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Enrique de Diego

El suicidio de Occidente, 1

El suicidio de Occidente o lo políticamente correcto como estupidez, 1

Es sabido que Occidente ha sobrevivido a pesar del intento de suicidio constante de sus intelectuales, de su inteligencia media, de esa que repite tópicos totalitarios. Ese compromiso con el totalitarismo se dio de manera abundante y generalizada tanto a favor del nazismo y el fascismo, como del comunismo. Siempre ha habido, a cambio, una pequeña parte de pensadores, que a contracorriente, han defendido la causa de la libertad. Pero siempre han sido una minoría. Tras la segunda guerra mundial fue generalizada la opción comunista de los intelectuales, el dominio hegemónico de las universidades por el marxismo, que aún se mantiene en la Universidad española como método de análisis, a pesar de que tal doctrina ha causado más de cien millones de muertos por asesinato directo.

La caída del Muro hizo que los totalitarios de las vísperas pasarán de su dogmatismo a un relativismo que les hiciera sobrevivir so capa de postmodernidad. Se desarrolló un nuevo dogmatismo –todo es relativo: el dogma más absurdo– de lo políticamente correcto, amalgama de tópicos insustanciales con argamasa de complejos de culpa, partiendo siempre de la base de que Occidente y las democracias son culpables, en cualquier caso, del pecado original de su propio éxito, de la defensa de la libertad y de su progreso. Ese Occidente que recurre en ayuda de las causas humanitarias, con frecuencia el fruto de tiranías y errores colectivistas, es, sin embargo, el enemigo a batir. La existencia de falsas morales, basadas en opiniones evanescentes y puramente sentimentales, con los que se debe ir por los salones, por las cátedras y, por supuesto, por los medios de comunicación, es una de las falacias más constantes, una inercia de ese intento de suicidio.

Basta leer los editoriales y comentarios de algunos diarios españoles para ver hasta qué punto esa estupidez, con sus equidistancias beatas y aparentemente racionales, está generalizada. Tras la barbarie del ataque integrista a los Estados Unidos no se cede un ápice en el antiamericanismo, que es una de las notas de buena educación políticamente correcta. La preocupación no se establece sobre el riesgo para la seguridad de los ciudadanos de las naciones democráticas (Estados Unidos no es más ni menos que el pararrayos) sino sobre los efectos de la reacción de Bush.

DiceEl Mundo, tan atenazado por complejos de progre en lo internacional para justificar sus apoyos en lo nacional, que “una intervención de Estados Unidos podría desencadenar una reacción militar de países como Siria, Libia, Irak e Irán”. Como si ese riesgo no existiera con carácter previo y pudiera ser efecto de la reacción. Incluso especula el editorialista con regodeo sobre si “las imágenes de la tragedia de ayer suscitan la reflexión de si EEUU, como Roma hace veinte siglos, no es sino un gigante con pies de barro, con numerosos enemigos extramuros que esperan un signo de debilidad para atacar a la gran potencia”. ¿Una acción suicida elevada a la categoría de la spenceriana decadencia de Occidente? Quizás esa permanente inmoralidad de convertir a las víctimas en culpables.

Por supuesto, han fallado medidas de seguridad, pero parece una exageración supina sentenciar que “es incapaz de garantizar la seguridad de los habitantes de Nueva York o Washington”. Luego están esos analistas de la nada o de la pusilanimidad. Dejo a los aburridos eruditos como Felipe Sahagún con sus grandilocuentes vaciedades. Para Rafael Navarro-Valls, catedrátido de Derecho Canónico, en el mismo diario, “el peligro es que la reacción del gigante sea demasiado violenta. Es decir, que desde el Pentágono en llamas resuenen demasiado fuerte y demasiado pronto los tambores de guerra y de venganza. Es tiempo de fortaleza pero también de serenidad”. ¡Cuánto “volunta” aspirante a presidente de los Estados Unidos siempre dispuestos a enmendar la plana y a ver el peligro en las democracias y no en los totalitarismos! ¡Cuánto acomplejado!.

No falta el toque resentido y multicultural de Antonio Gala, para quien esto son “gajes del imperio” pues “son demasiados los pueblos en que se han sembrado vientos. El descontento humano es infinito”. El suicidio genocida elevado a respuesta moral de peluca empolvada. El culpable: Estados Unidos. “El pánico se ha adueñado del corazón USA. Para eso sí lo tiene”. ¿Qué harían con Gala los integristas? Los talibanes, por ejemplo.

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