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EDITORIAL

ETA necesita una tregua; nosotros, su derrota

La noticia verdaderamente sorprendente no es que la dirección de ETA haya respaldado en un comunicado la candidatura conjunta de todas las formaciones nacionalistas vascas para las próximas elecciones; lo asombroso sería que la hubiera rechazado cuando ha sido una iniciativa de sus propios representantes políticos en el parlamento vasco. ¿Alguien se creía que Otegi hubiera hecho su oferta y llevado ya a cabo una primera ronda de contactos –no todos fructíferos, por ahora– con los representantes del PNV, EA, y los sindicatos nacionalistas sin tener el visto bueno de la dirección terrorista?
 
Tampoco cabe dudar de la predisposición de ETA a suspender temporalmente sus atentados si cree que eso beneficia a la consecución de los fines secesionistas por los que vienen matando desde hace cuatro décadas. Esos objetivos son los que el nacionalismo vasco le inculcó, los que ahora el PNV trata de alcanzar a través de una política de hechos consumados. La tregua de los terroristas siempre espera en la recámara de sus pistolas. A veces la sacan como tentación, como un adelanto de lo que los ciudadanos podrían gozar indefinidamente si sus representantes mayoritarios cedieran a su chantaje. Otras veces, la tregua se ofrece desde la debilidad, pero con la esperanza de que sea correspondida por parte del Estado de tal forma que sirva para una reorganización de los comandos; también puede ser exigida por los partidos nacionalistas para maquillar su comunión de objetivos cuando esta resulta evidente.
 
Parece que en estos momentos concurren muchas de estas circunstancias, tanto para ETA como para la deriva ilegal en la que se ha metido el Gobierno vasco. No hay, pues, que descartar que ese anuncio de tregua en el futuro se produzca, si bien nos sorprendería que los terroristas la anunciasen sin previamente cometer un atentado de suficiente envergadura como para pretender hacernos creer que su oferta de tregua no se debe a su debilidad.
 
Es en este contexto donde hay que analizar las reacciones de los representantes políticos a este comunicado de ETA. El portavoz del PNV, Iñaki Anasagasti, ha dicho que no hay que hacer caso a estos “cantos de sirena”; curiosa expresión que no deja de reflejar algo deseable –la candidatura única– si fuera creíble la tregua. El PNV cree que ya ha hecho bastante por ETA –se sigue negando a disolver a sus representantes en el Parlamento vasco y acaba de concederles una subvención de medio millón de euros– como para que, según Egibar, “una organización como ETA pretenda imponernos su tutela”.
 
Rafael Larreina, representante de Eusko Alkartasuna –formación que, según decía hace unos días Otegi, había sido más receptiva que el PNV a su propuesta de candidatura conjunta– ha querido desmarcar a ETA de la operación, pero ha vuelto a defender “la necesidad de impulsar un bloque vasco”. “Esto supone –puntualiza Larreina– que quien tiene que tomar la iniciativa son las fuerzas políticas que tienen acreditada su representación en las urnas”. Es innegable, por tanto, su respaldo a la candidatura conjunta, pues todos sabemos que EA incluye como una más entre las “fuerzas políticas que tienen acreditada su representación en las urnas” al brazo político de ETA.
 
Desde el Gobierno, sin embargo, sí nos han sorprendido las declaraciones del ministro Acebes sacando a relucir el atentado fallido de Chamartín de esta Nochebuena, como si esa intentona criminal restara credibilidad al respaldo de ETA al pacto entre todos los nacionalistas o su posible disposición a una futura tregua. Si lo que el ministro ha pretendido es remarcar ante la opinión pública la naturaleza criminal de ETA por mucho que ahora diga estar dispuesta a una tregua, habrá que advertirle que no fueron los ciudadanos sino la clase política –incluido su Gobierno– los que parecieron olvidar esa naturaleza delictiva con ocasión de la tregua que siguió al pacto de Estella. Fue a Aznar al que la tregua le llevó a hablar de “procesos de paz” y a referirse a ETA como “el Movimiento Nacional de Liberación Vasco”. Fue a la clase política y mediática a la que la tregua de ETA les confundió hasta el punto de ver bien que los representantes de un gobierno legítimo se sentaran a negociar con una banda de criminales.
 
Finalmente, la manifestación de Rajoy de que “lo único que tiene que hacer ETA es dejar de matar y entregar las armas” por obvio resulta hasta pueril. ¿Qué quiere transmitir en realidad el sucesor de Aznar con este lenguaje, que parece más propio de una solución a un conflicto bélico que al de un problema terrorista? ¿A quien tiene ETA que entregar las armas? ¿A cambio de qué? ¿Pueden los terroristas esperar algo distinto que los asesinos comunes a los que no se les pide que “entreguen las armas” con las que han perpetrado sus asesinatos? Aznar ya cometió un error tras la última tregua que luego ha subsanado con creces. Lo de la “tregua-trampa” ya no servirá de excusa a quien caiga por segunda vez en ella.
 

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