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Raúl Benoit

Legitimando la ilegalidad

Revolcándose en la tumba debe de estar el libertador Simón Bolívar, al saber que su ideal fue usurpado por una manada de lobos hambrientos de poder y dinero.

Revolcándose en la tumba debe de estar el libertador Simón Bolívar, al saber que su ideal fue usurpado por una manada de lobos hambrientos de poder y dinero.

Cómplices son todos aquellos que, sabiéndolo o sospechando, se quedan calladitos o aceptan la perversidad como si fuera normal para no meterse en problemas o para sacar provecho. Los hay por acción u omisión, pero ambas maneras son condenables.

Algunos mandatarios de América Latina han ignorado la crisis que vive Venezuela, aunque conocen los antecedentes retorcidos del chavismo para imponer un Gobierno totalitario camuflado en la democracia.

Cómplice es Enrique Peña Nieto, presidente de México, quien se negó a recibir a Henrique Capriles y reconoció a Nicolás Maduro pero dijo: "No podemos ser parte de un conflicto interno". Si fuese cierto su enunciado, recibiría al opositor para mantenerse imparcial.

Cómplice también es Juan Manuel Santos, de Colombia, quien, además, añade la ambigüedad y la imprecisión. Primero se sentó a platicar con Capriles y después con Maduro, con quien derrochó elogios y adulación, casi al punto del servilismo, poniendo a Hugo Chávez como un "líder" para el bien y no para el mal, como realmente lo fue.

Cómplice es Dilma Rousseff, de Brasil, quien recibió a Maduro con banda de guerra y otros honores que merecen jefes de Estado elegidos legalmente, dándole una bofetada a la mayoría del pueblo venezolano, que no quiere más chavismo en su país.

Cómplice es Ollanta Humala, presidente del Perú, quien sacó un pretexto de tener un compromiso lejos de Lima para evadir la reunión con Capriles… Y la lista sigue.

No debemos ignorar el fraude electoral que puso ilegalmente en el poder a Maduro el 14 de abril pasado.

No se puede olvidar que su Gobierno mantiene contacto clandestino con las FARC y sigue permitiendo que los guerrilleros se escondan en su territorio. Tampoco pasemos por alto que funcionarios chavistas permiten el narcotráfico por Venezuela.

No excusemos las instrucciones que dan los hermanos Castro desde Cuba y cómo cientos de comunistas hacen parte del ejército y la red de salud venezolanos. El chavismo da empleo a extranjeros que son espías consentidos por el régimen, como lo hacen en la isla las milicias que vigilan los barrios, buscando inconformes de la revolución para delatarlos.

Ser compinches de una copia del bufón de América, como lo era Chávez, es un error histórico. ¿Lo hacen por petróleo? ¿Lo respaldan porque están de acuerdo con la represión al pueblo, la coacción de la libertad de prensa, la expropiación de bienes, empresas e industrias? ¿Toleran esos mandatarios latinoamericanos que una minoría gobernante se enriquezca y narcotrafique en aras de la revolución bolivariana?

Se entiende pero no se acepta que otros Gobiernos, algunos de ellos igualmente con sospechas de imponerse de manera ilegal, como el de Daniel Ortega en Nicaragua, glorifiquen el chavismo. Incluso se entiende que Rafael Correa, de Ecuador, quien realmente tiene respaldo popular, avale las porquerías de Maduro y su pandilla. Pero no se concibe por qué lo apoyan los Gobiernos que la democracia real eligió.

Revolcándose en la tumba debe de estar el libertador Simón Bolívar, al saber que su ideal fue usurpado por una manada de lobos hambrientos de poder y dinero.


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