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Miguel del Pino

Biología de la primavera

La primavera llega a su cita, pero no es una primavera como las demás.

La primavera llega a su cita, pero no es una primavera como las demás.
magnolias, primavera, flores | Pixabay/CC/jill111

Estamos en plena lucha contra la pandemia y en cicatrización de las heridas que causó Filomena. ¡Cuidado con las depresiones!

En su movimiento de traslación en torno al sol la tierra gira con un ligero cabeceo que técnicamente llamamos precesión y que podemos comparar con el giro de una peonza; por eso el paso del invierno al verano no es brusco y pasamos por dos etapas anuales en que la llegada de los rayos solares en posición oblicua origina estaciones intermedias, ahora toca primavera y tras el verano llegara el otoño.

La luz es el factor principal

La latitud mediterránea en que nos encontramos en España hace a la mayor parte de nuestros ecosistemas especialmente sensibles al cambio estacional; es evidente que al llegar la primavera la temperatura sube de manera progresiva y que poco a poco vamos dejando atrás los fríos invernales, pero esto no es lo más importante.

El aumento de la intensidad lumínica y de las horas de iluminación solar es el factor ambiental más importante a la hora de evaluar los cambios que provoca la llegada de la primavera en los diversos seres vivos que forman la comunidad de los distintos ecosistemas, especialmente de los vertebrados con ejemplos tan evidentes como la entrada en celo de las aves o la nidificación de la mayor parte de las mismas.

La explosión hormonal que produce el celo, y los mecanismos de ovulación en la mayor parte de los vertebrados, viene producida por la relación entre la intensidad y la duración de la iluminación y los centros neuronales del sistema cerebro-hipófisis, algo que merece la pena estudiar con especial detenimiento.

La hipófisis, o cuerpo pituitario, es una glándula mixta situada en la base del cerebro medio, llamado diencéfalo: la condición de mixta se debe a que en su origen embrionario esta bolsita que cuelga del suelo cerebral tiene una parte que procede de la boca del embrión y otra directamente formada a partir del cerebro. Cuando ambas partes se unen queda una sola glándula, pero formada por dos porciones bien diferenciadas.

La parte bucal se llama adenohipófisis y produce multitud de hormonas; la parte nerviosa o neurohipófisis es responsable de la producción de otras dos muy importantes. Entre ambas constituyen un verdadero cerebro endocrino, porque las diferentes hormonas que producen en su conjunto no solo actúan por sí mismas, como la del crecimiento, sino que estimulan al resto de los órganos de secreción hormonal.

Las hormonas estimulantes de las glándulas sexuales

La mayor parte de los ciclos reproductores de los vertebrados se inician por la descarga de una hormona de la adenohipófisis llamada hormona folículo estimulante (FSH); esta sustancia estimula las estructuras formadoras de los gametos, óvulos y espermatozoides y da comienzo así el ciclo reproductor estacional de estos animales.

Comprendemos ahora la importancia del factor iluminación: se trata de un sistema de estimulación de la hipófisis que se absorbe a partir de la retina, aunque muchos investigadores proponen que en las aves, donde el fenómeno es especialmente intenso, podría haber una absorción directa de la radiación luminosa a través de la pared craneal, que haría de manera global un efecto” esponja”.

Una vez producida la ovulación, acompañada de los correspondientes instintos de nidificación o de búsqueda de escondite en función de las necesidades de cada grupo de especies, las hormonas no cejan en su actividad y varias de ellas van entrando en relevo para terminar de desarrollar el ciclo reproductivo.

La oxitocina, producida por la parte nerviosa de la hipófisis, interviene en el proceso de puesta de los huevos en los ovíparos o del parto en los vivíparos, e incluso los comportamientos de incubación, lactancia y protección de las crías reconocen el influjo de diferentes sustancias hormonales.

Los árboles caducifolios reverdecen

Si en el mundo animal la primavera se alegra con el bullicio de los animales en celo, en el bosque caducifolio la explosión del verde de las hojas, reducidas durante el invierno a yemas inapreciables, a simple vista es el principal ornato acompañante del cambio de estación.

La otoñal caída de la hoja y su renacimiento primaveral tienen también explicación bioquímica: durante el invierno la circulación de la savia a través de los vasos conductores liberianos se ve interrumpida por el depósito de una sustancia llamada callosa en la base de las células que se superponen unas a otras separadas por una serie de poros, por lo que se llaman “placas cribosas”.

Al llegar la primavera se disuelve esta placa y liberado el calibre de las cañerías, la savia vuelve a circular y las hojas renacen. Aunque en algunas ocasiones, las flores las preceden para que el proceso de reproducción sea tan precoz que se produzca antes de que nazcan las hojas y la planta comience a alimentarse. Los botánicos suelen decir que “la savia se mueve”.

Muchos frutales, como el cerezo o diversos Prunos y también los olmos de Siberia, muy abundantes en la plantación de nuestras ciudades se muestran espectaculares en su floración previa a la aparición de las hojas verdes. Asegurada la fecundación, por el viento y los insectos principalmente, y formándose ya las semillas será tiempo de alimentarse y crecer. Nuestra vista se recrea con ello gracias a tal despliegue de belleza.

Que hablen los poetas

Una vez repasadas, aunque de forma elemental, las bases biológicas de los ciclos primaverales dejemos hablar a los poetas y alegrémonos como tantos ciudadanos lo hacen al verse inmensos en la alegría primaveral, que vendrá aumentada por el nacimiento de las crías de los animales apareados en el otoño para que la gestación se desarrollara durante el invierno, y los vástagos nacieran en época de abundancia de alimentos.

Y recordemos que los médicos nos advierten del peligro de melancolías, como antes se decía o de depresiones según la terminología actual, derivadas de tanto confinamiento y tanta tensión, agravadas por la terrible borrasca invernal a la que hemos llamado “Filomena” pero a la que deberíamos haber llamado algo muy feo. Una vez más la naturaleza, en forma de cambio estacional, viene a constituir un inmejorable refugio contra nuestros males.

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