Han pasado 80 años desde la proclamación de la Segunda República. Los que nacieron entonces son ya, si es que han sobrevivido hasta el momento presente, venerables ancianos cuyos primeros recuerdos pertenecen más al primer franquismo que al breve paréntesis republicano. Por lo demás, apenas queda memoria viva de aquellos años cruciales, que partieron nuestra historia contemporánea en dos.
Ochenta años es mucho tiempo. Es, nada menos, la vida de un hombre que ha vivido mucho. En 1931 se celebró el octogésimo aniversario del ferrocarril Madrid-Aranjuez, inaugurado en pleno reinado de Isabel II. Para entonces nadie hablaba de ésta: la Chata pertenecía a una época lejana que nadie recordaba y que en poco o en nada influía sobre el presente.
Y aquí viene lo curioso: 80 años después de su proclamación, la República sigue estando en boca de todos, especialmente de los políticos y la intelectualidad de izquierda, que la reclaman como patrimonio propio: la tienen por un proyecto abortado antes de que pudiese fructificar por culpa de un malvado espadón –Francisco Franco– que cortó de cuajo las esperanzas de la nación entera.
Continua en el Suplemento de Historia
