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Los enigmas del 11M

La letra pequeña del 22M (IV): Vota mortadela

A mediados de 1998, durante el mandato de Saúl Menem, se inició en Argentina una de las recesiones económicas más prolongadas de su historia. El peronista Menem perdió el poder al año siguiente, siendo sustituido por el candidato de la oposición, Fernando de la Rúa.

Pero Menem dejó una herencia desastrosa a su sucesor, con un país ahogado por la deuda externa, con un déficit fiscal desbocado y con unos bancos lastrados por la propia compra de deuda del estado. De la Rúa intentó hacer frente a aquella situación de emergencia, fijando una convertibilidad inmutable entre el peso y el dólar, aumentando los impuestos, reduciendo algunos gastos y aplazando los pagos de la deuda externa.

Pero aquellas medidas tan sólo sirvieron para hacer más grave aún la crisis, porque no sólo se frenó todo atisbo de recuperación económica, sino que a principios de 2001 comenzó una masiva fuga de capitales hacia el extranjero.

El 3 de diciembre de 2001, cuando los bancos argentinos habían perdido ya la cuarta parte de sus depósitos debido a esa fuga de capitales, el gobierno aprobó un decreto en el que establecía una serie de restricciones de la actividad bancaria y que prohibía a los ciudadanos argentinos transferir dinero al exterior y sacar más de 250 dólares semanales de sus cuentas bancarias. Aquel decreto sería conocido, popularmente, como "el corralito".

Los efectos económicos del corralito fueron desastrosos, porque la economía del país quedó estrangulada. La liquidez monetaria se desplomó rápidamente, el comercio y el crédito se paralizaron y la clase media argentina se vio súbitamente empobrecida.

El descontento social terminó haciendo caer a Fernando de la Rúa, y su sucesor, Adolfo Rodríguez Saá, se vio obligado a declarar la suspensión de los pagos de la deuda por parte del estado argentino.

El malestar social de los argentinos se materializó en disturbios callejeros y en caceroladas, pero también en una campaña de rechazo a los partidos políticos, con el descriptivo título de "Vota mortadela". Como el propio nombre de la campaña indica, en las elecciones celebradas durante esa etapa de crisis, muchos argentinos siguieron la consigna de introducir lonchas de mortadela en los sobres de voto, como modo de manifestar su malestar con la clase política que había llevado al país a la ruina.

Permítanme que les llame la atención, al hilo de estas reflexiones, sobre un fenómeno que ha pasado relativamente desapercibido en las elecciones municipales que acabamos de celebrar en toda España.

Seguro que todos ustedes han oído comentar en estos días el fuerte aumento del voto en blanco que se ha experimentado el pasado 22 de mayo. En concreto, el número de personas que han optado por no introducir ninguna papeleta en el sobre de votación ha aumentado nada menos que un 40%, hasta las 584.000, lo que convierte al voto en blanco en la quinta fuerza política del país, a no mucha distancia de Convergencia y Unión.

Así que el aumento del voto en blanco es espectacular. Pero todavía lo es más, y de esto les quería hablar, el del voto nulo.

En las elecciones municipales, el voto nulo estructural (es decir, el número de personas que cometen algún tipo de error involuntario o algún tipo de irregularidad al introducir su papeleta en el sobre) está sistemáticamente, desde el año 1991, en torno al 0,7% del electorado. Eso quiere decir que, suceda lo que suceda, siempre habrá unas 150.000 personas que cometen, al votar, algún error que termina anulando su voto.

Pues bien, en estas elecciones, el número de votos nulos ha superado , de repente, los 360.000. Es decir, un 225% más que en las elecciones de 2007 o que en las de 2003.

Lo cual quiere decir que en estos comicios municipales ha habido más de 200.000 españoles que han optado conscientemente por anular su voto, como modo de protestar contra una clase política que rechazan.

Hablando con los interventores y apoderados de los partidos, o con las personas a las que les ha tocado formar parte de alguna mesa electoral, se comprueba que los españoles han sido de lo más imaginativos a la hora de votar nulo. Ha habido personas que han introducido en los sobres papeletas con tachaduras o que han escrito en ellas un pequeño muestrario de los insultos que conocen. Ha habido otras que han optado por meter en la urna recortes de periódico relativos a uno u otro caso famoso de corrupción. Ha habido algunos artistas del voto que han confeccionado cuidadosamente, con su ordenador y su impresora, papeletas de un supuesto Partido Corrupto, con una selección de representantes de todas las formaciones políticas. Ha habido gente que ha votado con octavillas de Democracia Real Ya o con pegatinas de algún movimiento cívico.

Y ha habido finalmente, por supuesto, personas que directamente han introducido en el sobre de voto lonchas de embutido.

Aunque, por lo que me cuentan, aquí en España se ha optado mayoritariamente por el chorizo (debido a las evidentes connotaciones) y no por la mortadela.

A diferencia de lo que sucedió en Argentina, en España no ha habido una campaña sistemática en pro del voto nulo, a pesar de lo cual es espectacular el número de personas que han optado por ese modo de protesta.

Si a esos 200.000 votos nulos "activos" le sumamos los votos en blanco, nos encontramos con que hay, en estos momentos, casi 800.000 españoles que están lo suficientemente interesados en la política como para acudir a las urnas a votar y que, sin embargo, no encuentran a quien hacerlo, porque ninguno de los partidos existentes les parece suficientemente bueno, o porque todos los partidos les parecen igualmente malos.

No se a ustedes pero a mi, personalmente, el dato me parece preocupante. Más que nada porque irá a más a medida que la crisis económica se ahonde.

Pero descuiden, porque seguro que nuestra clase política está adoptando las medidas pertinentes para que esos ciudadanos desencantados recuperen la ilusión.

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