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Santiago Abascal

El ocaso de Rajoy y la encrucijada de España

Si quienes amamos a España no somos capaces de unirnos bajo el prisma de lo nacional, entonces los enemigos, que son muchos y además internos, acabarán arrasándolo todo.

Rajoy ha caído, y mucho hemos escuchado ya sobre los motivos coyunturales que lo han provocado, como la sentencia del caso Gurtel, la deslealtad del mal llamado "nacionalismo moderado", el oportunismo de un socio de gobierno tan inestable como poco fiable o la enésima traición socialista a España, pactando su llegada a la Moncloa con toda la turba totalitaria y antisistema, cuyo único objetivo es que no haya Moncloa desde la que gobernar nada. Sin embargo, poco se escucha acerca de los motivos estructurales que han puesto en jaque al Partido Popular, motivos que pueden resumirse en uno solo, la propia debilidad o irrelevancia del PP, derivada de su política, o más bien de la ausencia de ella.

Rajoy llegó a acumular el mayor poder territorial que se ha tenido nunca en democracia en España. Recibió en 2011 una contundente mayoría absoluta para acometer reformas, algunas incluso impopulares pero que se entendía eran necesarias, y para revertir el insidioso modelo ideológico de Zapatero, basado en la fragmentación social y el caos permanente. Pero no hizo ni lo uno ni lo otro. Es más, lejos de revertir dicho modelo, lo afianzó en todo lo posible. Y lo peor de todo es que lo hizo a sabiendas, como se ha demostrado ahora que el PP enmienda en el Senado sus propios Presupuestos para dejar al PNV sin los 540 millones de euros que consiguió mediante el chantaje parlamentario.

A Rajoy comenzó a consumirlo su traición, no ya a los votantes populares sino a la dignidad, a la decencia y a la moral, cuando aceptó antes incluso de llegar al poder la hoja de ruta que Zapatero diseñó con ETA. Una hoja de ruta por la que renunciaba a derrotar al terrorismo etarra, que tanto dolor ha causado, a cambio del cese de los asesinatos, de manera que una banda criminal que siempre actuó con motivaciones políticas se veía así premiada por dejar las armas mediante la legitimación de los objetivos políticos por los que había luchado. Y el responsable de semejante claudicación del Estado y de tamaña condena eterna a las víctimas no ha sido otro que Rajoy. Ese acostarse con ETA comenzó a minar el enorme apoyo popular conseguido por el PP en 2011, pero no ha sido ni mucho menos el único ejemplo de una antipolítica que ha acabado ahuyentando del partido a más de la mitad de su electorado. En un ejercicio mayúsculo de cinismo, la Ley de Memoria Histórica no fue derogada, lo que permitió que en torno a lo que fue la Guerra Civil la izquierda construyera un relato falso que blanqueaba sus crímenes, servía de base para la persecución política de todo aquel que haya tenido la más mínima relación personal o familiar con el régimen franquista y silenciaba y criminalizaba al disidente. Y a pesar de todo ello, Rajoy recibió una prórroga de los electores, atemorizados por ese demonio creado en Moncloa y alimentado al calor del chavismo.

Cataluña, sin embargo, ha sido la tumba definitiva de Rajoy, la puntilla a un proyecto político caracterizado por la inexistencia de proyecto y por la ausencia absoluta de política. Pensaron en Moncloa que podían navegar nuevamente entre las declaraciones firmes y los actos cómplices, entre bambalinas, azuzando el miedo al separatismo con el falso mantra de que "España será con el PP o no será". Rajoy mintió cuando dijo que no habría consulta el 9-N. Mintió cuando dijo que no habría referéndum. Permitió el acto de declaración de independencia y la fuga de quienes lo perpetraron y, en el colmo de los despropósitos, intervino la Generalidad de mentira y solo forzado por la gigantesca respuesta popular en la calle y el contundente discurso del Rey en aquellos días de octubre, con un 155 tan falso que el bombardeo separatista desde la gran cueva del odio europea que es TV3 continúa con sus actividades impertérrita. Y en este punto el PP comenzó su desplome absoluto, siendo de esa soledad de la que nace la oportunidad de Sánchez, legalmente irreprochable, pero moralmente deleznable.

No ha sido la corrupción, como falazmente repiten los medios monstruosamente creados por el propio Gobierno. La corrupción ha sido la munición que ha utilizado el sorayismo para aplastar al disidente interno, a todo aquel que siquiera soñara con suceder a Rajoy, como vía rápida para garantizarse el único objetivo que tan siniestro personaje persigue: la Presidencia del Gobierno. Una alianza perfecta para sus propios intereses, que implica por igual a los servicios de espionaje y a los medios de comunicación que ella misma ayudó a crear. Ha sido la destrucción del PP, motivada por el abandono absoluto de sus valores y compromisos electorales.

Su caída fue igual de triste que toda su etapa en Moncloa. Sin dignidad, ausente, encerrado en unas verdades que solo él y sus más allegados, con Arriola y Soraya al frente, ven. Apuñalado por un PNV ante el que hace apenas unos días doblaba la rodilla aceptando los más lesivos e infames presupuestos generales para España en años a cambio de más tiempo en el poder. Porque no ha sido ejercer el poder, sino estar en el poder, el único faro que ha dirigido las decisiones políticas de Rajoy, y de ese egoísmo personal es del que nace nuestra encrucijada. Leninistas, bilduetarras y separatistas han sido capaces de dejar a un lado sus diferencias programáticas en aras de un objetivo común, destruir España, más cerca que nunca debido a ese suicidio del partido de la derecha y a la debilidad de un Sánchez a la desesperada. Y es por ello que España tiene que votar, porque todos los españoles tienen el derecho de poder expresarse no sobre la operación política de Sánchez, sino sobre los compañeros de viaje en un momento de extrema debilidad del Estado, con un golpe en curso en una parte de nuestra Patria.

Enfrente de tamaña amalgama de agentes destructivos siempre vamos a estar desde Vox. Y, en ese sentido, el rotundo éxito de actos como el de este domingo en Barcelona, con más de 2.000 asistentes, no hace más que reforzar nuestra convicción de que lo mejor de España está por venir. Y sería extraordinario, casi imperativamente necesario, dada la extrema urgencia de las medidas a tomar, que en la misma trinchera podamos confluir todos los que amamos esta gran Nación que es España. Nada sería más bienvenido que un PP que se quite las esposas del sorayismo/rajoyismo y un Ciudadanos que abandonara sus complejos dejando de ocultar bajo la bandera europea la única bandera en riesgo aquí, que es la española. Porque si quienes amamos a España no somos capaces de unirnos bajo el prisma de lo nacional, entonces los enemigos, que son muchos y además internos, acabarán arrasándolo todo. Entonces no habrá que preocuparse por nuestras diferencias programáticas en economía, educación, sanidad o modelo social, simplemente porque no habrá economía, educación, sanidad o modelo social del que poder preocuparse. Porque Rajoy, siguiendo el modelo que llevó a Clinton a la Casa Blanca en 1993 contra George Bush padre, pensó que era solo la economía. Pero estaba, como muchos hemos dicho siempre, equivocado. No es solo la economía. También es el ideario, los valores, los principios. Es nuestra unidad, nuestra libertad, la igualdad de todos, la propiedad privada. Y, sobre todo, es España.

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