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Presente y pasado

Corrupción de menores / Regeneraciones necesarias / Culpas y crisis / Belicista Lutero

http://www.youtube.com/watch?v=qnMjanfWOzk&feature=related

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Otra miseria del mamarracho que se va: http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=35357

Rajoy habla, justamente, de regeneración económica, aunque no explica bien cómo la conseguirá. Pero hay pendiente una regeneración democrática y nacional no menos, sino más importante. Todos deseamos que las aborde, pero, hablando con mucha gente, veo que su argumento se reduce al penseo (pensar según el deseo, wishful thinking). No analizan la experiencia ni las propias palabras de Rajoy, ni la clase de personal de que se ha rodeado. Por mi parte, aun deseando lo mismo, soy de entrada muy escéptico. Ojalá los hechos me desmientan.

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Los poderosos, que incumplieron cuando quisieron los acuerdos de Maastricht, quieren ahora dictar la moral económica a los países deudores. Pero, debe insistirse, la crisis y sus resultados provienen tanto de los deudores como de los acreedores, por lo que todos deben pagar por ella. Ahora Alemania propone un recorte mayor en la soberanía de los países europeos, pero sin eurobonos, que serían una forma de compartir los malos resultados de una pésima política económica aplicada por todos. El euro ha sido, en definitiva, el resultado de la obsesión de las oligarquías burocráticas por acelerar una unidad política bajo el santo y seña del becerro de oro, al que se sacrifican la historia y culturas de Europa. La obsesión europeísta por una Europa antieuropea.

Fueron poquísimos los que vieron a tiempo la trampa cuando surgió el euro, uno de ellos el señor Rodríguez Calaza: "es muy bueno para Alemania y malo para España" porque, entre otras cosas, nos sujeta a decisiones ajenas y nos deja sin margen de maniobra frente a ellas. Leo ahora en el libro de Mario Conde De aquí se sale (no es que yo esté muy de acuerdo con el autor, pero en un tiempo de incertidumbre como este conviene tantear por aquí y por allá): "Recuerdo aquel anuncio que me crispó. Se emitió, me parece recordar, en plena campaña electoral del 2000. Se veía a un par de personas mayores, hombre y mujer, jubilados, y el hombre le decía a la mujer algo así como esto: Con el euro ya no tenemos que preocuparnos por nuestras pensiones porque ya estarán para siempre grarantizadas". La verdad es que, a la vista de la experiencia, el anuncio dice mucho sobre la calidad de nuestros políticos y sobre otras cuestiones. El mensaje subyacente, tipo Esaú, es que los españoles somos indignos de confianza, que más nos vale vender nuestros derechos, nuestra soberanía, por el proverbial plato de lentejas, porque otros defenderán mejor nuestros propios intereses. Y aunque nos quedemos luego sin las lentejas, los esaús de turno, que son muchísimos, siguen incapaces de sacar conclusiones de la experiencia. A más de un amigo he oído decir: "¿Tú imaginas lo que sería un Zapatero a cargo de la máquina de hacer billetes? Mejor que la cosa quede en manos de Alemania". Aunque, en manos en Alemania, hayamos llegado a lo que hemos llegado. Da igual. El desprecio hacia España, pues en el fondo se trata de eso, origina tales "conclusiones", ajenas a la sensatez y a la experiencia histórica.

Ahora The Economist saca un abusivo estudio comparando a los países del centro-norte de Europa con los del sur –abusivo, entre otras cosas, porque estos son bastante diferentes entre sí--, para sugerir la misma lección: los del sur "no valen" y lo más sensato es que dejen las riendas en los del norte, que marcan el camino, y se esfuercen en imitarlos. La cosa no es tan sencilla, porque también los países del norte afrontan muy serias dificultades, una de las cuales, pero no la única, la dificultad de cobrar unas deudas que ellos mismos han fomentado. Sin duda es un pecado endeudarse alocadamente, pero no lo es menos prestar de modo alocado (entre otras cosas, para facilitar la exportación de sus productos). Por otra parte, ¿qué decía The Economist cuando España creaba tanto empleo como el resto de Europa junta y solo se hablaba de "círculos virtuosos"? Todos sabemos analizar muy bien las situaciones después de que se produzcan… y arrimar el ascua a nuestra sardina.

En otra discusión ponía yo en duda que hubiera sido un acierto entrar en la CEE (lo he argumentado también en La Transición de cristal). Mi opositor meneaba la cabeza: ¡cómo se podía sugerir tal herejía! España no tenía más remedio que entrar en la CEE, porque nuestro comercio con ella era mayoritario, de otro modo quedaríamos aislados y males por el estilo. Le contesté que siempre nuestro comercio había sido mayoritariamente con Europa occidental, no era ninguna novedad, y que sin estar en la CEE, luego UE, España, lejos de verse aislada, había crecido durante catorce o quince años más rápido que ningún otro país del continente. La necesidad supuesta no nacía de ninguna exigencia económica, política ni histórica, solo de una "necesidad" psicológica un tanto neurótica: el autodesprecio y desconfianza en nosotros mismos. Durante aquellos años crecimos, además, con una economía sana, mucho más sana desde el punto de vista liberal, ya que lo hicimos con estado pequeño y bastante eficaz. La entrada en la CEE-UE ha venido acompañada de una expansión elefantiásica del estado y una dependencia mucho mayor del exterior, una pérdida de soberanía que complace a nuestro numerosísimos esaús, pero no debería hacerlo a cualquier persona sensata y consciente de la propia cultura e historia. Y nos hablan del tremendo coste de salir ahora del euro. Sin duda sería tremendo --como consecuencia de la neurosis "europeísta"--, pero ¿no lo está siendo la permanencia en él? Me recuerda la postura que teníamos los marxistas: la realidad no contaba ante la seguridad de la teoría y las especulaciones sobre el futuro.

En la historia se han producido muchas crisis y ninguna tenía una salida predeterminada (si fuera así, ni siquiera se habrían producido tales crisis). El caso es que hemos cometido muy graves errores y no ha sido el menor el cambio de soberanía por una lentejas que al final se han revelado ilusorias. Y debemos pagar esos errores, de un modo u otro. Pero el modo importa muchísimo, porque puede darnos más fortaleza y autoconfianza o convertirnos irremediablemente en satélites de poderes ajeno. Algo que desean fervientemente muchísimos españoles, por lo que se va comprobando. No cabe duda de que cada generación ha de hacer frente a sus desafíos y al final tiene lo que busca.

****Un falso problema. Escribe Carlos Alberto Montaner sobre el (relativo) atraso de España: "Lo cierto es que el país genera, relativamente, poca riqueza para poder costear el tipo de vida que la sociedad desea disfrutar". Esto puede predicarse de todas las sociedades, y de todas las personas, que siempre ansían mayor riqueza de la que tienen. Y, aunque no explícitamente, aduce los argumentos metafísicos de César Vidal. "Si se quiere vivir como los suizos hay que producir y administrar como los suizos" No es nada seguro que los españoles querramos vivir realmente como los suizos (aunque podemos envidiar la independencia de los suizos, que no por estar fuera de la UE son menos ricos o están más aislados). Por lo demás, la impresión que deja el artículo del señor Montaner es que España es un país pobre. No lo es de ningún modo. Está entre los diez o doce países más ricos del mundo, con el aditamente de un clima que facilita la vida en general, con menos gasto.

Si el señor Montaner se fijase en la historia, vería que España tiene una experiencia en la que apoyarse: aquellas décadas en que logró crecer a pesar de muy difíciles condiciones y de la hostilidad exterior, y aquellos quince años en los que se convirtió en una potencia industrial y superó las tasas de crecimiento europeas. Pero vemos cómo casi nadie quiere examinar la realidad histórica, ni siquiera recordarla. Bastan cuatro consignas vacuas y la descalificación del franquismo por "dictatorial" cuando si algo falta ahora en España es espíritu democrático, sustituido por demagogia.

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En Nueva historia de España:

En la irritación de Lutero subyacía un sentimiento nacionalista alemán que aflora en frases como "¡No hay nación más despreciada que la alemana! Italia nos llama bestias, Francia e Inglaterra se burlan de nosotros; todos los demás también"; "Los italianos se creen los únicos seres humanos"; los alemanes daban a Roma 300.000 florines anuales para alimentar a los criados del papa, a su pueblo e incluso a sus bribones y mercaderes; o, como llegaría a clamar en 1520, "Si castigamos a los ladrones con la horca, a los salteadores con la espada, a los herejes con la hoguera, ¿por qué, con mayor razón, no atacamos con las armas a estos maestros de perdición, (…) a la Sodoma romana, y nos lavamos las manos en su sangre?". No eran palabras vanas, pues los príncipes luteranos se dedicarían enseguida a expropiar monasterios y bienes de la Iglesia, y a torturar y matar a muchos eclesiásticos. Sin embargo la cuestión no era un simple pretexto nacionalista y al principio Lutero planteaba solamente un debate teológico.

No hubo debate. Muchos eclesiásticos y políticos defendieron por interés las indulgencias y amenazaron declarar hereje al agustino. El papa consultó al cardenal dominico Cayetano, que no vio herejía en las tesis de Wittenberg; pero otros dominicos le persuadieron a presionar a los agustinos para forzar a Lutero a retractarse. Lutero tenía el apoyo de varios nobles, eclesiásticos y gente común, y afirmó estar dispuesto a retractarse si se le demostraba su error mediante las Escrituras. Pero las Escrituras solían admitir más de una interpretación, y no hubo arreglo. Desde allí, las acciones y reacciones se encadenaron. El emperador Carlos V (y I de España) advirtió en 1521, en la Dieta de Worms: "Este hermano aislado yerra con seguridad al alzarse contra el pensamiento de toda la cristiandad, pues si él tuviera razón, la cristiandad habría andado errada desde hace más de mil años". Lutero fue excomulgado y pasó a establecer una nueva teología que rompía en puntos clave con la elaborada por la Iglesia en los siglos precedentes, iniciándose una sucesión de tumultos y luchas entre ciudades y países.

Así, Lutero no solo rechazó las indulgencias, sino el mismo purgatorio, atacó la autoridad del pontífice, tratándole de Anticristo, y llevó más allá la línea conciliarista, popular en Alemania, que concedía mayor autoridad a los concilios que al papa: ahora los concilios tampoco significaban nada, porque la relación entre Dios y el cristiano se establecía de modo individual, a través de la libre y personal interpretación de las Escrituras y por medio de la fe, anulando el magisterio de la Iglesia. Solo la fe, don de gracia divina, salvaba al hombre. Como vimos, algunas de estas ideas estaban esbozadas por nominalistas como Occam o Marsilio de Padua en las disputas escolásticas. Para Lutero, el hombre es por naturaleza pecador y corrompido, no puede siquiera apreciar el valor de sus obras piadosas, pues su razón y voluntad están a su vez corrompidas y en cualquier caso no puede penetrar el designio de Dios, solo atenerse a las Escrituras.

¿Cómo puede el hombre saber de su salvación? El tomismo hegemónico en la Iglesia establecía que la razón, junto con la gracia, era un potente medio de comprensión de la voluntad divina y una guía en la práctica religiosa, y que las obras deben acompañar a la fe. Para Lutero, la razón "es la ramera del diablo, que solo calumnia y perjudica las obras de Dios (…) Debería ser pisoteada y destruida, ella y su sabiduría (…) Es y debe ser ahogada en el bautismo"; aunque, de modo contradictorio, sus controversias son un ejercicio agónico de razonamiento. La fe salvadora se manifestaría en un sentimiento personal de unión con Dios, de ser amado por Dios. Contra Erasmo decía: "¿Quién creerá, preguntas, que Dios le ama? Te respondo: ningún hombre lo creerá ni podrá creerlo [por medio de la razón]; los elegidos empero lo creerán, los demás perecerán sin creer, entre reproches y blasfemias, como tú aquí"; "Nuestra salvación está fuera de nuestras propias fuerzas e intenciones y depende solo de la obra de Dios. ¿No sigue de ahí claramente que, cuando Dios no está en nosotros con su obra, cuanto hagamos es por fuerza malo y sin provecho para nuestra salvación?"; "Si Dios obra en nosotros, entonces nuestra voluntad, cambiada y suavemente tocada por el hálito del Espíritu de Dios, nuevamente quiere y obra [el bien] por pura disposición, propensión, y en forma espontánea". Las obras humanas, por tanto, no tenían utilidad para la salvación.

En ese contexto cobran sentido frases como "El cristianismo consiste en un continuo ejercicio en el sentimiento de no estar en pecado, aunque peques, porque tus pecados recaen sobre Cristo". O bien: "Peca y peca fuertemente, pero confíate a Cristo y goza en él con mayor intensidad, porque Él vence al pecado y la muerte. Mientras estemos en la tierra tendremos que pecar, porque en esta vida no habita la justicia, pero esperamos, como dice Pedro, unos cielos y una tierra nuevos donde more la justicia. Basta con reconocer al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, y de Él nos apartará el pecado, aun si fornicamos y asesinamos miles de veces en un solo día".

Esta posición destruía el libre albedrío, un punto crucial de la doctrina católica sobre todo desde santo Tomás de Aquino, como base de la ética y la responsabilidad personal. Para Lutero solo Dios tenía resuelto desde la eternidad quiénes habían de salvarse o condenarse. El individuo era libre de interpretar a su gusto las Escrituras pero, por paradoja, estaba determinado y nada podía hacer al respecto. Ello le enfrentó a Erasmo, su antiguo amigo y en parte inspirador, que no quería romper con Roma, sino arbitrar y conciliar las dos posiciones, pero iba a encontrarse sentado entre dos sillas, tachado de incoherente desde las dos partes. Contra las tesis de Lutero escribió el tratado De libero arbitrio: si, según Lutero, el hombre no precisa la Iglesia ni órganos intermedios entre él y Dios, y puede interpretar la Biblia como único sacerdote de sí mismo, ¿cómo se concilia esta supuesta libertad con su total incapacidad de elección moral? Para Erasmo, el hombre puede superar las consecuencias del pecado original ayudado por la gracia, la voluntad y la razón: todas ellas apuntan al mismo objetivo. La libre voluntad no queda impedida por el hecho de que los designios de Dios sean en gran parte oscuros para la mente humana. Si Jesús llora por una Jerusalén que le rechaza e invita a los judíos a seguirle, es porque reconoce el libre arbitrio; y si al hombre, según Lutero, no le es posible aceptar ni rechazar la gracia divina, ¿qué sentido tiene hablar de recompensa, castigo y obediencia, como hacen continuamente las Escrituras?

Replicó Lutero con De servo arbitrio ("Sobre el arbitrio esclavo"): la presciencia divina no deja lugar a la contingencia: "Cuanto hacemos, cuanto sucede, aunque nos parezca ocurrir mutablemente y que podría ocurrir también de otra forma, de hecho ocurre por necesidad, sin alternativa e inmutablemente, si nos referimos a la voluntad de Dios.". "El destino puede más que todos los esfuerzos humanos". "Si esto se pasa por alto, no puede haber fe ni ningún culto a Dios". "El hombre no posee un libre albedrío, sino que es un cautivo, un sometido y siervo ya sea de la voluntad de Dios, o la de Satanás". "El libre albedrío es nada". Y si el hombre no es libre, no es responsable de sus obras, que nada valen ni cuentan para su salvación a los ojos de Dios. Lo que cuenta es la gracia manifiesta en el sentimiento personal de la fe. Posición contraria también a la convicción clasicista o humanista del hombre como artífice de su destino.

El luteranismo, catapulta del movimiento protestante, suprimió los santos, las imágenes, la Virgen como intercesora, los sacramentos menos el bautismo y la eucaristía, los monasterios (Lutero se exclaustró y se casó con una ex monja) y el celibato eclesiástico: los sacerdotes eran sustituidos por "pastores" elegidos por la comunidad y con limitado poder orientativo (…).

Presentándose como reforma, era una ruptura revolucionaria con respecto a cuestiones esenciales, dogmáticas, litúrgicas y de procedimiento. Destruía la Iglesia asentada mil quinientos años antes, sustituyéndola por una probable multitud de iglesias según prefirieran unos y otros interpretar la Biblia. Salvo por la inspiración en Cristo y los Evangelios, podía considerarse una nueva religión.

En el pasado, otras rebeliones dogmáticas habían sido disueltas o aplastadas con bastante facilidad por el poder del Papado y el de los reyes, pero en esta ocasión no fue así. Lutero fue protegido por diversos príncipes alemanes deseosos de apoderarse impunemente de los bienes eclesiásticos, y llegaría a formarse una poderosa alianza de ellos (la Liga de Esmalkalda, de 1532) para afrontar por las armas a los católicos; el emperador Carlos no pudo dedicar todo su esfuerzo a la lucha contra los protestantes, por tener que atender a las guerras con Francia y al peligro turco; la nueva doctrina llegaba a muchas personas por la libertad que otorgaba para interpretar la Biblia y para prescindir de las imposiciones de un clero en buena parte corrompido y escandaloso; además daba pie a un sentimiento nacional alemán opuesto al poder latino de Roma. Por su impacto espiritual y material, el protestantismo se convertiría en unos años en una realidad social expansiva por todo el norte de Europa.

Por ello Lutero fue acusado de auspiciar el motín y la disgregación de la cristiandad, como le decía Erasmo. Lo cual no le arredraba, e invocaba en su favor los Evangelios: "No he venido a traer la paz, sino la espada"; "He venido a echar fuego a la tierra"; "Lee en los Hechos de los Apóstoles los efectos en el mundo de la palabra de Pablo (…), cómo él solo excita a gentiles y judíos o, decían entonces sus mismos enemigos, "trastorna el mundo entero". "El mundo y su dios no pueden ni quieren tolerar la palabra del Dios verdadero, y el Dios verdadero no quiere ni puede callar. Y si estos dos Dioses están en guerra entre sí, ¿qué puede producirse en el mundo entero sino tumulto? Querer aplacar estos tumultos significa querer abolir la palabra de Dios e impedir su predicación". Con ello contrariaba el anhelo de paz entre cristianos de Erasmo, Vives y tantos otros, a quienes advertía "No ves que estos tumultos y facciones infestan el mundo de acuerdo con el plan y la obra de Dios, y temes que el cielo se venga abajo; en cambio yo, a Dios gracias, entiendo las cosas correctamente, porque preveo tumultos mayores en el futuro, comparados con los cuales los de ahora semejan el susurro de una ligera brisa o el quedo murmullo del agua". El emperador Carlos había declarado: "Me arrepiento de haber tardado tanto en adoptar medidas contra él".

Esta resolución no dejó de flaquear en ocasiones, dados ciertos efectos indeseados de sus doctrinas: "Cuanto más se avanza, peor se torna el mundo (…). Bastante se ve cómo el pueblo es ahora más avaro, más cruel, más impúdico, más desvergonzado y peor de lo que era bajo el papismo". No obstante, su determinación persistía: "¿Quién se habría puesto a predicar, si hubiéramos previsto que de ello resultarían tantos males, sediciones, escándalos, blasfemias, ingratitudes y perversidades? Pero ya que estamos en ello, hay que tener buen ánimo contra la mala fortuna".

Uno de los problemas fue, en 1524-5, la revuelta de los campesinos oprimidos por los magnates protestantes y que exigían mejoras políticas y económicas, y que encontraron un líder visionario en Thomas Münzer, pastor luterano con ideas propias (Ya señalado en este blog) (…)

También consideraba la brujería como una realidad eficaz y promovía la persecución y quema de brujas. Sus diatribas antihebraicas no eran menos radicales en su libro Contra las mentiras de los judíos (ya expuesto en este blog).

Las cuestiones planteadas por Lutero giran en torno a la salvación, expresión, a su vez, de una ansiedad propia de la psique humana desde la noche de los tiempos, expuesta de forma peculiar en el cristianismo. El mundo, lleno de placeres y de penalidades que fácilmente se transforman los unos en los otros, parece arbitrario e injusto, falto de sentido, "un laberinto de errores" como decía Pleberio, y el bien y el mal se confunden. Una posibilidad racional sería considerar el mundo radicalmente injusto, por lo que el restablecimiento de la justicia exigiría otro mundo en el cual los malvados tendrían el castigo, y los buenos la recompensa que el mundo les negaba. Dado el conjunto de sus puntos de vista, la salvación o condena estaba predestinada y solo Dios podía saber quiénes se salvarían. Un punto de vista arduo de conciliar con la necesidad de predicar el Evangelio, y radicalmente angustioso. Calvino, discípulo de Lutero, encontró cierta salida al señalar unos indicios que permitían al individuo creer en su pertenencia al grupo de los justos: una vida austera y piadosa, y el éxito en las empresas económicas u otras, permitirían intuir en esta vida la salvación en la otra. El calvinismo ofrecía así un consuelo que le ganó gran popularidad y expansión por varios países europeos, en disidencia parcial con el luteranismo puro.

Una dificultad de la nueva doctrina la expuso el propio Lutero con sarcasmo: de pronto resultaba que nobles, ciudadanos y campesinos "entienden el Evangelio mejor que yo o San Pablo; ahora son sabios…". "Algunos enseñan que Cristo no es Dios, otros enseñan esto y aquellos lo otro (…) Ningún patán es tan rudo como cuando tiene sueños y fantasías, cree haber sido inspirado por el Espíritu Santo y ser un profeta".

Pero, llevada la teoría a sus consecuencias lógicas, las interpretaciones bíblicas de cualquier patán valían tanto como las del mismo Lutero, pues bastaba que fueran sentidas con sinceridad, y ¿quién podría decidir si lo eran o no? Por eso las tendencias disgregadoras en el protestantismo fueron siempre muy potentes, y de ahí las polémicas en las que el esfuerzo de la denostada razón jugaba el papel determinante; y de ahí los organismos e inquisiciones contra los disidentes, para evitar la disolución general.

Pero había más: sobre esas bases, la interpretación de las Escrituras por la Iglesia católica debía ser reconocida tan buena como cualquier otra. Y aunque podía argüirse que muchos la aceptaban no por convicción ni con sinceridad, sino por temor a ser considerado hereje y castigado, lo cierto es que otros muchos lo hacían con plena convicción y un sentimiento de identificación con Dios no menos intenso que el que pudieran exhibir Lutero, Calvino u otros dirigentes protestantes (…).

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