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Santiago Abascal

La metástasis de la corrupción

Se han repartido lo de todos como auténticos saqueadores, casi regodeándose en el daño, como si quisieran evitar que la casa común volviera a ser habitable.

Cuando yo militaba en el Partido Popular del País Vasco, nuestras preocupaciones diarias se reducían a dos: plantar cara política al nacionalismo y regresar a casa de una pieza. Lo primero ya se ha difuminado en el PP vasco, pero yo me he prometido no olvidar que muchos no consiguieron lo segundo.

Con mucha tristeza puedo entender –nunca compartir– que el miedo y el fatalismo marianista hayan ido calando en esa organización hasta hacerles doblar la rodilla ante los terroristas y sus cómplices de otras siglas y otras autonomías. Pero durante esta semana pasada me ha sido complicadísmimo imaginar que mientras nosotros mirábamos debajo del coche otros compañeros del partido se pagaban fiestas con tarjetas negras, confiados en que la transversalidad de la corrupción les hacía impunes. A la ignominia de Gürtel o la de los ERE hay que añadir la infamia de los discursos que algunos nos traían de visita, cuando les tocaba llenar la cuota en el funeral o en la campaña, regalando palmaditas en la espalda. Demasiado tarde hemos entendido que eran auténticos puñales.

El escándalo de las tarjetas de Caja Madrid es el penúltimo ejemplo de cómo una generación de dirigentes ha llevado España al borde del caos económico, político y social. De verdad que cuesta –no por inverosímil, sino por mantener el dominio de los impulsos– imaginarles de mariscadas y lupanares mientras con su gestión hundían el sistema financiero español, mientras liquidaban las cajas de ahorro –aquellos montes de piedad– que durante más de un siglo recogieron los pequeños ahorros de los trabajadores y financiaron una vasta obra social.

De aquello nada queda, sólo deudas que tendremos que explicar a nuestros hijos. De PP a PSOE –pasando por Izquierda Unida y nacionalistas–, de patronal a sindicatos, de poder a poder, en fin, se han repartido lo de todos como auténticos saqueadores, casi regodeándose en el daño, como si quisieran evitar que la casa común volviera a ser habitable.

Las noticias de su insaciable avaricia abonan la ira de los españoles cercados por la ruina, enfrentados –quizá por primera vez en la historia– a vivir peor que sus padres, una vez desmanteladas las clases medias. Algunos, como hemos visto este fin de semana, tratan de convertir esa justa indignación en los odios políticos de siempre, los de las banderas rojas, aunque la historia ha demostrado con demasiada sangre que donde triunfan nunca se repone la justicia social pero se liquidan las libertades individuales.

Otros, en cambio, seremos implacables exigiendo responsabilidades, pero al mismo tiempo sabremos tender la mano sincera a todos los que quieran para España una auténtica regeneración moral –incluso desde la divergencia política–, a todos los que comprendan que los viejos partidos y sindicatos ya no sirven, porque la corrupción hace tiempo que ha hecho metástasis.


Santiago Abascal, presidente de Vox.

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