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Pablo Molina

La mujer que desasnó a los progres británicos

Tony Blair debe más a Thatcher que a ninguna figura política del laborismo.

Con ser rigurosamente ciertos los méritos de Margaret Thatcher en la primacía de la ideas liberales y conservadoras de su tiempo –con seguridad el menos propicio para intentar esa hazaña–, el principal merecimiento que cabe conceder a la Dama de Hierro es haber contribuido decisivamente a desasnar a un par de generaciones de progres, y no sólo en las islas británicas. Thatcher hizo mucho por los partidos conservadores de todo el mundo, pero su influencia fue todavía mayor en la socialdemocracia británica, y por extensión también en la continental, a la que ayudó a despojarse de supersticiones principalmente en el terreno de la economía, convirtiéndola en una corriente ideológica medianamente civilizada.

Tony Blair debe más a Thatcher que a ninguna figura política del laborismo. Ella demostró fehacientemente el error fundamental del estatismo, que hasta ese momento pasaba por ser la única opción factible para dirigir el país, a pesar de sus terribles consecuencias para todos los ciudadanos. Si Blair introdujo nuevas medidas liberalizadoras de la economía, privatizó servicios estatales ineficientes y defendió la iniciativa empresarial, no fue desde luego por una suerte de iluminación repentina, sino porque Thatcher había mostrado que ese era el único camino para generar riqueza. Así se forjó la famosa Tercera Vía, que después sería imitada por el candidato Zapatero en España, por Schroeder en Alemania y, con sus particularidades, también por el francés Jospin en el país vecino. No es que los socialdemócratas europeos se volvieran de repente virtuosos. Es que si la economía no progresa adecuadamente no hay dinero público bastante para que los gobiernos de progreso financien sus chorradas. Argumento definitivo. Fin de la discusión.

En los años en que Thatcher dirigía el Reino Unido, aquí teníamos un gobierno socialista cuyo vicepresidente se marchó de España para no tener que saludar a Ronald Reagan en su primera visita oficial a nuestro país. Alfonso Guerra, actual presidente de la Comisión Constitucional del Congreso, prefirió ese día ir a ver a Nicolás Ceaucescu, dictador comunista rumano, para evitar el encuentro con un señor que opinaba que los ciudadanos de los países marxistas también tenían derecho a vivir en libertad. Ese era el nivel de la izquierda en los ochenta del siglo pasado, que con la actual recesión, provocada por sus ocurrencias, no ha hecho más que empeorar: Si hoy viniera a España alguien como Reagan o Thatcher, le montaban una algarada en la misma base de Torrejón.

Por supuesto, España no es un caso especial. Ayer en la BBC, un amplio consenso entre los comentaristas invitados a la programación especial con motivo del fallecimiento de Thatcher dio por sentado que el mayor error de su gestión fue reducir el poder de los grandes sindicatos británicos, que ya hace falta ser cabestro. Lo cual demuestra que las vacunas liberales son muy provechosas, pero dejan de surtir efecto a partir de la tercera generación. En Londres igual que en Madrid. En todo caso, gracias Lady Thatcher por estas dos largas décadas de bendito mutismo progresista. Descanse en paz.

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