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Acuerdo contra Irán

Para que esta nueva iniciativa diplomática pudiera tener éxito debería haberse iniciado hace cuatro años.

El fin de las primarias norteamericanas ha coincidido con la celebración de la Asamblea Anual de AIPAC, el lobby pro-israelí norteamericano, en la ciudad de Washington, dando así la oportunidad a contendientes y dirigentes nacionales de ambos partidos para fijar en sus discursos ante dicha Asamblea su posición sobre la crisis de Oriente Medio y, más en concreto, sobre la respuesta a la amenaza iraní. El resultado ha sido interesante.

Republicanos y demócratas han llegado a un acuerdo sobre la política a corto plazo. Se apuesta por la diplomacia en dos sentidos complementarios. Por un lado quieren aumentar la presión económica mediante la aplicación de sanciones. El primer teatro de operaciones será el Consejo de Seguridad. El segundo, las relaciones bilaterales. El tercero, la acción conjunta de nuevas medidas legales y de la presión ciudadana sobre los gestores de fondos de pensiones para evitar la llegada de inversiones a Irán. Los objetivos principales de este abanico de iniciativas son crear serias dificultades al banco central; impedir que compañías energéticas inviertan allí, desarrollando las extraordinarias capacidades locales; bloquear toda actividad mercantil con la Guardia Revolucionaria; y, por último, imposibilitar el refino del crudo iraní. Junto con las sanciones el acuerdo pasa por lograr el aislamiento diplomático de Irán, exponiendo a los ayatolás y a los radicales reunidos en torno a Ahmadineyad a las consecuencias de su política.

Sanciones más aislamiento intentan revertir la política iraní de apoyo a grupos terroristas y desarrollo de un programa nuclear con fines militares. Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, habló de "convencer" a la clase política de Teherán de que sus intereses eran incompatibles con su política. Al mismo tiempo, se confía en que el agravamiento de la situación económica facilite la crisis del régimen, cuyo apoyo popular es limitado. Nadie parece dudar de que el problema reside en el régimen político y no en uno u otro dirigente, pero parece del todo descartada la sola idea de una intervención militar que, como en el caso de Irak, tuviera como objetivo redefinir el sistema constitucional iraní. Ese es un cometido que sólo corresponde a la población.

Junto a la política específica hacia Irán se apuesta por poner a punto las capacidades militares israelíes, en particular en todo lo referente a defensa antimisiles. Teherán debe comprender que no tiene, ni va a tener, capacidad para atacar de forma efectiva a Israel, pero que el gobierno de Jerusalén podrá en todo momento contraatacar con un alto grado de letalidad.

El acuerdo parlamentario, que no estrategia, tiene evidentes puntos débiles que a nadie se le escapan. No está nada claro que la diplomacia norteamericana consiga la aprobación de nuevas resoluciones en el Consejo de Seguridad que impongan sanciones realmente coercitivas al Gobierno de Teherán. Para Rusia y China es más urgente debilitar el hegemonismo norteamericano que detener la carrera nuclear iraní. Los europeos, cuyas economías están seriamente afectadas por la crisis económica, no tienen ningún interés en perjudicar a sus propias empresas y, en todo caso, tardarían mucho tiempo en adaptar sus marcos legales. En el ámbito de la diplomacia bilateral Estados Unidos puede lograr algún éxito, pero sólo parcial. Irán seguirá encontrando socios con los que comerciar.

Pero el fallo más evidente del acuerdo es el referido al tiempo. Para que esta nueva iniciativa diplomática pudiera tener éxito debería haberse iniciado hace cuatro años. La razón de que no se hiciera fue por la evidente falta de apoyos. Para cuando se apliquen las primeras medidas puede ser ya muy tarde. Irán está muy cerca de lograr su primera bomba nuclear.

Si esto es evidente para todos, ¿por qué los políticos norteamericanos actúan como si no fueran conscientes de ello? La respuesta varía según el político o partido. McCain ya aclaró en su momento, aunque por razones electorales haya dejado de repetirlo, que ordenaría un ataque militar selectivo si la diplomacia no lograse impedir el acceso de Irán al club nuclear. No sabemos en qué medida la actitud de McCain es representativa, pero es evidente que un buen número de dirigentes republicanos la comparten. Obama anunció en la Asamblea de AIPAC, ante el sector más militante de la comunidad judía norteamericana, que en todo momento "retendría" la capacidad de ordenar una acción militar. Por razones que sólo un psicólogo podría explicar, el público asistente aplaudió puesto en pie algo que no sólo era una obviedad, pues todo presidente tiene siempre la opción de usar la fuerza, sino que suponía no utilizar el verbo que la lógica de la acción requería: "usar".

Los demócratas han ido elaborando una nueva posición que parte de la aceptación de que es imposible detener el acceso de Irán a la bomba nuclear, porque no hay tiempo para la diplomacia y porque un ataque selectivo tendría consecuencias aún peores sobre la estabilidad regional. A partir de ahí juegan con viejos conceptos, un cocktail de unas dosis de "palo y zanahoria" con una sólida base de disuasión. Harry Reid, el portavoz demócrata en el Senado, no tuvo reparos en comparar la nueva política con la empleada con la Unión Soviética, como si la nomenklatura soviética tuviera algo que ver con los jóvenes cachorros de la Guardia Revolucionaria que se han hecho con el poder en Teherán. Piensan los demócratas que ahogando la economía iraní, en el hipotético caso de que lo consiguieran, y demostrando la inutilidad de su armamento atómico ante la eficacia de los sistemas antimisiles y la capacidad de contraataque, el Gobierno iraní claudicará y dará marcha atrás. No se trata, por lo tanto, de impedir que Irán acceda al umbral nuclear, sino de forzar a sus dirigentes a desandar el camino.

La nueva política demócrata es cualquier cosa menos nueva. Se trata de rescatar los viejos conceptos de la Guerra Fría para aplicarlos en un entorno radicalmente distinto. Sin embargo, los viejos dinosaurios soviéticos valoraban la vida, porque no tenían otra cosa en qué creer. No es el caso de Ahmadineyad y del grupo político que le rodea. El fanatismo religioso es un fenómeno tan humano como el odio a la libertad característico de los comunistas, pero son hechos políticos de diferente naturaleza que no pueden ser tratados de la misma manera. El programa nuclear iraní tiene distintos objetivos, pero el más importante es la garantía de defensa, el saber que podrán continuar desestabilizando Irak, Líbano, Palestina... a coste cero. La disuasión poco podrá hacer en este terreno. Las zanahorias que Estados Unidos pueda ofrecer a los islamistas de Teherán dependerán de los palos que previamente se les haya infligido. Hoy por hoy el régimen de sanciones es sólo una posibilidad de difícil aplicación. Mientras tanto, lo único seguro es que si Bush o el Gobierno israelí no lo impide, Irán entrará en breve a formar parte del club nuclear, con consecuencias extraordinarias sobre el equilibrio regional y sobre el régimen de no proliferación.

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