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CRECE EL PELIGRO DE INTEGRISMO ISLÁMICO

Los chiíes amenazan con quemar los cines iraquíes si se exhiben películas pornográficas

Apenas once personas asistieron a la función mantial del cine Al Rashid de la ciudad de Basora cuando reabrió esta semana, tras un cierre de 16 días, porque no había suficiente sexo. Desde el derrocamiento de Sadam Husein, los clérigos musulmanes chiíes se han convertido en los protagonistas políticos más poderosos en el sur de Irak. Sus fieles han amenazado con quemar los cines si se exhiben películas pornográfica.

L D (Agencias) “No me atrevo a exhibir ninguna película de romance –eufemismo para designar a las películas pornográficas en Irak-; sólo de acción”, dijo el gerente del cine Al Rashid, Mohamed Hazim. Su oficina está plagada de carteles de mujeres en ropa interior anunciando filmes pornográficos que se presentaban antes. “La gente no quiere ver acción, quiere romance. Antes había normalmente 300 personas en la sala. Es un desastre”, se lamenta.

Tres salas de cine de Basora cerraron sus puertas a principios de este mes después de varias visitas realizadas por jóvenes en motocicletas que les dijeron que si exhibían películas “pecaminosas” les quemarían los locales. Ante argumentos tan convincentes, esta semana reabrieron los cines tentativamente, mostrando viejas películas de acción árabes y estadounidenses. El romance está estrictamente fuera de la agenda. “No podemos ni siquiera mostrar a personas besándose”.

Muertos a tiros dos vendedores de alcohol

Los clérigos chiíes se han hecho con el poder fáctico desde la caída de Sadam y quieren imponer estrictos reglamentos morales en la región, similares a las austeras reglas religosas de Irán. La historia reciente del integrismo islámico hace sospechar que no bromean en sus amenazas. A los comerciantes de alcohol cristianos se les ha dicho que pongan fin a su negocio, y dos murieron tiroteados en sus tiendas a principios de este mes.

Y así, comienza la nostalgia de Sadam. “Antes podíamos exhibir lo que nos gustaba. Bajo Sadam, algunas escenas estaban prohibidas, pero sobornábamos a los funcionarios adecuados y podíamos mostrarlas, dice Hazim.

Para atraer público, el cercano Cine Atlas, ha contratado a un comediante que, con un megáfono, anuncia con descripciones floridas la película de Silvestre Stallone. Pero menos de 50 personas entran, frente a la acostumbrada cifra de 500. Para el gerente de este cine, Hashim Mohamed Ali, el negocio nunca ha sido tan malo como ahora, ni en tiempos de guerra. “Nosotros sólo queremos seguridad para que la gente pueda presenciar lo que quiere. Pero tenemos miedo”.

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