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Los enigmas del 11M

Marea cívica

Editorial del programa Sin Complejos del domingo 7/11/2010

Cuando Francisco José Alcaraz convocó, hace un par de semanas, la manifestación contra las negociaciones del Gobierno y ETA, mucha gente pensó - unos deseándolo y otro temiéndolo - que la concentración fuera un sonoro fracaso. Ni la fecha era la mejor, ni tampoco se contaba con el apoyo de ningún partido, por no hablar de la abierta hostilidad de muchos medios de comunicación.

Y, sin embargo, ayer los españoles abarrotaron la madrileña Plaza de Colón. Ni el Ayuntamiento, ni el Ministerio de Interior, ni siquiera los propios organizadores, habían previsto semejante avalancha. Ni el silencio informativo, ni el hecho de que fuera puente en Madrid, impidieron que los 40.000 m2 de la Plaza de Colón y sus calles circundantes se quedaran pequeños para albergar a los manifestantes. Francisco José Alcaraz ni siquiera pudo leer el discurso que había preparado, ante las amenazas de la Delegación del Gobierno de multar a los organizadores, debido al colapso circulatorio que se originó en el centro de la capital.

Yo mismo suelo ser un optimista patológico, y sabía que ayer muchos ciudadanos iban a responder - porque nunca han dejado de hacerlo - a la llamada de las víctimas del terrorismo. Pero he de confesar que, por una vez en mi vida y sin que sirva de precedente, me quedé incluso corto en mis previsiones.

La concentración de ayer, en la que Pilar Elías, Salvador Ulayar y Teresa Jiménez Becerril pronunciaron magníficos y emotivos discursos, constituye una lección para mucha gente. Y en muchos sentidos distintos.

En primer lugar, porque más importante todavía que la multitudinaria asistencia fueron las inexplicables ausencias. Si hay silencios clamorosos, hay también ausencias que saltan a la vista con más fuerza que un vestido de colores chillones. Y ayer hubo muchos ausentes.

Parece mentira, pero hay políticos empeñados en dejar pasar de largo cualquier oportunidad que se les presenta de quedar bien, como si esas oportunidades abundaran mucho. Y no lo digo sólo por Rajoy: tampoco Rosa Díez se dignó a apoyar una concentración en la que se denunciaba la negociación del Gobierno con los asesinos de ETA, dejando así la duda, en muchas personas, de si todo el discurso de esa mujer - que trata de presentarse como la alternativa a los partidos tradicionales - es algo más que una pose.

En segundo lugar, la concentración puso de manifiesto el fracaso, el estrepitoso fracaso, de quienes intentaron ahogar la rotunda oposición de los españoles a la negociación con ETA por el procedimiento de cegar los cauces naturales por los que esa oposición hubiera debido discurrir.

Como se encargó en su día de desvelar el periódico El País, la propia ETA, en uno de sus comunicados, atribuyó el fracaso de las negociaciones durante la anterior legislatura a la oposición de la AVT y del PP. De ahí que algunos pusieran tanto empeño en neutralizar tanto al PP como a la AVT después de las elecciones de 2008.

Sin embargo, el diagnóstico de ETA y del Gobierno era incorrecto: no fue la oposición de la AVT o del PP, sino la de los españoles, la que hizo imposible la primera fase de negociación. Y esa oposición no ha disminuido. De modo que, al reducir al silencio a la actual cúpula popular y al reducir a la nada a la que hasta entonces había sido la principal de las organizaciones de víctimas, esa oposición de los españoles ha buscado una nueva salida hacia el mar de la opinión pública a través de otros cauces. En este caso, a través de la asociación Voces contra el Terrorismo.

Imagino que aquellos que tanto han invertido en tratar de aniquilar la rebelión cívica estarán hoy preguntándose qué es lo que ha fallado. Permítanme que les ayude, para que no se estrujen demasiado el cerebro: lo que ha fallado es que la mayoría del pueblo español no es como ustedes. Lo que ha fallado es que la mayoría de los españoles tiene muy claro algo que a ustedes se les ha olvidado hace mucho: la diferencia entre el bien y el mal; la distinción entre víctimas y verdugos; el enorme abismo que media entre moverse por imperativo moral y hacerlo por interés material.

Finalmente, el para muchos sorprendente éxito de la concentración de ayer pone de manifiesto una última cosa: que tratar de reducir al silencio a una mayoría de la población - porque una inmensa mayoría es la que se opone a que los asesinos sean premiados por sus crímenes - resulta imposible en pleno siglo XXI.

Porque aunque casi todos los medios tradicionales han intentado imponer la ley del silencio en torno a la concentración del 6 de noviembre, basta conque una radio (la nuestra) y un par de periódicos (La Gaceta y El Mundo) cumplan con su deber informativo para que la gente termine enterándose de aquello que quiere enterarse. Porque el poder de amplificación de Internet y de las nuevas tecnologías es inmenso.

En esas circunstancias, cuando los ciudadanos disponen de cada vez más mecanismos para acceder a la información que deseen, las consignas de silencio sirven tan solo para dejar con el culo al aire a todos aquellos que hace mucho tiempo que decidieron renunciar a su oficio de periodistas, para convertirse en simples voceros de la clase política.

Para terminar, permítanme que les diga que hoy me siento enormemente orgulloso de los ciudadanos españoles. Porque los que ayer abarrotaron la Plaza de Colón, acudiendo al llamamiento de las víctimas, lanzaron a nuestros representantes un mensaje lo más claro posible: que ni la Nación, ni la Democracia, ni la Justicia son conceptos discutidos, ni discutibles.

Y que - aunque aquellos que deberían representarnos pretendan otra cosa - los españoles no estamos dispuestos a aceptar nada que no sea una derrota total e incondicional de los terroristas.

Ni estamos dispuestos a dar la espalda a todos aquellos que han dado su vida, o de la sus seres queridos, por España, por la Constitución y por la Libertad.

Y que saldremos a la calle cuantas veces sea necesario para defender la Memoria, la Dignidad y la Justicia que demandan las víctimas del terrorismo.

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