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Alberto Míguez

China se cabrea

Los chinos se han puesto como un basilisco porque el gobierno de Estados Unidos ha permitido que el presidente de Taiwan, Chen Shui Ban, realice una vista de dos días a Nueva York cuando apenas estaba prevista una “escala técnica”. La visita del presidente taiwanes fue precedida por otra del Dalai Lama, a quien el gobierno de Pekín califica nada menos que de “terrorista”.

Las relaciones chino-norteamericanas van mal y pueden ir peor. La prepotencia china en asuntos que considera “internos” (Taiwan y Tibet lo son para los paleocomunistas chinos) parece haber pasado ciertos límites mientras el asunto del avión espía se procesa a un ritmo marcado por los militares y no por los diplomáticos. En Washington lo saben y no tienen prisa. Pero tampoco van a tolerar la prepotencia y la amenaza como sistema de relaciones.

Creen los chinos que con Estados Unidos funciona la técnica del permanente desplante: basta con que un asunto no les guste o no convenga a sus complejos intereses planetarios para que lancen bravatas y descalificaciones como si, de repente, el gran país asiático se hubiera transmutado en el gran imperio del medio que fue en su gran historia imperial. Los jerarcas comunistas chinos tienen una gran nostalgia de aquellos tiempos que no volverán.

China necesita a Estados Unidos mucho más que al revés. El futuro industrial, tecnológico y económico del último imperio marxista-leninista o lo-que-sea (más bien lo-que-sea: definir al régimen chino desde el punto de vista ideológico es misión imposible) depende de unas relaciones correctas y amables con la nueva Administración americana.

Esta Administración tiene una política de “contención” menos errática que la de Clinton, de modo que Jiang Zemin y sus colaboradores se lo tendrán que pensar antes de utilizar la artillería dialéctica al uso. Taiwan es un asunto chino, dicen en Pekín. Tal vez lo sea, pero algo tendrán que decir los taiwaneses. Y, hasta ahora, la única alternativa que el gobierno de Pekín ofrece a la isla rebelde es el “trágala”.

Este tipo de amenazas no funcionan ya. Nadie apabulla a los taiwaneses, sobre todo cuando el viento sopla a favor de un régimen que ha recuperado la democracia y que económicamente es un éxito espectacular, algo que no puede decirse todavía de la dictadura gerontocrática de Pekín.

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