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EDITORIAL

La primera crisis de Rajoy

Se ha criticado, no sin razón, el liderazgo de Aznar por monolítico; pero lo cierto es que el presidente del Gobierno ha conseguido formar un partido político con el mismo discurso en todas las regiones de España; un discurso cuyas líneas maestras han sido, además de la defensa sin titubeos de la Constitución y de la legalidad vigente, el equilibrio presupuestario, la austeridad en el gasto y las rebajas fiscales. Incluso en los momentos más críticos, como la guerra de Irak, Aznar supo convencer a los notables de su partido de que el principal activo electoral del PP era la unidad. Especialmente cuando su rival, el PSOE, se ha convertido en un guirigay de barones con propuestas contradictorias y sin las ideas claras en cuanto a la cuestión nacional y la política económica, las principales materias de gobierno.
 
Sin embargo, uno de los grandes errores de Aznar ha sido mantener a Ruiz Gallardón en la "primera división" del partido, aun a sabiendas de que el actual alcalde de Madrid jamás se ha molestado en disimular que el PP no es para él más que la muleta de su ambición política personal. Gallardón siempre se ha servido del PP como una franquicia política a su servicio cuando llegan las campañas electorales, los únicos periodos en los que reprime un tanto su personalismo y finge acatamiento a la línea del partido para que las siglas ganen por él el cargo en una lista cerrada. Una vez en la poltrona, Gallardón siempre vuelve a ser el "verso suelto", con la manida excusa de su tirón electoral entre la izquierda combinado con el "voto cautivo" de la derecha. Un mito este, por cierto, refutado sistemáticamente: Aznar y Álvarez del Manzano siempre han sacado más votos en Madrid que Gallardón, un candidato tolerado por el electorado de derecha como mal menor –especialmente en el 25 de mayo– y porque, se supone, representa la política del PP.
 
Fiel a su idiosincrasia, Gallardón ha vuelto a desafiar a su partido con una política exactamente opuesta a la que preconizan sus líderes. En lugar de dar ejemplo de austeridad y de imitar a su predecesor haciendo "más con menos", como le recordó Rodrigo Rato, Gallardón multiplica el gasto, sube los impuestos y apura al límite la capacidad de endeudamiento de su consistorio, precisamente en el momento en que la plana mayor del PP se esfuerza por convencer a los líderes locales y regionales del partido de la necesidad de consolidar el modelo económico, basado en el equilibrio presupuestario y en las rebajas fiscales, que tan excelentes resultados ha dado en los casi ocho años de gobiernos populares.
 
Pero Gallardón, además de desafiar a su partido, ha engañado y se ha burlado de los votantes del PP. Pues no otra cosa es afirmar que la subida de impuestos estaba reflejada en la "letra pequeña" de una página perdida –ahora inencontrable– de su programa-ladrillo electoral; algo completamente falso, como ha demostrado Libertad Digital. Indudablemente, Mariano Rajoy se enfrenta a la primera crisis de liderazgo apenas pasadas unas pocas semanas desde su nombramiento como sucesor de Aznar en la jefatura del PP. Un partido que hasta ahora ha mantenido la cohesión interna con no pocas dificultades y sacrificios, habida cuenta de las marcadas diferencias entre las distintas corrientes políticas en su seno (liberales, conservadores y democristianos). El mal ejemplo de Gallardón, si no es atajado a tiempo, puede cundir dentro de un partido que ha permanecido unido en torno a Aznar, quien ha sabido casi siempre cortar sutilmente de raíz los personalismos disgregadores que hundieron a la derecha durante casi catorce años.
 
Sin embargo, el deseo de cerrar como sea esta crisis antes de las Generales, aunque sea en falso, ha impulsado a Mariano Rajoy –abiertamente desafiado por Gallardón– a echar balones fuera, escudándose en la autonomía municipal del alcalde de Madrid e invitándole a que explique a los ciudadanos su política. Y la sensación, o mejor dicho, la realidad, es que el nuevo alcalde de Madrid parece haber ganado el pulso a Rajoy y a su partido. Tan inflamado y altanero está Gallardón que incluso ha desoído, de momento, la petición del Rey de suspender las obras que van a jalonar prácticamente todo el recorrido –diseñado conjuntamente por la Casa Real y Álvarez del Manzano en todo un ejemplo de previsión– de la comitiva real en la boda del Príncipe Felipe.
 
Mariano Rajoy no es precisamente un ingenuo ni un cobarde. Antes al contrario, ha dado pruebas más que suficientes de sagacidad y de valentía política, por ejemplo durante la crisis del Prestige. Precisamente por ello, es sorprendente que no haya llamado al orden a Gallardón, desautorizándolo públicamente con alguna de esas demoledoras sutilezas a las que nos tiene acostumbrados. No es el momento de "ejercer de gallego" y dejar que el tiempo y el olvido arreglen el desaguisado, pues si algo ha demostrado Gallardón en su trayectoria política es que es absolutamente incapaz de renunciar al protagonismo. Si Rajoy tolera que Gallardón le desafíe y que engañe a su partido y a los electores, lo más probable es que tenga que enfrentarse a nuevos desafíos y engaños. El nuevo líder de la derecha debería saber que no es Gallardón quien confiere fuerza electoral al PP, sino más bien al contrario. Rajoy no debe nada Gallardón, pero sí, y mucho, a quienes votaron la lista del PP al Ayuntamiento de la capital.

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