
A sus 77 años, Sharon Lane ha tomado una decisión que ha sorprendido a muchos: dejar atrás su vida en California, vender sus pertenencias, invertir sus ahorros y embarcarse en un crucero residencial que durante los próximos quince años la llevará a recorrer el mundo. No se trata de unas vacaciones prolongadas, sino de un cambio radical de vida. "Compré el camarote, vivo en el camarote y eso es todo. Y no tiene un final", declara la propia Lane a CNN Travel.
Durante dos años, esta mujer estadounidense residió en un centro para mayores, una experiencia que describe como frustrante y vacía. "Durante los dos años que pasé allí, buscaba otro lugar adonde ir. No me sentía estable. Porque no era la vida que quería", reconoce. Cansada de la monotonía y el aislamiento, empezó a explorar alternativas hasta que, en otoño de 2024, encontró una noticia en la prensa local sobre el Odyssey, un crucero de larga estancia gestionado por la compañía Villa Vie. "Fue tras leer un artículo sobre el Odyssey en la prensa local, en otoño de 2024, que me embarqué en esta aventura marítima", recuerda. Ese mismo día contactó con la empresa y formalizó su decisión. "Los llamé y les di el dinero ese mismo día".
Un viaje frustrado que no la detuvo
Inicialmente, sus planes se vieron truncados. La primera compañía con la que había previsto embarcarse canceló el proyecto antes de zarpar. Lejos de abandonar la idea, Lane redobló sus esfuerzos y siguió buscando opciones. Finalmente, logró firmar un contrato de arrendamiento por quince años con Villa Vie, propietaria del Odyssey. En junio de 2025 embarcó en San Diego, dejando atrás definitivamente su vida anterior.
El Odyssey tiene capacidad para unos 500 pasajeros y funciona como una pequeña ciudad flotante. La mayoría de sus habitantes provienen de Estados Unidos, Canadá y Australia. Todos ellos comparten una visión alternativa de la jubilación: menos arraigo, más movimiento. En este entorno, Lane ha encontrado estabilidad y sentido de pertenencia. "Cuando estás con un grupo de personas con ideas afines, la vida se vuelve más fácil", afirma.
Comodidad frente al coste de la vida en tierra
Para Lane, vivir en el barco no solo es más estimulante, también es más asequible. "Ya no tengo que lavar la ropa. No tengo que hacer la compra. Vivir en el barco es mucho menos costoso", asegura. Según sus cálculos, los costes de su nueva vida flotante son inferiores a los que afrontaba en el sur de California. La inversión inicial para reservar un camarote durante quince años parte de los 129.000 dólares (unos 80.000 euros), a los que se suman unos 3.000 dólares al mes en el caso de los pasajeros que viajan solos. Estas tarifas incluyen el camarote, comidas, bebidas, limpieza, lavandería, atención médica, conexión a internet y un calendario constante de actividades: espectáculos con pianistas, cantantes, bailarines y otras propuestas culturales.
Una cubierta que se ha convertido en refugio
Entre escalas y jornadas de navegación, hay un espacio del barco que Lane considera su verdadero hogar: la cubierta. Allí pasa buena parte del día, sin importar el tiempo. "Estar en la cubierta de un barco me hace feliz. Cuando haga buen tiempo, estaré en esa cubierta. Y cuando el tiempo no esté del todo bueno, me abrigaré y también estaré en esa cubierta, porque ese es mi lugar feliz", cuenta emocionada. Le basta con el rumor del mar, un libro y la compañía ocasional de otros pasajeros. "Puedes estar de pie, puedes sentarte, puedes hablar con la gente, puedes leer un libro. Tienes la brisa marina, el aire marino".
Con serenidad y firmeza, Sharon Lane resume lo que ha logrado: "Estoy logrando la meta que he estado buscando durante años". Ha dejado atrás un modelo de vida que no la llenaba y ha apostado por un horizonte en movimiento.



