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Cristina Losada

Elegir paquete

En la onda retro de este gobierno, nada más normal que esa vuelta a los sesenta y los setenta que ha pergeñado en la Cumbre Iberoamericana

Esto de elegir paquete no es una alusión maliciosa, sino el modo en que un reputado historiador, que aún citan encomiásticos los que escriben en los papeles, describió el procedimiento por el cual debe regirse el posicionamiento político de las gentes ilustradas. La cosa es bien sencilla, según Eric J. Hobsbawm, pues “la elección política moderna no es un constante proceso de selección de hombres y medidas, sino una elección única entre paquetes, con los que también compramos la parte desagradable del contenido, porque no hay otra manera de conseguir el resto”. Así, Hobsbawm eligió la URSS y fue comunista hasta que cayó el Muro, momento en que rompería el carné, pero no “el sueño de la Revolución de Octubre”. Desde entonces, seguiría tratando con “indulgencia y ternura”, según propia confesión, “la memoria y la tradición” de aquella dictadura sobre el proletariado.
 
La izquierda española ha seguido siempre al pie de la letra la recomendación del historiador, tal vez sin conocerla, de modo que no es de extrañar que hoy, cuando el surtido de dictaduras de su cuerda se ha reducido respecto a aquellos tiempos gloriosos, siga aferrada a la que ejerce sobre el pueblo cubano Fidel Castro. Decenas de miles de presos políticos, miles de fusilamientos, represión sin piedad y miseria sin fin, no son óbice para continuar comprando ese paquete. Hay que ver estas cosas en su contexto, se dicen, y las penalidades que les harían enrojecer de furia en un país capitalista, son allí contrariedades pasajeras, inducidas por esa auténtica fuerza del mal que tiene su sede en Washington.
 
En la onda retro de este gobierno, nada más normal que esa vuelta a los sesenta y los setenta que ha pergeñado en la Cumbre Iberoamericana. Zapatero adora a la ONU, y debe de gustarle, sobre todo, la época en que los tiranos demagogos, constituidos en portavoces de unos falsos no alineados, eran allí los reyes del mambo. Cuando se ovacionaba en pie a Idi Amin Dada (un aplauso “irónico”, dirían luego, cuando se abrió la puerta de su frigorífico y se vio lo que tenía dentro), Arafat acudía pistola en cinto, y Castro era el héroe carismático. En España, en Salamanca, el dictador ha cosechado un triunfo como los de entonces, sin necesidad de estar presente. No queda en Europa partido o grupo de izquierdas de alguna solvencia que le baile el agua. Excepto aquí, naturalmente.
 
Hasta Leguina, que dice no simpatizar con Castro, debe compensar ese distanciamiento con una andanada contra el embargo de Estados Unidos, eterna justificación para los males de la isla. Cuando es probable que a un visitante le pase en Cuba lo que a una turista revolucionaria en la URSS, que admirada ante una máquina, exclamó que sólo en un país sin explotación podía inventarse tal cosa, y al fijarse en ella vio que ponía “Made in Brooklyn, N.Y.”. Y es que nada impide a Cuba comprar productos norteamericanos a terceros países con los que libremente comercia.
 
Sólo porque han elegido paquete y están decididos a quedarse con él, sea cual sea el contenido, puede entenderse que los homosexuales y las lesbianas que ocupan cargos relevantes en el PSOE mantengan su ruidoso silencio sobre la represión que sufren en Cuba aquellos de su misma orientación sexual. Y no se trata sólo de discriminación, sino de persecución. Pero es que ejercen de homos y lesbis exclusivamente allí donde existen libertades y derechos, o sea, donde no se construye el socialismo sobre montañas de detenidos y muertos. De ahí también que ZP no mueva un dedo ante Castro por esos homosexuales que aquí tanto le preocupan. Y por qué iba a hacerlo. Los gays cubanos no le pueden votar a él. Ni a él ni a nadie.

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