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Los enigmas del 11M

Aníbal Trashorras y el coronel Zouhier

Que la Historia siempre se repite como farsa es algo que alguno de nuestros contertulios del blog suele recordar de cuando en cuando.

Viene a cuento la frase por uno de esos paralelismos curiosos que el 11-M tiene con esa maraña de procedimientos judiciales conocida con el nombre de "Caso Gal". Me refiero, en concreto, al famoso caso de los maletines, por el que se procesó a las personas presuntamente encargadas de transportar el dinero hasta Ginebra para pagar a Amedo.

Las personas en cuestión eran tres: Anibal Machín, comisario de policía ya fallecido; el famoso coronel Hernando de la Guardia Civil y Juan de Justo, secretario de Rafael Vera. Lo importante es el reparto "funcional" de los transportistas: un miembro del CNP, un miembro de la GC y un representante del poder "político". La elección no es casual: de lo que se trataba era de que el CNP, la GC y el Ministerio de Interior tuvieran cada uno un representante, precisamente para garantizar que todos quedaran pringados en el tema; en otras palabras: de lo que se trataba era de evitar que unos u otros tuvieran la tentación de quedarse al margen cuando empezaran, y si es que empezaban, las bofetadas.

En el caso del 11-M, la repetición de la jugada resulta muy llamativa, aunque en este caso las tres patas alrededor de las cuales se articula la operación de "pringue colectivo" son confidentes, no miembros de uno u otro cuerpo. En ese "pacto de silencio" juegan un papel trascendental José Emilio Suárez Trashorras, como confidente del CNP; Rafá Zouhier, como confidente de la Guardia Civil; y ese Mouhannad Almallah que trabaja para nuestros servicios del estado y del que tan oportunamente se encontró ese carnet de afiliado al PSOE en el segundo registro de su casa.

De nuevo, el reparto de papeles, aunque esta vez mucho más siniestro, porque lo que hay detrás es una operación para encubrir a quienes hicieron estallar diez bombas en los trenes, asesinando a 192 personas, y pusieron en marcha el asalto final al Estado nacido de la Constitución del 78.

Pero hasta de las farsas siniestras puede deducirse algún dato importante. Y ese dato es que hoy, como ayer, los golpistas no se fían los unos de los otros. Lo cual es su debilidad: saben que el que cante el último va a comerse todo el marrón. El famoso dilema del prisionero.

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