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Rosa Belmonte

Las gafas de Paloma

Paloma no parece haber querido quitarse esas cejas, que habrán sido para ella como la chaqueta de piel de serpiente para Nicolas Cage en 'Corazón Salvaje'.

Lo más parecido en España a las anfitrionas de los salones dieciochescos franceses han sido Mona Jiménez con sus lentejas y Paloma Segrelles con sus cejas. Dios las bendiga. Hôtesses herederas de Madame de Sevigné o Madame de Lambert. Una, la peruana, recibía en casa; la otra, la española, en el Club Siglo XXI. Una se fue, la otra sigue aquí, aunque ya no presida el club. Y, por si eso no fuera suficiente, se ha clonado en su hija. Las mismas cejas, las mismas pelucas... Si Rafa Medina tiene una habilidad especial para mezclar prendas sobre su persona, Mona y Paloma la han tenido para mezclar gente dispar. Fraga y Carrillo, marquesas varias, Mendoza, Boyer, Curiel... Esa gente. De hecho, en la presentación del libro de memorias que las Segrelles comparten (Tal como somos) había gente como José Bono, Norma Duval, Patricia Rato o Pitita Ridruejo, pero también Rosa Aguilar, Lissavetzky, Nicolás Redondo o Pascual Sala (Bono, por supuesto, pertenece al bando de las pititas).

Paloma Segrelles ya era bastante peculiar físicamente. Sus cejas eran tan conocidas en la sociedad española como las de Frida Kalho en la cultura popular universal. Quizá alguien le dijo un día, como Chavela Vargas a Frida (y con respecto a otros vellos), que tenía una crema depilatoria buenísima. "¿Y quién te ha dicho que yo quiera quitarme el bigote?", contestó la pintora a la cantante.

Paloma no parece haber querido quitarse esas cejas, que habrán sido para ella como la chaqueta de piel de serpiente para Nicolas Cage en Corazón Salvaje ("un símbolo de mi individualidad y mi fe en la libertad personal"). Es más, no es solo que se sienta orgullosa de sus cejas sino que ahora ha añadido unas gafotas de campeonato. No entro en si tiene un problema grave de visión, pero el tamaño asusta. Si fuera más joven diríamos que se ha puesto gafas de hipster, esa boba palabra (cupcake y waku girl me molestan más) que ahora se aplica a modernos alternativos tan borregos como el que más. Las gafotas son uno de los signos distintivos de esa tribu. Paloma parece más bien la abuela de Puerta de Hierro de una azafata del Un, dos, tres. Si pensáramos en una persona normal supondríamos que una vez que se viera en un espejo con esas cacho lentes desistiría de la idea de poner un pie en la calle, prestarse a salir en la tele o dejarse fotografiar en los periódicos (contraportada de El País del domingo 23 de septiembre). Pero tratándose de Paloma (de sus cejas, de sus pelucas, de la ropa cosida por ella misma), entendemos la audacia. Paloma Segrelles es nuestra Iris Apfel. Es de ese tipo de mujeres excéntricas que se ponen unas gafas que les ocupan más del 50% de la superficie de la cara y se quedan tan frescas. En el caso de Paloma Segrelles quiebra el dicho de Dorothy Parker: los hombres raramente se fijan en las mujeres con gafas ("men sheldom make passes at girls who wear glasses", que suena mejor). Cualquiera, hombre, mujer o pastor alemán se tiene que fijar en las gafas de Paloma. Ya solo falta que Palomita, la chiquilla clónica, también se las calce. Dan pereza, pero qué aburrida sería la vida sin las Segrelles. 

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