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Zoé Valdés

Rapinoe

No sólo pisoteó la bandera, se pisoteó a sí misma y a lo que ella representa a ojos del mundo: el fútbol femenino.

No sólo pisoteó la bandera, se pisoteó a sí misma y a lo que ella representa a ojos del mundo: el fútbol femenino.
EFE

Profeso un inmenso respeto por las mujeres deportistas. Quizás porque yo misma empecé a practicar deporte a la edad de siete años. Mi abuela me llevó al club deportivo del barrio y me inscribió en Gimnástica. Después, mi madre me envió becada al Marcelo Salado a entrenar en la especialidad de Natación. Fui muy deportista desde entonces, e incluso estudié hasta el último año de la carrera de Educación Física en el Pedagógico Superior, donde me iba a especializar en Natación, Clavados y Gimnasia Rítmica Deportiva (debía escoger tres especialidades). No lo hice. Conozco el enorme esfuerzo que deben hacer las mujeres deportistas en países machistas y tiránicos para poder desarrollar sus ambiciones. Tanto o más que los hombres, todo sea dicho.

En la actualidad estoy al corriente de algunos deportes, como la inmensa mayoría, pero no sigo ninguno con fanatismo. El último deportista al que aprecié fue Zinedine Zidane, y se acabó. O lo acabé yo con un artículo que publiqué en Le Courrier International. Paro de contar.

Recién, sin embargo, me interesé en el equipo de fútbol femenino norteamericano. Son magníficas, juegan con unas capacidades increíbles, lo dan todo. Pero. Hablan demasiado. Sobre todo su capitana, Megan Rapinoe. Además de que se negó a cantar el himno de su país, del país que representa, abandonó tras el triunfo de forma grosera la bandera norteamericana tirándola al suelo, y se puso a bembetear que no visitaría la Casa Blanca. También aireó su lesbianismo socialista, y selló a su regreso con un discurso político lamentable.

Cierto, está en su derecho de hacer lo que quiera, incluso de destruir su carrera como deportista si así lo desea. Pero otros estamos en el derecho de no aceptar que la actuación de todo un equipo sea reducida a las acciones de una jugadora. Excepcional, imprescindible, pero manipuladora y poco respetuosa con los amantes del deporte. Amantes estrictamente del fútbol femenino, que no tienen por qué sonarse sus arengas políticas y a quienes tampoco incumbe su elección sexual.

Algo que nadie ha mencionado durante el patético accidente ocurrido cuando más tarde un niño le tendió un balón para que ella se lo firmase (me lo ha enviado un amigo), ha sido que no sólo garabateó la firma sin mirar siquiera al niño, ignorándolo, es que justo en ese mismo instante subía las escaleras por su lado derecho una rubia espectacular con un vestido azul claro. Si leemos los labios de Rapinoe, que es toda ojos para la rubia, podemos entender que exclama: "Who’s that blond!". Es entonces que procede a firmar el balón del niño, a quien no hace ni el menor de los casos. ¿Sería por ser un simple varón dégoutant para ella? El caso es que, si eso mismo lo hiciera un futbolista hombre, imagínense la que se hubiera armado. Pero como lo hace ella, suena como muy normal que haga alarde de semejante pronunciamiento y exhiba su hambre macho-hormonal. Tema absolutamente prohibido para los hombres.

¿Qué preferencia le ha adjudicado ahora la sociedad a una lesbiana para tratar a una mujer como cosa sexual por encima de los hombres? ¿O es que convertirse en campeona de fútbol le brinda ese tipo de ventajas? Ventajas que de ninguna manera se les permite a los campeones masculinos.

Me ha extrañado otro punto. ¿Qué necesidad tiene esta señora de reducir todo a su lesbianismo militante antiamericano y anti Trump, cuando lo que importa a sus seguidores está muy lejos de sus preferencias sexuales y de su fanatismo político?

Siento afirmar que la reacción relacionada con su afección política y con su militantismo sexual aireada a los cuatro vientos –en una época en la que nada de eso debiera tener ya ningún interés, pues forma parte de la vida privada de cada cual y es algo muy superado– opacó la brillante prestancia de sus compañeras de equipo y hasta la de ella misma. Lo que afirma bastante de su pobre nivel de inteligencia.

No sólo pisoteó la bandera, se pisoteó a sí misma y a lo que ella representa a ojos del mundo: el fútbol femenino. Por menos que eso, a deportistas hombres que han manifestado sus simpatías políticas les han arruinado la carrera. Con ella no veo por qué no debiera suceder lo mismo.

Para concluir, estamos ante un equipo de fútbol femenino, que representa a un género y no a ningún colectivo de tendencia sexual, cualquiera que este sea. Femenino, reitero. De nivel hormonal muy distinto al de los hombres. Y si usted, señora Megan Rapinoe, se siente hombre, lo que yo considero absolutamente en su derecho, pues compita entonces en el equipo que le corresponde según sus preferencias y necesidades corporales: en el masculino.

En cuanto a su lesbianismo heteropatriarcal, que pudo ser observado en su descortés y ordinario gesto al piropear a una mujer y cosificarla por el color rubio de su pelo (según se mide en la actualidad el rasero masculino), pues es su problema: íntimo, y no público.

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