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Presente y pasado

Un equívoco histórico muy común


Contra lo que suele decirse, los Aliados occidentales (fundamentalmente los anglosajones) no lucharon en la II Guerra Mundial contra el nazismo, sino contra el expansionismo alemán. Ciertamente las dos cosas fueron aparejadas, pero no deben confundirse. Durante años, los posteriores Aliados no pusieron demasiadas objeciones a aquel totalitarismo, pues lo consideraban un valladar frente a un totalitarismo que juzgaban peor, el soviético. Y tenían bastante razón, por cuanto este último no cesaba de impulsar la revolución por todo el mundo y ya acumulaba montañas de cadáveres, mientras que el nazi todavía distaba mucho de cometer los crímenes masivos de la guerra mundial. Además, Hitler se había ganado a la mayoría de los alemanes acabando con el paro, con la sensación de ser un pueblo apestado, etc., y el propio Churchill llegó a expresar cierta admiración por él.

Los Aliados, en aquel momento Francia e Inglaterra, declararon la guerra a Alemania porque su ataque a Polonia rompía definitivamente el equilibrio europeo salido de la I Guerra Mundial; en cambio siguieron en paz con la URSS, que agredió igualmente a Polonia y se quedó con más de la mitad de ella, aparte de suministrar a Alemania materias primas esenciales para la guerra, rompiendo el bloqueo que intentaban imponerle las democracias; y poco después atacó los Países Bálticos, a Finlandia y a Rumania, sin que tampoco le fuese declarada la guerra (en el caso de Finlandia sí estuvieron a punto de declararla Francia e Inglaterra, lo que habría cambiado por completo la historia posterior).

Ni siquiera en el curso de la guerra mundial lucharon los Aliados occidentales ante todo contra el nazismo, sino por intereses nacionales, como demuestra su pasividad ante el Holocausto, denunciada por varios líderes hebreos (he citado aquí a Menájem Beguin y a Ariel Sharon) o su negativa a salvar la vida de un millón de judíos a cambio de unos miles de camiones. Lo revela también el hecho de que su no beligerancia hacia Stalin se transformase en abierta alianza con él. No digo que esa alianza no estuviera justificada por razones estratégicas (después de todo la URSS terminó salvando a los occidentales en mucha mayor medida que estos a la URSS); pero ahí no hubo la menor oposición al totalitarismo y a sus crímenes, desde luego. En todo caso, como consecuencia –probablemente ineludible– de esa alianza, media Europa pasó a ser "liberada" por Stalin.

En cuanto a España, Franco simpatizaba con Hitler, que le había ayudado a librar al país de la revolución, pero no se identificaba con él, y menos con su ideología, ni unió su destino a Alemania; y su neutralidad o no beligerancia contribuyó de modo muy importante a la victoria de los Aliados, deuda impagable que estos contrajeron con Franco, y que tan mal le pagarían, en parte por efecto de su alianza con Stalin.

Es curioso el odio a España que albergan algunos, que les lleva a atacar a su propio país por no haber hecho lo suficiente, aseguran "contra el monstruo del nazismo". ¡Ellos sí que habrían hecho lo inverosímil! Le llaman ética.

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**** En el discurso de Obama hay un factor muy interesante: su llamamiento a movilizar toda la fibra moral de la nación, ¿es simple retórica grandilocuente o responde realmente a una situación crítica? ¿Es la crisis tan profunda y de futuro tan alarmante que exige poner en tensión todas las fuerzas morales del país? Si se trata de esto último, podemos ver la enorme distancia entre Obama y un memo como Zapo.

**** Once eurodiputados del PP dicen "sí" al aborto, la eutanasia y las bodas gays

Esos y otros son partidarios activos. Los demás lo son pasivos: o no se oponen, o callan. El PP de Rajoy, un partido comparsa de Zapo tras haber liquidado la oposición democrática en España. Entre los activos está Vidal Quadras, cuya hora política pasó.

**** Pujol regaña a Buenafuente por no decir "gilipollas" en catalán

¿Y por apellidarse Buenafuente no le regaña? Eso es mucho más grave, porque lo de gilipollas lo dirá de vez en cuando, pero con el Buenafuente va a todas partes. Bonafont, que se cambie a Bonafont.

**** Hay en España tendencia a demostrar desinhibición y desprejuiciamiento en relación con las prostitutas ("trabajadoras del amor" las llamaba un líder socialista, muy trabajador él también). Desde luego, una cosa son las personas que ejercen la prostitución, entre las que hay de todo, como en todas partes, y otra muy distinta la prostitución como tal, un oficio sin duda vil y envilecedor. Es muy dudoso que quienes dicen comprender con tal simpatía a esas "trabajadoras" acepten casarse y tener hijos con ellas, cosa por lo demás muy natural. Ocurre, además, que la prostitución va casi siempre unida a las drogas, el alcohol y diversas formas de delincuencia, razón por la cual los barrios en que se ejerce de preferencia se degradan y obligan a muchos vecinos a abandonarlos.

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Hoy, en Época

ANTISEMITISMO Y ANTIDEMOCRATISMO

No creo que la oposición a Israel en Europa provenga del antisemitismo, como solemos oír. Se trata de un movimiento que enraíza con otros como el llamado pacifismo de hace décadas, prosoviético y en muchos casos manejado directamente por el KGB; es decir, se trata de un movimiento antidemocrático y antioccidental. Y utiliza trucos parecidos: antaño, los agresores no serían los comunistas sino quienes les resistían, y las libertades, bien explotadas por los mismos pacifistas europeos carecerían de valor, serían solo el disfraz de la "explotación capitalista" y del "fanatismo antisoviético", siempre ansioso de guerras. Para ellos, el antisemitismo propiamente hablando tiene poca importancia: quieren la destrucción de Israel porque lo consideran la avanzadilla del "imperialismo" en Oriente Próximo, sin derecho a defenderse.

No por casualidad coinciden ahí feministas y homosexuales militantes –pese al tratamiento que reciben en el islam unos y otras– etarras, proetarras, separatistas varios y comunistas, también pro nazis. Y, desde luego, el PSOE, partido siempre pro terrorista, con un historial propio en ese tipo de actividad, y proclive a apoyar las dictaduras de izquierda, desde Sadam a Castro, e incluso clericales como la de Irán. ¿Qué une a un conjunto tan heteróclito? No, desde luego, la simpatía por los sufrimientos de los palestinos o de los demás pueblos árabes. Otros muchos pueblos, como en Sudán, padecen matanzas y miserias harto peores, causadas precisamente por poderes musulmanes, sin que a nuestros progres, pro nazis, separatistas o socialistas les cause la menor preocupación. Señalemos además que la mayoría de los sufrimientos de los árabes proceden de sus propios regímenes, despóticos y corruptos casi sin excepción.

Lo que une a todos ellos es la oposición al "imperialismo", como llamaban los comunistas a la democracia; les une el antioccidentalismo y el anticristianismo. La aversión común a esos valores lleva a los zerolos a desentenderse de la suerte de sus semejantes en Irán, a los feministas a pasar por alto la situación de las mujeres en los países musulmanes, a los humanitarios a mirar para otro lado ante las masacres perpetradas por los terroristas o los estados árabes, a los pacifistas a encontrar muy razonable el lanzamiento de misiles contra los judíos, y a los ateos y laicistas a simpatizar con el islam y promover su expansión por España. Casi todos ellos afirman no ser antisemitas, y tienen razón. Si detestan a Israel es porque son enemigos de las libertades, de la autonomía del individuo y de la limitación del poder. Aspiran a un poder absoluto capaz de remodelar al ser humano de acuerdo con sus ideas seudorredentoras de tres al cuarto, y los regímenes musulmanes, remodelen o no al hombre, son por lo menos absolutistas.

Sorprende que en el continente europeo, donde se desarrollaron el cristianismo, las doctrinas contra la tiranía, el pensamiento democrático, y que ha pasado recientemente por traumas como el nacionalsocialismo o el socialismo real, sigan produciéndose tales movimientos de masas. Pero, como acertó a decir Azaña, "la libertad no hace al hombre feliz, lo hace simplemente hombre". En parte la libertad se lleva mal con la felicidad, porque la primera implica el reconocimiento de la disparidad de ideas, sentimientos e intereses entre los individuos, crea una tensión social incómoda y por tanto impone normas que limitan nuestros deseos, y de paso nuestra felicidad. Esa contradicción la perciben oscuramente los movimientos que ahora se manifiestan contra Israel como no hace tanto rechazaban las medidas tomadas por Usa y otros países para frenar la expansión comunista o contrarrestar su amenaza. En el fondo aspiran a una felicidad garantizada por un estado todopoderoso; anhelo tan fuerte que contra él valen poco las lecciones de la experiencia.

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