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Encarna Jiménez

Como monjas

La mejor noticia del año ha sido que, al fin, las afganas ya pueden volver a la escuela y quitarse la “burka”. El derecho a la educación y a tener rostro es un paso imprescindible para la libertad y la igualdad. Sin embargo, en la sociedad afgana, como en tantas otras islámicas, el velo, los guardapolvos y las tocas, siguen funcionando como una forma obligatoria de autodefensa en periodo de transición. Sobre las ventajas de la ocultación del cuerpo de la mujer no sólo habla la machista ortodoxia islámica, sino algunas practicantes de lo que es calificado como “feminismo islámico”.

Muchas mujeres de países musulmanes defienden la tesis de que de la doctrina de Mahoma es igualitaria y no implica la condena de la mujer. Es una visión aparentemente optimista que encierra una rendición a corto plazo. Una mujer tan significada como Masumeh Ebtekar, vicepresidenta de Irán y ministra de Medio Ambiente, se abona a esta tesis, y su cargo lo demuestra, pero nos lo cuenta vestida como una monja, como si el poder, la igualdad, la formación y la libertad que practican no fuera una consecuencia de la “revolución burguesa”, sino una manera de ganar el terreno como lo hacía Santa Teresa de Jesús en el Siglo XVI.

Viendo con cariño a estas mujeres con hábitos del Islam se puede recordar que para muchas mujeres la religión católica, el convento o la caridad era una forma de abrirles puertas interiores, pero tampoco podemos olvidar que eso ocurría hace 500 años y que, aunque las religiones abren nichos para quien busca refugio, nunca podrán plantear la igualdad sin contradecirse con una práctica acrisolada de discriminación.


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