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EDITORIAL

El deber y la conveniencia contra la tiranía

En el caso del brutal y proterrorista régimen sirio se juntan razones tanto morales como geoestratégicas para que occidente contribuya más activamente a su caída

A la vista de la brutal represión que está perpetrando el régimen de Bashar al-Asad contra la población civil siria, no faltarán quienes consideren insuficiente la condena pública llevada a cabo por nuestro ministro de Exteriores así como su decisión de llamar a consultas a nuestro embajador en Damasco. Con todo, esta protesta diplomática supone, para empezar, una posición de firmeza similar a la que han adoptado países aliados como Francia, Italia Países Bajos y, antes que ellos, Reino Unido, Alemania y Estados Unidos.

Con este paso, que no pretende tampoco ser el último, España borra esos rasgos nihilistas y tercermundistas que caracterizaron la política exterior del gobierno de Zapatero y recupera la posición que le corresponde en el escenario internacional, que nunca debió ser otra que ir de la mano de nuestros aliados y retirar todo apoyo y condescendencia a regímenes tiránicos como el de Damasco.

En el caso del brutal y proterrorista régimen sirio se juntan, además, razones tanto morales como geoestratégicas para que occidente contribuya más activamente a su caída. Y es que, si Irán es hoy la mayor amenaza en la zona, el régimen de al-Assad es uno de sus más importantes aliados, entre los que también se encuentran Hezbolá, preponderante en el Líbano, y Hamás, que controla Gaza y amenaza con arrebatar el resto de Palestina a una débil Fatah.

No ignoramos, con todo, el hecho de la presencia de islamistas radicales entre los opositores al régimen sirio; sin embargo, ese riesgo debe llevar a la comunidad internacional a extremar la vigilancia respecto a una futura y deseable transición, no a inhibirse a la hora de contribuir a la misma.

Por todo ello, occidente debería aunar esfuerzos con la Liga Árabe para tratar de que Rusia y China no vuelvan a vetar, tal y como hicieron hace unos días, una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que exija claramente la remoción del régimen de al-Asad y que contemple otras medidas, como un embargo total de armamento o la ayuda directa a las milicias rebeldes y a la oposición política que alberga Turquía.

Lo que, desde luego, la comunidad internacional no debe ni le conviene permitir es que un tirano, que pretende perpetuarse en el poder masacrando a su propia población, siga apoyando formaciones terroristas fuera de sus fronteras, como es el caso de Hezbolá y Hamás, y sirviéndoles de enlace con un régimen con aspiraciones a tener armamento nuclear como es el de los ayatolás iraníes. Como señalaba Charles Krauthamayer hace unos días en nuestro suplemento de Exteriores, en diplomacia a menudo hay que elegir entre los derechos humanos y el interés estratégico. Éste es uno de esos raros casos en los que podemos apostar por ambos a la vez. No debería ser tan raro.

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