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Zoé Valdés

Ajuar playero de moda en Francia

Me gustaría ver a las musulmanes arrancarse las vestimentas y mesarse los cabellos en contra del terrorismo islamista, pero no, no lo hacen.

La prenda de ropa de la que más se ha hablado y escrito este verano en Francia (otrora país de las starlettes medio desnudas en Cannes) es el burkini. El burkini es una trusa o bañador enterizo que cubre desde la cabeza hasta los tobillos a las mujeres musulmanas que acuden a las playas y piscinas europeas; empezó a dar de qué hablar cuando algunas populares marcas de ropa crearon colecciones que fueron mostradas y puestas a la venta en las vitrinas de las tiendas que representan y albergan esas marcas. Unas cuantas personalidades criticaron públicamente el exceso y otras reprobaron temerosas y discretamente. ¿Cómo iban la religión musulmana y sus símbolos a imponerse ahora hasta en los espacios de recreo de una sociedad laica, cuando inclusive las cruces cristianas han sido retiradas de los centros educativos y de los hospitales, ante la exigente demanda de esos mismos musulmanes?

El hecho es que la aparición del burkini fue recibida por la mayoría de las musulmanas con triunfante alegría.

En Cannes no abundan ya las starlettes de senos abultados y muslos endiablados a lo Brigitte Bardot. No, Cannes es también el destino de ricas familias árabes saudíes durante sus exclusivos veranos. Cannes entonces fue descubriendo poco a poco en sus playas a unos seres envueltos en trapos negros que, digámoslo como es, ensombrecían y afeaban la nitidez de la arena y el cielo cremoso disuelto entre los más divinos azules y el tenue amarillo de su sol. El asunto es que el fenómeno de los burkinis fue extendiéndose rápidamente por las costas estivales, y finalmente varios alcaldes decidieron prohibirlos. El primer ministro, Manuel Valls, ha manifestado que está de acuerdo con la prohibición.

Algunas voces musulmanas de Francia se han rebelado en contra de la prohibición de los burkinis. Sus opiniones han llegado a los periódicos más importantes de este país. Se sienten encolerizadas, han dicho, y desprotegidas ante la ley francesa.

Bien, amén de que esas mujeres pueden alzar aquí la voz y ser escuchadas y publicadas en la prensa europea, lo que no ocurre en muchos de los países árabes donde, por cierto, la única ley impuesta es la ley de la sharia, no he visto a estas musulmanas tan igualmente airadas frente a los recientes actos terroristas en Francia. Me gustaría verlas arrancarse las vestimentas y mesarse los cabellos en contra del terrorismo islamista, pero no, no lo hacen.

La célebre académica feminista Elisabeth Badinter ha publicado un llamado a boicotear las marcas que pusieron de moda y en venta los burkinis. No estoy tan segura de que ese boicot se lleve a efecto ni, mucho menos, de que llegue a buen puerto. Francia no oye. Francia ya no es el país donde las conquistas y libertades de las mujeres constituían un referente. Francia es el país que a sólo unas semanas de lamentables masacres en nombre del islam dedica sus tribunas a un sexista, excéntrico y espantoso bañador en lugar de ir al meollo de la cuestión: ¿por qué interesa más debatir sobre un traje de baño que nunca debió de ser aceptado en las playas y piscinas, que sobre la seguridad y el bienestar de todo un país y su cultura, a los que están doblegando mediante una cruenta e inaceptable afrenta?

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