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EDITORIAL

Gallardón: ¿otra cortina de humo?

Con el reclamo de "fomentar" el alquiler de viviendas mediante un castigo fiscal a los insolidarios acaparadores de pisos –una "genial" idea de Rodrigo Rato que Gallardón quería poner en práctica y sobre la que ya nos hemos pronunciado en reiteradas ocasiones–, el alcalde de Madrid quiso ocultar una subida generalizada de prácticamente todos los impuestos y tasas municipales. El sucesor de Álvarez del Manzano no explicó a los ciudadanos que la construcción del Madrid olímpico de 2012 –así como los abultados sueldos de su "corte" de diez docenas largas de asesores– tendría que financiarse con una brutal subida de impuestos municipales y apurando además al límite la capacidad de endeudamiento del consistorio.
 
Gallardón engañó a los votantes del PP, así como al ministro de Hacienda y a la plana mayor de su partido, que nada sabían de tales proyectos. Ante las protestas de los ciudadanos, de algunos medios de comunicación y de los notables del PP, Gallardón, jugando al agente de seguros trapacero, intentó engañar de nuevo a todo el mundo afirmando que las subidas de impuestos estaban contempladas en algún rincón perdido de su programa electoral, una árida letanía de centenares de páginas que, por supuesto, todos los electores "habían" o "debían haber" leído. Fracasada también esta argucia, –Libertad Digital demostró que ni siquiera en la "letra pequeña" del "contrato electoral" de Gallardón figuraba una subida generalizada de impuestos– el alcalde de Madrid, ni corto ni perezoso, desafió al líder de su partido, Mariano Rajoy, a que le desautorizara públicamente.
 
Tras algunos errores y titubeos –Arenas llegó a decir que "cada PP" perfila "su propia oferta", cuando el principal punto débil del PSOE es precisamente que hay un PSOE distinto para cada circunscripción electoral–, y después advertir la gravedad del desafío a su liderazgo, Rajoy se decidió a amonestar en privado a Gallardón. Como resultado de ese "tirón de orejas", el altanero alcalde de Madrid ha entonado –de mala gana– quizá el primer "mea culpa" público de su carrera política. Pero, con ser este ya de por sí un hecho positivo, lo cierto es que la "retirada" de Gallardón no ha sido completa. Únicamente ha retrocedido hacia la anterior "trinchera", cediendo una "tierra de nadie" que, en cualquier caso, no podía defender: la subida del IBI a las viviendas "vacías", que no podría haber llevado a efecto hasta al menos el 2005, pues el concepto de "vivienda vacía" aún está pendiente de definir –si es que finalmente llega a definirse– en el futuro reglamento de la Ley de Haciendas Locales. Nada en absoluto ha dicho, sin embargo, respecto del resto de los impuestos, especialmente en lo que concierne a la subida del IBI a las viviendas "llenas".
 
Por tanto, parece que Gallardón ha vuelto a emplear la misma cortina de humo con la que intentó ocultar la subida generalizada de impuestos municipales, y esto sólo puede significar dos cosas: que Gallardón toma a los ciudadanos por tontos y que Rajoy se conforma con la escenificación pública del acatamiento a las formas –pero no al contenido– de su liderazgo; o bien que Rajoy y Gallardón han pactado una "retirada escalonada" para que el prestigio y la honra política de Gallardón no queden por los suelos.
 
De la primera opción, sólo cabe decir que, lejos de resolver la crisis, la agravaría notablemente: los ciudadanos no son tontos, sobre todo cuando les tocan el bolsillo. Además, Rajoy vería comprometido seriamente su liderazgo, pues mal puede exigirse austeridad a las autonomías y ayuntamientos gobernados por el PP cuando al alcalde de la capital le dejan ir por libre. Obviamente, sólo la segunda opción sería una solución razonable a la crisis provocada por Gallardón. Precisamente porque tan poco deseable es que los cargos electos hagan la guerra por su cuenta al margen del programa general del partido por el que fueron elegidos, como dar a entender que las sedes centrales de los partidos teledirigen los detalles de las políticas municipales. Un alcalde no debe ser un títere. Pero tampoco un Napoleón en potencia. Álvarez del Manzano demostró que puede hacerse una excelente gestión sin necesidad de ser ni lo uno ni lo otro.

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