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Alberto Acereda

La negación de la realidad

Lo más grave de este culto progresista a negar la realidad es la costumbre de culpar al "otro", siendo éste el ciudadano norteamericano de a pie, especialmente si se trata del prototipo de blanco y anglo, simpatizante con el Tea Party.

Uno de los mecanismos de defensa más comunes del ser humano es la negación de la realidad, o sea, no reconocer una realidad dolorosa o amenazadora. Cuando esa negación traspasa el caso individual y adquiere mayores dimensiones, como la del Gobierno de una sociedad, asistimos a un engaño generalizado. Se sustituye así la realidad por una ficción encaminada a metas electoralistas. A esto ha llegado ya la Casa Blanca, que vive en estos últimos días uno de los periodos más críticos desde su llegada en enero de 2009. 

El creciente vertido de petróleo en el Golfo de México y el intento terrorista en Nueva York son dos frentes abiertos. Llegan ambos en momentos difíciles para Obama y cuando los ciudadanos están cada vez más abiertamente insatisfechos con la intromisión del Gobierno en sus vidas. En cada uno de estos frentes, el Gabinete de Obama, el propio presidente y sus aliados políticos y mediáticos han negado la realidad y han buscado culpables en otros lugares.

El vertido de petróleo en el Golfo de México por parte de la compañía British Petroleum ha mostrado una notable falta de retraso e incompetencia en la respuesta dada por el Gobierno. Sin ser el mismo caso, cabría aquí recordar lo que se dijo contra la administración Bush en aquellos días del huracán Katrina. ¿Imagina el lector los ataques a George W. Bush si este vertido de petróleo se hubiera dado durante su presidencia y no durante la de Obama? Con éste, sin embargo, se escuchan y publican pocas críticas negativas, aunque haya habido ya víctimas humanas y no digamos ecológicas. Casi nadie explica que la administración Obama dejó libre a BP de formar parte de un estudio medioambiental para perforaciones petroleras. Ni tampoco que BP dio dinero para la campaña de Obama. Ni que mientras se iniciaba el vertido, el jefe de personal del Departamento de Interior estaba de vacaciones en el Gran Cañón.

En el ámbito de la seguridad, basta con seguir con mediana atención las noticias para darnos cuenta de que bajo la administración Obama se han dado ya más intentos de atentados terroristas contra Estados Unidos que en los siete años posteriores al 11-S bajo la administración Bush. Con Obama hemos tenido ya el tiroteo de Little Rock, la masacre de Fort Hood, el del avión de Detroit y el intento de bomba en Times Square. Aun así, y en el último episodio de Faisal Shahzad, ni la Casa Blanca, ni los medios obamitas se atreven a llamar las cosas por su nombre, o sea terrorismo islámico. La negación de la real amenaza terrorista se maquilla y no se contextualiza con otros casos yihadistas como el de Najibullah Zazi en septiembre de 2009 o el plan Newburgh en mayo de 2009. Parece como si la llamada a más atentados por parte de Al Qaida en la Península Arábiga por boca de Nasir al-Wahayshi fuera un sueño y no la realidad.

La negación de los hechos omite que el yihadismo está detrás de todo esto. Omite el reconocimiento de que la actual estrategia de la administración Obama está fallando al ser incapaz de explicar cómo el tal Faisal Shahzad pudiera estar en la lista de prohibición para volar y, a la vez, en un avión a punto de despegar para Dubai. Y pasa por no reconocer que –al igual que en el caso de Detroit– si la bomba no estalló fue por casualidad, por suerte y por error del terrorista; no por la estrategia de lucha antiterrorista de la Casa Blanca. Bush pudo fallar en Katrina, igual que ahora Obama ha fallado en el vertido de la Costa del Golfo, pero Bush no falló a la hora de impedir otro atentado terrorista en suelo norteamericano.

Con todo, lo más grave de este culto progresista a negar la realidad es la costumbre de culpar al "otro", siendo éste el ciudadano norteamericano de a pie, especialmente si se trata del prototipo de blanco y anglo, simpatizante con el Tea Party. Políticos de medio pelo como el actual alcalde de Nueva York, el "independiente" Michael Bloomberg son paradigmáticos de tan errada actitud. Horas después del atentado en Times Square, Bloomberg apareció en la noticias de la CBS para afirmar de forma ridícula que su sospecha sobre la autoría le hacía pensar que era un terrorista interno, "alguien con una agenda política a quien no le gusta la ley de la sanidad o algo así". O sea, otra vez, subliminalmente atacando al movimiento del Tea Party y sospechando de cuantos se oponen a la política de Obama.

Lo mismo cabe decir de supuestos periodistas imparciales, que luego resultan no serlo tanto, como Contessa Brewer, que se lamentaba en un programa de radio de que Faisal Shahzad (o sea, el terrorista) fuera musulmán pues eso –según ella– iba a abrir la puerta para atacar a la comunidad islámica o usar eso para justificar el racismo y el odio existente en Estados Unidos contra las minorías... Algunos medios de la progresía llegaron a indicar incluso que el intento terrorista de Faisal Shahzad se debía a su insatisfacción personal ante la situación económica actual y por haber perdido su casa por falta de pago... Para mayor farsa, algún medio apuntaba que el atentado era consecuencia de su desengaño ante los años de Bush y la guerra de Irak.

Todo vale, como vemos, para disculpar a un terrorista, y más si es islámico, y tanto mejor si de paso se puede culpar otra vez de todo a Bush o a los que se oponen a Obama. La negación de la realidad, en fin, busca aquí ocultar el mediocre papel de la administración Obama, y de sus aliados políticos demócratas en el Congreso. En Obamérica, el espejismo de la realidad controla todo. Por eso muchos ni se han enterado de que Nashville está inundado y que han muerto ya una veintena de norteamericanos.

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