Soberbia es pretender hablar en nombre de los demás y sus intereses, y en las sociedades intervenidas es la norma. Así, el eurodiputado Sami Naïr proclamó que hay “sectores inalienables de interés humano que no deben caer de ninguna manera bajo la comercialización generalizada. Estos sectores –la sanidad, la educación, el agua, la cultura, los recursos no renovables– deben permanecer dentro del espacio público no mercantil, porque constituyen el núcleo del interés general y de la igualdad de oportunidades. Son la garantía de los derechos fundamentales del ciudadano”.
Ni una palabra dijo, ni una sola, sobre los derechos del ciudadano a su libertad y a la disposición del fruto de su trabajo. No, el señor Naïr nos quiere proteger en el más puro estilo intervencionista: cerrando todas las puertas y entregando a la coacción política todas las llaves. Para ello recurre a la más atávica de las tonterías económicas: el odio al comercio, es decir, el odio a la actividad libre y a la libre elección de los ciudadanos, el odio a una institución básica de la sociedad abierta y próspera. ¡Y el señor Naïr expresa su animadversión en términos de “derechos fundamentales”! Una broma, sin duda.
Y macabra es la broma de este eurodiputado cuando alega que la libertad perjudicaría al pobre, y cita a Mandela que, confundido en economía, sugirió que los campesinos de los países pobres no podían competir con los campesinos de los países ricos. Claro que pueden, pero sucede que no les dejan, y los políticos de los países ricos cierran sus fronteras a las exportaciones de los países pobres, tal como hace Europa con la Política Agraria Común. Pero de esto no dijo tampoco ni una palabra el señor Naïr. Y es que el comercio, o sea la libertad, es, ya se sabe, un asco.
En fin, nota de humor: el eurodiputado omitió las pensiones en su curiosa lista de derechos fundamentales. ¿Pretenderá privatizarlas?
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