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Katy Mikhailova

¿Moda o disfraz?

¿Cuándo una prenda de vestir se convierte en moda o en disfraz?

Eso de que la musa me pille trabajando últimamente ha perdido sentido. Resulta curioso que la inspiración me llegue gracias a las redes sociales. Entre el linchamiento de las ultra-feministas de la semana pasada en Twitter por decir las cosas con un par de… tacones sobre la masculinidad femenina y usar los objetos con coherencia, me encuentro con un seguidor en el grupo de "es moda con Katy Mikhailova" en Facebook que, con mucha seriedad, me pregunta: "¿Cuándo una prenda de vestir se convierte en moda o en disfraz? Es decir, hay prendas o vestidos que utilizan los famosos y son vestidos raros; y, por otro lado, están los disfraces de las tiendas de carnaval. Entonces (…) ¿cómo sé qué es un vestido de moda y qué es un disfraz?".

No pude evitar sonreír y al mismo tiempo reflexionar su planteamiento que, aunque lo cuestiona con interés y con lógica, lleva su dosis de ironía, pues evidentemente es una pequeña burla a esos "famosos" que, como viene más o menos a señalar, con frecuencia se pasan de rosca. Así es. Los disfraces son también una moda, de la misma manera que la moda es otro disfraz de la sociedad. Aunque esto último mío es como decirlo todo y nada a la vez.

En cierta parte, la moda sirve para ocultar nuestras vergüenzas y al mismo tiempo desplegar nuestro atractivo manifestando, desde la teoría, la personalidad del que viste. Digo que en teoría, e insisto en ello, porque, después, en la práctica cada cual se viste de lo que no es, y con bastante frecuencia. ¡Ahí es cuando hay disfraz de por medio! Desde algunos políticos –o pseudo políticos como Toxo y sus relojes- pasando por las ya celebridades del mundo entero llegando hasta simples mortales que no saben el porqué de su manera de vestir, cuando probablemente es que están bajo los efectos de la enajenación producida por alimentarse a diario a base de Vogues, Telvas y blogs de moda.

Pero lo que este seguidor mío me venía a plantear es que, cuando todo está inventado, hay que reinventar; y, cuando está reinventado, hay que hacer algo nuevo, lo cual es tarea difícil. Es ahí cuando se roza la estupidez de la moda basada en la incomodidad, en el objetivo de llamar la atención a cualquier precio y en la falta total del sentido del ridículo. Es ahí, por tanto, cuando algunos personajes –no hay mejor manera para denominarlos- pasan por la alfombra roja o los famosos photocall revestidos en tejidos, cuales remolachas, y bien se han pasado con el tamaño y con la proporción de las telas; o cuales esqueletos, se han quedado cortos.

¿Que cómo saber si es un disfraz? Pregunta. Muy fácil: desentonan más de lo normal del resto, de manera forzadamente exagerada –algunas se suben a plataformas de 14 centímetros, otros mezclan verde, con naranja, rosa y llevan una pamela en la cabeza aun en un día normal; otros llevan gafas en lugares cerrados o gorras en aeropuertos-. Los peligrosos son los otros: esos que parecen ser una cosa y luego son todo lo contrario. Ante este segundo grupo, querido seguidor que me escribiste, no hay detector; si acaso una conversación de diez minutos, siempre cuando el interlocutor tenga un mínimo de sentido común. Pero, en fin. ¡Para qué molestarse! Si al final, todos los días son carnaval y pocos se quieren quitar la máscara.

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