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Daniel Rodríguez Herrera

Ya no tengo música

¿Y si la empresa a la que confiamos nuestra música quiebra? ¿O pierde nuestras canciones por un problema informático, o porque nosotros nos hemos equivocado al darle a una tecla? Es un riesgo que hay que evaluar.

Amazon acaba de lanzar un servicio sólo para sus clientes estadounidenses, Cloud Drive, para poder almacenar todo tipo de ficheros en la nube, pero enfocándolo principalmente para la música. La idea es que compremos música en su tienda, Amazon MP3, que tiene en EEUU una cuota de mercado de un 13,3%, frente al 66,2% del Itunes de Apple, el rey del sector, y en lugar de descargarla la dejemos en sus servidores. También podremos subir la que ya tengamos en nuestro ordenador, sin que Amazon esté en principio dispuesto a investigar sus orígenes...

El servicio podrá triunfar, o no. Tiene un buen punto de apoyo: Amazon MP3 apostó desde el principio por Android, viniendo su aplicación preinstalada, y la apuesta está dando sus frutos. La tienda digital de música tenía un 4% de cuota en 2008, y desde entonces no ha dejado de subir, según subía la cuota de mercado del sistema operativo de Google. De ahí que aunque podamos escuchar la música que tengamos en la nube en casi cualquier navegador web, Amazon también ha lanzado un reproductor específico para móviles Android.

Con este movimiento, Amazon se intenta proteger del esperado Google Music, que no se sabe muy bien qué será, pero sí que tendrá bastante parecido con Cloud Drive. Cabe esperar que cuando ese lanzamiento tenga lugar, Amazon MP3 perderá su privilegiado lugar en Android, y con él la constante mejora de su cuota de mercado. Así que intenta ofrecer el servicio como valor añadido.

Lo que no importa demasiado es si triunfará o no, porque la tendencia es ya definitiva. Pocas cosas hay más necesitadas de ubicuidad que la música. La escuchamos hagamos lo que hagamos, estemos donde estemos, y queremos poder disponer de nuestra música en todo momento. Antes lo intentábamos copiándonos los discos en cintas de casete, para poder oírlas en el coche o con los viejos Walkman. Ahora resulta difícil competir con la nube: tenemos casi toda la música en cualquier momento, en cualquier lugar, con sólo disponer de conexión a internet.

Probablemente servicios como Spotify acaben llevándose el gato al agua: es más completo, porque no sólo te permite escuchar tu música, sino también lo que quieras oír, lo que te sugiera un amigo en un momento dado: lo que sea. En cualquier caso, la diferencia principal es que dejamos de tener la música. Ya no es que hayamos dejado de tener un objeto físico, real, con la música grabada: es que ya no tenemos ni el fichero almacenado en el ordenador. Cambiamos posesión por acceso desde cualquier sitio, en cualquier momento. En el día a día todo son ventajas. Pero ¿y si la empresa a la que confiamos nuestra música quiebra? ¿O pierde nuestras canciones por un problema informático, o porque nosotros nos hemos equivocado al darle a una tecla?

Es un riesgo que hay que evaluar, y más cuando dejamos en la nube cosas más valiosas que la música, como nuestros correos electrónicos, nuestra agenda o nuestros documentos. Quizá nos merezca la pena seguir teniendo ficheros en el ordenador. Aunque no sirvan absolutamente para nada, sentirnos tranquilos también nos aporta un valor. Pero según vaya pasando el tiempo, cada vez los necesitaremos menos. A mí ya no me cuesta nada pensar en no tener música.

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