Hace ya algunos años, cuando empezaba a trabajar de periodista en Bucarest, un miembro destacado de la comunidad española local me pidió que le invitara a mis fiestas y le presentara a mis amigas. "Pero es que mis amigas tienen 20 años ", le contesté al cincuentón. "¡Pues por eso!", zanjó con claridad el malentendido.
Una pulsión parecida parece mover a quienes han celebrado estos días la insultante juventud de la jefa del Gobierno finés y de sus ministras. "La primera ministra ‘más joven del mundo’ y las otras mujeres de 35 años que se encargarán del nuevo Gobierno", titulaba el lunes el servicio en español de la BBC una nota sobre el Gobierno que acaba de formarse en el país nórdico.
La instauración de este Gobierno ha desatado una ola de euforia en la prensa de izquierda –que es casi toda– y entre quienes la citan, normalmente sin pagar, para impulsar desde las redes sociales el progreso en el mundo.
Como ya es habitual, el entusiasmo no viene de los proyectos, las ideas o los logros demostrados hasta ahora por los integrantes del nuevo Ejecutivo finés. El motivo del alborozo son dos atributos que ni la primera ministra –Sanna Marin– ni ninguna de sus flamantes ministras sub 35, por utilizar una terminología de fútbol, han elegido o conseguido con su esfuerzo y su talento.
El primero –su sexo femenino– les vino dado por el más absoluto azar, y la juventud es una cualidad inevitable en la vida de toda persona que quizá sea positiva en el deporte, el cine erótico o la danza, pero difícilmente garantiza el buen desempeño político.
Quién nos iba a decir, antes de que La Sexta nos mostrara el camino con su estricta selección de presentadores-modelo, que la excrecencia del feminismo dominante transformaría la política en un gran Miss Universo. De jovencitas más vestidas que en vez de pedir la paz mundial y alabarle al anfitrión las playas hablan del clima.