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Alfredo Sáenz, consejero delegado del SCH, fue crucificado por el pensamiento único: según publicó la prensa, había recomendado “desmantelar” el Estado del Bienestar. En realidad, no había dicho tal cosa, y él mismo se apresuró a aclararlo: “El Estado del Bienestar ha jugado un papel fundamental, y muy necesario, en el progreso y cohesión social de Europa”. Su presidente, Emilio Botín, se expresó “totalmente a favor” del Estado del Bienestar, que “es algo de lo que todos los españoles tenemos que estar orgullosos”.
           
Cabe subrayar, como ha hecho Amando de Miguel, el éxito del Estado del Bienestar en términos de mercadotecnia: como es “del Bienestar”, se supone que recortarlo siempre es malo, siempre provoca malestar, y nadie destaca que con menos Estado del Bienestar sería posible “desmantelar” impuestos.
           
Pero además ¿cómo está tan seguro Sáenz de que el Welfare State ha resultado tan benéfico? A los ciudadanos europeos no nos dejaron optar por “cohesionarnos” más o menos; ¿cómo sabe él que el resultado ha sido estupendo, con respecto a qué hemos progresado, con respecto al pasado, a cualquier alternativa concebible? El caso de Botín es análogo: al parecer, si los españoles hubiésemos tenido libertad, libertad para usar nuestro dinero y para ser dueños de nuestro destino, entonces tendríamos que estar avergonzados.
 
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