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EDITORIAL

Krugman y Santillana

Tras dedicar sus primeros años a dar a conocer los méritos de personas e instituciones generalmente poco conocidas, los Príncipe de Asturias han preferido darse a conocer a sí mismos otorgándose en función de la previa celebridad de los premiados. Sin embargo, han tenido un cuidado exquisito en que los galardonados no puedan ser jamás objetados por el imperio Santillana.
 
Paul Krugman es un economista de izquierdas que escribe contra Bush en el New York Times, periódico con el que tiene acuerdos El País. Se ha opuesto a casi cualquier cosa promovida por la actual administración republicana, desde la guerra de Irak hasta las medidas del fiscal Ashcroft pasando, claro, por los recortes de impuestos. Desafortunadamente para su prestigio como economista, lo ha hecho con más frecuencia discutiendo los motivos que llevaron a tomar esas decisiones, en lugar de examinar las consecuencias que podrían tener. No tiene tampoco ningún reparo en cambiar de opinión pero es incapaz de reconocer que lo ha hecho. Todo ello muy propio de un polemista como Michael Moore, pero nada adecuado para un estudioso de las ciencias sociales, que es lo que se premia.
 
Para observar el modo en que Krugman tuerce los datos no hay más que ver la columna que dedicó al fallecimiento de Reagan. Tras reconocer que la inflación pasó del 12% al 4'5% durante su presidencia, asegura que el coste fue un desempleo muy alto, con una media del 7'5%. Su aseveración es numéricamente correcta, pero olvida el pequeño detalle de que el paro sólo subió durante los dos primeros años del mandato del presidente republicano, llegando hasta el 10%, mientras empezaban a tener efecto las medidas para superar la recesión, para ir reduciéndose desde entonces al 5'4% del mes de enero de 1989. Krugman ofrece datos reales para ocultar la realidad. Hábil, pero intelectualmente deshonesto.
 
Este es el tipo de intelectuales que hemos premiado hoy. No cabe duda de que disfruta de una indudable popularidad entre la izquierda antiamericana, pero parece difícil que su perfil se ajuste a unos premios que, llevando el nombre del título del heredero de la Corona, deberían fomentar el consenso y la unidad de los españoles. Al volver a otorgarlo, como todos los años, a un representante de las ideas de la mitad de la población, siempre de la misma mitad, se está llevando a la otra a, como poco, desentenderse del galardón.
 
Con este fallo, la presencia de Manuel Fraga como presidente del tribunal refleja uno de los graves problemas de la cultura española. La derecha política premia a la izquierda por complejo y la izquierda se premia a sí misma porque no tiene ninguno. De modo que los españoles jamás se enterarán por el mundo de la cultura establecida de la existencia de economistas, filósofos, políticos o escritores que se alejen del dogma políticamente correcto que ha pasado a ser la seña de identidad de la cultura española.

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