispo después, mantiene desde hace decenios con el pensamiento contemporáneo. Su conversación con Tischner y Michalsky, que está en el origen de este libro, es sólo un ejemplo de otras tantas mantenidas a lo largo de los años con pensadores de las más diversas matrices culturales y religiosas.
Me parece que Memoria e Identidad es el libro que mejor retrata su forma de analizar los problemas, su temperamento polaco, síntesis de lo eslavo y lo latino, y, por supuesto, su experiencia histórica, intensamente vivida y pensada. Como ya se ha subrayado con ocasión de las diferentes presentaciones públicas del libro, no estamos ante un texto magisterial sino ante una obra de marcado acento personal, en la que Juan Pablo II arriesga su propia interpretación de los acontecimientos históricos del siglo XX, a la luz de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia.
 
Podemos reconocer como método o clave interpretativa de todo el libro el número 22 de la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: "Realmente el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado". Con esta brújula, Juan Pablo II se adentra en los sombríos territorios del problema del mal, condensado en las ideologías totalitarias del siglo XX, el nazismo y el comunismo. El Papa busca exhumar las raíces filosóficas de estos sistemas que han supuesto encarnaciones históricas del mal, en tanto que han despreciado la dignidad del hombre concreto y han utilizado la aniquilación de poblaciones enteras como método para desarrollar su programa.
 
El endiosamiento del hombre, su afirmación radicalmente autónoma, le han llevado a definir qué es el bien y el mal y, así, a disponer de la vida de los demás en función de un proyecto. Podríamos decir que el Papa revela aquí la profundidad del drama del humanismo ateo, cuyo germen se encuentra ya en la Ilustración pero cuyos frutos más amargos se han podido observar en los grandes sistemas totalitarios. La advertencia sobre la actualidad de este peligro, incluso en un marco formalmente democrático, puede resultar irritante para algunos oídos contemporáneos, pero resulta de especial importancia.
 
Sin embargo, la profundidad del misterio del mal no se detiene en el plano de los sistemas ideológicos, sino que desciende hasta el hondón de la libertad humana y se topa con el designio del amor de Dios. El trío libertad-pecado-redención despliega aquí su intrincada madeja de implicaciones y conexiones para llevar a una formulación particularmente sugestiva en el texto del Papa: la Redención realizada por Cristo es el límite que la Providencia divina ha impuesto al mal.
 
Así se revela el método de Dios para afrontar el mal: no se opone a él mediante la violencia, sino que lo vence mediante un amor que no necesita condiciones favorables para crecer, sino que se alza sobre la misma tierra en que ha germinado el mal.
 
En este sentido, son significativas las referencias a Edith Stein y Maximiliano Kolbe. El epílogo es una verdadera meditación sobre el atentado que sufrió en 1981, y muestra la convicción del Papa de que en su propia vida se ha manifestado esa modalidad de victoria frente al mal, con el telón de fondo de la crisis del sistema comunista, que comienza a resquebrajarse en Polonia con la lucha del sindicato Solidaridad, cuyo referente moral era, sin duda, Juan Pablo II.
 
Especialmente bellos son los capítulos dedicados a la gestación histórica del continente europeo. El Papa afirma sin ambages que ha sido el proceso histórico de la evangelización, con sus vicisitudes y etapas, el que ha creado Europa como tal, pero no de una manera uniforme, sino dando lugar a una rica pluralidad de culturas. En este marco se sitúa la reflexión tan querida por el Papa sobre patria, nación y cultura, que encuentra en la experiencia polaca una amplia ilustración. Acaso pueda sorprendernos la alta valoración de estos conceptos, que para Juan Pablo II no tienen nada de abstractos, sino que se colocan en el plano de la experiencia más familiar. En todo caso, destaca el carácter profundamente abierto y constructivo que para él tienen estas referencias, completamente extraño al "nacionalismo" como sistema ideológico.
 
Muy interesante es el diálogo que establece a lo largo de varios capítulos con la Ilustración, en cuyo suelo reconoce que han crecido frutos positivos pero que inició una gran quiebra cultural en Occidente. El Papa sugiere que el Concilio Vaticano II ha sido, entre otras cosas, un intento de la Iglesia Católica para reanudar un diálogo largo tiempo interrumpido con esa parte del pensamiento europeo que se afirmó polémicamente frente al cristianismo. Aquí plantea la antropología de la Gaudium et Spes, con su profundo anclaje cristológico, como el mejor instrumento para ese diálogo que aún espera desarrollarse.
 
El tenor de este libro me parece semejante al de un río de aguas rápidas y profundas, en el que Juan Pablo II deja que su razón y su sentimiento discurran por todos los recodos de una historia que él ha vivido como protagonista, con inteligencia y pasión, con un amor al hombre concreto que es fruto de su propia experiencia polaca, pero sobre todo de su entrega total a Cristo y de su pertenencia a la Madre Iglesia.
 
 
Juan Pablo II, Memoria e identidad, Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, 236 páginas.
0
comentarios