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El tratado ha tenido apoyos sorprendentes, entre personalidades poco inclinadas a ceder ante los rusos o admitir obstáculos a la defensa contra misiles, empezando por la mayor parte del liderazgo militar, con el secretario de Defensa Gates a su cabeza.

El mundo se interesa por nosotros, aunque nosotros no nos interesemos por el mundo. "Nosotros" somos todos los terrícolas y el mundo es ancho, ajeno y muy variado, incluyendo un insoslayable componente nuclear, no sólo energético, sino también militar. Hubo un tiempo, en los 60 y 70 que había tantas bombas atómicas que el cáustico Churchill dijo que sólo podían servir para que los escombros rebotasen. Ya no es el caso, aunque el potencial destructivo teórico siga siendo espeluznante. El nuevo tratado americano-ruso firmado en abril y ratificado hace unos días por un Senado americano de transición –a punto de ser sustituido por el que ha salido de las elecciones de noviembre–, establece los compromisos necesarios para proceder a nuevos recortes.

Dependiendo de categorías, más o menos un 20%. Se trata de armas estratégicas, aquellas que dado su vector de proyección o "vehículo de reparto" pueden alcanzar desde el propio territorio o desde el medio del océano el territorio de la otra potencia. Como si esa fuera la cuestión. Como si estuviéramos en plena guerra fría. Pero nunca se sabe cuando la paranoia rusa es auténtica, y cuando de conveniencias y uno de los objetivos del tratado es contentar a los rusos. Así los rusos consiguen mantener la paridad, lo que no es pequeño regalo pues se ahorran una imposible carrera de armamentos. Las armas nucleares de corto alcance, tácticas, no han entrado en la negociación. Los rusos mantienen una superioridad de 1 a 9. Y son armas mucho más fáciles de contrabandear o malusar.

El tratado ha estado envuelto en mucha política no sólo con Moscú, sino entre republicanos y administración Obama, a su vez bajo una presión internacional de amigos, aliados y simples firmantes del mundial Tratado de No Proliferación. A parte de concesiones a los rusos, lo más inquietante para los críticos era el tema del desarrollo de sistema activos de defensa contra misiles atacantes. El lenguaje del tratado es ambiguo. El compromiso de Obama ha consistido en disipar la ambigüedad declarando su decida devoción por esos proyectos y rechazando toda incompatibilidad contractual con los mismos. Eso ha dejado medio tranquilos a los republicanos. Lo malo es que Moscú ha hecho lo mismo en sentido diametralmente opuesto. Al tratado le esperan bonitos pleitos de interpretación.

El tratado ha tenido apoyos algo sorprendentes, entre personalidades poco inclinadas a ceder ante los rusos o admitir obstáculos a la defensa contra misiles, empezando por la mayor parte del liderazgo militar, con el secretario de Defensa Gates a su cabeza. Para esta gente, el factor decisivo ha resultado ser el sistema de inspecciones, cuando en el 2002 Bush dejó caducar uno de los acuerdos fundamentales de la Guerra Fría o más bien, del primer deshielo. Era precisamente el que limitaba el desarrollo de sistemas antimisiles, y lo sustituyó por otro que contenía a cambio nuevos recortes en las cifras de cabezas de guerra y vectores de lanzamiento. Pero no queriendo tener a los rusos metidos en las instalaciones americanas, renunció a hacer lo propio con las rusas, confiando en que los llamados "medios técnicos nacionales" eran suficientes para mantener un control de lo que subsistía en manos de la otra parte. No parece que haya sido muy buena idea. La gran virtud del nuevo tratado es que se restablece un sistema de inspecciones rigurosas, obviamente mutuas. Otra vez como en la Guerra Fría. Lo decía Reagan con una frase que le habían traducido del ruso: "Confía pero verifica".

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