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EDITORIAL

Trillo y Aznar tienen que explicarse

No es necesario insistir en que Arafat nunca ha deseado la paz. Lo demostró con el rechazo de la oferta de Ehud Barak, a la que respondió con una oleada de atentados. Lo volvió a demostrar con sus obstáculos a la “Hoja de Ruta”. Lo ha confirmado con su negativa a disolver sus propias organizaciones terroristas –Al Fatah y los “Mártires de Al Aqsa– así como a combatir a Hamas y la Yihad. Y lo sigue confirmando cuando se niega a ceder el control de las fuerzas de seguridad de la ANP a todo aquel que, como Abu Mazen o su sucesor, Abu Ala, muestren alguna intención de querer combatir a los terroristas. Por otra parte, hay pruebas más que suficientes de que Siria es el principal santuario de los terroristas palestinos. Tanto el fallecido Hafed El Assad como su hijo y sucesor, Bashar, han cobijado y entrenado en Siria y en el Líbano –ocupado hace muchos años por el ejército sirio– a todos los grupos terroristas que golpean a Israel.

Por ello, no es lógico que nuestro Gobierno se obstine en querer salvar a Arafat, el principal obstáculo para la paz, y en distinguir a Siria, encarnizado enemigo de Israel, con el título de país “amigo”. Como tampoco tiene sentido condenar en la ONU el reciente ataque de Israel a uno de los numerosos campos de entrenamiento de terroristas que existen en los alrededores de Damasco. Pero lo más aberrante de todo es distinguir a la dictadura de Bashar el Assad con el título de “país amigo” y organizar una visita de sus Majestades los Reyes para, según dice Federico Trillo, “ratificar el cambio de actitud y la renovación de Siria”, cuando nuestros aliados norteamericanos justifican la acción de Israel y mantienen a Siria en el grupo de Estados que colaboran con el terrorismo. Más aún, en una conferencia titulada “El terrorismo en una civilización global” pronunciada en Barcelona, Trillo –quien, por cierto, ha intentado inexplicablemente excusar el desprecio de Zapatero a nuestros aliados durante el desfile del 12 de octubre– ha querido desvincular a Arafat y a Siria del terrorismo palestino, como “prueba” de que la Unión Europea tiene “plena autonomía” respecto de EEUU en lo que toca a Oriente Medio.

¿Creen Trillo y Aznar sinceramente que la sola presencia de Sus Majestades en Siria, y no la presión diplomática y militar, hará cambiar de opinión a la dictadura hermana de la de Sadam? ¿Qué ventajas tiene para la guerra contra el terrorismo intentar ocultar la evidente relación de Arafat y de la dictadura siria con los terroristas palestinos? ¿Qué extraordinarios beneficios se derivarán para España del apoyo a Siria? ¿Es que para marcar innecesarias distancias con EEUU y complacer a Francia y Alemania es preciso acercarse a la dictadura siria y alejarse de la democracia Israelí? ¿Qué sentido tiene ahora, cuando el Gobierno ya ha sufrido todos los costes políticos del apoyo a EEUU, acercarse a los patrocinadores del terror? ¿Se trata quizá de una “misión secreta” encargada por Colin Powell –quien, debido a sus fracasos en la ONU, cada vez pinta menos en el entorno de Bush– a Ana Palacio? ¿O acaso el Gobierno pretende haber dado con la solución definitiva al conflicto palestino?

Trillo y Aznar tendrán que dar una explicación convincente de este despropósito y, de paso, también del de la visita a Gadafi. Pues no parece que el mejor modo de ejercer nuestra escasa y recién ganada influencia internacional sea ir prodigando cordiales visitas a las dictaduras terroristas. Sobre todo cuando fue Aznar quien afirmó que todos los terroristas, así como quienes los cobijan y financian, son iguales, sin que quepa ninguna excusa o atenuante político para sus crímenes.


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