En el proceso de descomposición nacional en el que nos encontramos se ha producido una curiosa coincidencia. Ayer, dos de mayo, fue aprobado el nuevo Estatuto andaluz en el parlamento autonómico. Mientras eso ocurría en Sevilla, en Madrid se celebraba la festividad regional que conmemora cada año el levantamiento del pueblo de la capital contra el invasor francés hace casi 200 años.
El Estatuto ha salido adelante, como era de prever. El PSOE pasó la apisonadora de su mayoría y recibió el apoyo de Izquierda Unida, el incondicional aliado comunista del Gobierno que está para lo que se le necesite. Al final todo ha quedado disuelto, tal y como pretendía Zapatero, en una sopa de letras de difícil digestión. Los socialistas se apoyan en la Constitución que define Andalucía como una "nacionalidad histórica". De ahí a la "realidad nacional" chavista hay sólo un paso. Y de esa realidad casi virtual a la nación a secas un saltito más que el Partido Andalucista ha pedido con la convicción del que sabe que el viento sopla a su favor.
Con lo de Andalucía resuelto –y no puede olvidarse que es la región más poblada de España– Zapatero avanza con paso firme en esa entelequia que ha dado en llamar la "Nación de naciones". A su lado, todo el espectro parlamentario. Enfrente, solitario el Partido Popular que clama por la sensatez en un páramo donde todos se han vuelto locos y nadie le escucha, al menos en el Parlamento. Los socialistas están transformando la configuración territorial del país a su imagen y semejanza, cosa que el PSOE nunca ha ocultado en su dilatada historia. Pero no contentos con eso tienen el descaro de acusar a la oposición de eso mismo, de "concebir el país porque no se puede hacer a la medida de ustedes" tal y como remarcó Chaves en el debate. Ya de paso, quedó claro cuál es el concepto que el presidente andaluz tiene de España, por si a alguien le quedaba alguna duda a estas alturas.
Casi a la misma hora en que en Andalucía se remataba el absurdo, Esperanza Aguirre pronunció un discurso en Madrid en el que expuso con meridiana claridad qué es lo que su partido entiende por España. En un océano de desvarío la necesaria gota de cordura es siempre bienvenida. Para Aguirre, España es "la suma de las voluntades libres de todos los españoles". Ni más ni menos. Lo es, además, desde aquella jornada de 1808 en que la nación se reconoció a sí misma ofreciendo resistencia al ejército napoleónico. Aquella suma de voluntades tuvo su colofón en las Cortes que nos dieron nuestra primera Constitución, proclamada en Cádiz, en la misma Andalucía en la que ayer muchos políticos pataleaban por elevarla a la condición de nación.
Frente a los delirios identitarios, las nacionalidades de opereta y la tentación cantonalista y aldeana que se ha adueñado del discurso político en los dos últimos años, saludamos que todavía haya quien defienda el concepto liberal de nación. El mismo que nació en Cádiz y que ahora, entre debate y debate, están desmontando a conciencia para sustituirlo por un extraño artefacto jurídico al que ni los juristas saben dar forma.
Los que, abrumados por las toneladas de propaganda del Gobierno en este asunto, creían que el PP y la derecha liberal carecían de proyecto para contrarrestar la febril actividad de la que Zapatero y sus socios hacen gala en este tema, deberían tomar nota. No es un proyecto, es una realidad, y muy antigua. No pertenece a un partido ni a una ideología concreta sino a todos los que, libremente, quieran adscribirse a él. La única España plural posible es la España liberal. Fue así en el pasado y seguirá siendo así en el futuro, al menos mientras España exista.