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Libia, en claro

Las guerras son lo suficientemente complicadas y están bastante llenas de imponderables como para añadirles el no saber qué se pretende y quién está al mando. Es urgente aclararlo.

La guerra empezó un 19 de marzo. Como Irak. Tal día como hoy los marines ya habían entrado en Bagdad y se disponían a derruir la estatua de Sadam. Pero que no cunda el pánico, nadie esperaba ahora tanta eficacia de la "comunidad internacional" como entonces. Lo exigible ahora es claridad.

Entramos en Libia bajo la bandera de conciencia impoluta del internacionalismo progresista. Predicamos motivos humanitarios como la invención denominada "responsabilidad de proteger", que no aparece en ningún texto legal. Los libios, en revolución "orgánica", es decir, por sí mismos debían forjarse su destino, sin que interviniésemos con botas sobre el terreno, y remitiríamos el caso al TPI.

Las cosas no han salido así. Sus agentes debían llevar zapatos, pero la CIA llevaba un mes en el lugar. Claro que esto lo compensó Estados Unidos retirando la mitad de sus aviones de la operación y dejando a la OTAN huerfanita de fuerza de fuego, lo que no ha contentado a los rebeldes. A todo esto, el secretario de Defensa americano dijo de cien formas que ya tiene bastante con Afganistán e Irak, que está a punto de retirarse, y que no quiere líos. Francia e Inglaterra empezaron a preguntarse si, logrado el empate, se puede declarar misión cumplida, mientras se dejan enredar en diplomacias de paz con Gadafi. Pero sin victoria, ay, no hay paz. Las investigaciones de la Fiscalía del TPI, limitadas a la intención de reunirse con el angelito Musa Kusa, siguen su curso hacia, en el mejor de los casos, la nada; y en el peor, un impedimento para una salida pactada del tirano, a saber, con menos muertos.

Para acabar con la ceremonia de confusiones, Italia siguió a Francia en el reconocimiento del Consejo Libio, mientras Washington –en despliegue de prensa sin precedentes– hizo saber a todos que –atentos–, el antiguo número dos de su embajada en Libia ha sido enviado para conversaciones en Bengasi. Si eso no es amparo inquebrantable de Obama, entonces, qué.

Las guerras son lo suficientemente complicadas y están bastante llenas de imponderables como para añadirles el no saber qué se pretende y quién está al mando. Es urgente aclararlo. En especial Obama: debe dejar de aplicar las estrategias de Bush al tiempo que miente para esconderlas. Lo que puede parecer una sutileza comunicativa no es sólo despotismo, sino un error estratégico. Libia es un cambio de régimen como Irak, un aviso a Siria e Irán, y una señal para Yemen y Bahrein. Y si no, debería serlo.

Es hora, en general, de que Occidente aclare con quién está y cómo piensa cobrarse su apoyo. Debe imponer a sus aliados coyunturales el triple test del progreso de la "primavera árabe": igualdad de la mujer, reciprocidad sobre la libertad religiosa, y reconocimiento de Israel como Estado judío. Es el momento para hacer entender a qué ligamos nuestra ayuda. Estamos contra los tiranos, sí. Contra el terrorismo, sí, pero ¿a favor de qué?

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