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Miguel del Pino

¿A que deja de cambiar el clima?

A la cabeza de la "cruzada del clima" se sitúan los países desarrollados, pero la inspiración nace en la extinta Unión Soviética.

A la cabeza de la "cruzada del clima" se sitúan los países desarrollados, pero la inspiración nace en la extinta Unión Soviética.
Greta Thunberg | OFICINA DE PRENSA DE GRETA THUNBERG

La impresentable cobardía de aquellos países de la Europa Occidental que están demostrando que son capaces de presenciar sin inmutarse la invasión injustificable de un Estado vecino, no se debe solo al miedo nuclear, sino sobre todo al pánico energético.

Quienes sembraron el mito del "cambio climático" cuya consecuencia inmediata ha sido el frenazo al desarrollo, especialmente el de los países menos ricos, han conseguido la mayor parte de sus objetivos. Hay que reconocerlo.

Pocas veces los falsos científicos, en este caso los apóstoles del "cambio climático", han ido tan lejos; mientras los pobres, por ejemplo los países africanos, tienen que volver al Paleolítico porque los ricos les exigimos que utilicen "energías verdes", los próceres del capitalismo se reúnen periódicamente para determinar con matemática exactitud cuántos grados va a subir la temperatura del planeta si no volvemos a las cavernas.

Paradójico pero no inexplicable: a la cabeza de la "cruzada del clima" se sitúan los países desarrollados, sobre todo los de la vieja Europa, pero la inspiración nace de la ultraizquierda con origen en la extinta Unión Soviética, la que financiaba a tantos grupos supuestamente ecologistas mientras, junto a sus amigos cuando no socios de China o el sudeste asiático, batían todas las plusmarcas de contaminación imaginables.

Repito: no inexplicable, porque detrás del absurdo suele estar la existencia de intereses económicos, muchos de ellos inconfesables. El "trabajo sucio" suelen hacerlo los infelices mal informados y, sobre todo, los interesados.

Los datos objetivos son difíciles de rebatir: mientras nos castigamos eliminando los plásticos, previamente satanizados por terminar en el mar y formar en sus aguas los "microplásticos" producto de su degradación parcial, nos vemos obligados a reconocer que son los grandes ríos asiáticos que desembocan tras recorrer las grandes extensiones de China y la India quienes aportan casi el 98% de dichos materiales.

No sólo la imposición de las "energías verdes" procede de los países del este; también la mayor parte de los Estados donde gobierna la izquierda norteamericana se apuntó a la "lucha contra el cambio climático" siguiendo los dictados de quien era en su momento vicepresidente, el demócrata Al Gore, cuyos postulados fueron asumidos con rango de campaña por el presidente Obama, también paradigmático como líder demócrata.

Año tras año los países de la Unión Europea, con la excepción de Francia y con España a la cabeza, nos hemos dejado enredar por los embustes y las inexactitudes de las teorías catastrofistas del cambio climático, caracterizadas por el abandono del método científico, la adoración al modelo informático, el famoso "ídolo de silicio", y la falta de escrúpulos demostrada al permitir la manipulación de una niña, utilizada por todos, entre otros sus padres, para el apoyo de sus fines. ¡Repugnante!

Sin tener un plan B de garantía, los países desarrollados se han lanzado al vacío renunciando a las fuentes solventes en este momento del desarrollo tecnológico, fundamentalmente a la energía nuclear de última generación; limpia, acaba de ser reconocida como "verde", eficaz y cada vez más segura. Está naciendo una nueva figura: el ecologista nuclear.

Tal renuncia se une a la colocación de "palos en la rueda" a los mecanismos de obtención de energía que actualmente dominamos, con excepción de esa adoración al sol y el viento, este último verdadero "dueño del planeta", como declaró el expresidente Rodríguez Zapatero cuando se nos puso poético. ¿Recuerdan?

Siempre a la cabeza de la lucha contra el supuesto "cambio climático" el Gobierno de ultraizquierda español proclamó a comienzos de 2019 lo que llamó "emergencia climática". Una de sus consecuencias fue el afianzamiento en la decisión de cerrar nuestras últimas centrales nucleares. Para ecologistas nosotros, que ya compraremos le energía nuclear que necesitemos a nuestros vecinos franceses. ¿Es posible tal falta de coherencia?

Para emergencia la que se nos vino encima casi inmediatamente, la real emergencia médica de la covid; mejor no recordar en este momento la gestión que de ella hizo el Gobierno.

Pero un acontecimiento lamentable y brutal ha venido a colocar sobre el tablero de juego las figuras de los cuatro jinetes del Apocalipsis con la guerra a la cabeza. Rusia invade Ucrania y reina el pánico ante la proximidad de la tragedia que estamos presenciando a pocos kilómetros de nuestras fronteras.

El derecho internacional, la razón y hasta los sentimientos humanitarios se doblegan ante el "pánico energético". Mira que si Rusia se ofende por nuestra ayuda a Ucrania y deja de vendernos su precioso gas… Es este el verdadero miedo, no la amenaza de la inclusión de armas nucleares en los ataques de Putin, vamos a hablar claro y sinceramente.

La dependencia energética puede llegar a atenazar no solo las economías sino también las conciencias. De manera instantánea es muy difícil reaccionar, pero a medida que la Europa occidental y democrática vaya reflexionando sobre su incalificable cobardía y la verdadera razón de la misma, que no es otra sino el pánico a que Putin le corte el gas, ¿a que deja de cambiar el clima del planeta?

Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales

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