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HORRORES DEL SIGLO XX

La odisea del cadáver de Mussolini

El asesinato de Muamar el Gadafi y la exhibición de su cadáver recuerdan el trato que recibió otro dictador con vínculos siquiera geográficos con el árabe: Benito Mussolini. El duce del fascismo gobernaba Libia cuando Gadafi nació, y después de ser fusilado por unos partisanos comunistas su cuerpo fue escarnecido por el mismo pueblo que le había vitoreado.


	El asesinato de Muamar el Gadafi y la exhibición de su cadáver recuerdan el trato que recibió otro dictador con vínculos siquiera geográficos con el árabe: Benito Mussolini. El duce del fascismo gobernaba Libia cuando Gadafi nació, y después de ser fusilado por unos partisanos comunistas su cuerpo fue escarnecido por el mismo pueblo que le había vitoreado.

Benito Mussolini era el primer ministro de Italia desde 1922. Las multitudes le vitoreaban por donde fuese, el rey Víctor Manuel III le había ofrecido incluso un título nobiliario, los principales escritores del mundo acudían para entrevistarle y todos los estadistas del mundo le halagaban. Su estrella empezó a declinar cuando se unió al führer del nacional-socialismo alemán debido al bloqueo que le impusieron Francia y el Imperio británico por su invasión de Etiopía.

En 1936, Mussolini habló del eje constituido por Italia y Alemania e incorporó su país al Pacto Anti-Komintern. En 1938 aprobó las leyes raciales, inspiradas en la legislación antijudía del III Reich. Y en mayo de 1939 firmó con Alemania el Pacto de Acero. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Mussolini mantuvo la neutralidad; hasta que Francia fue derrotada: entonces acudió en busca de botín: en junio de 1940 declaró la guerra a las democracias.

Sin embargo, esa decisión se reveló desastrosa para él y para Italia: perdió los territorios de que disponía en el África oriental, y sólo la intervención alemana impidió que cosechara sonoras derrotas en Grecia y Libia. En mayo de 1943 las fuerzas del Eje se rindieron en Túnez, y en julio los Aliados, a los que se había unido Estados Unidos, desembarcaron en Sicilia. El 25 de ese mes, Mussolini fue destituido por el rey y encarcelado. El 8 de septiembre, el sustituto del Duce, el mariscal Pietro Badoglio, pidió un armisticio a los Aliados y volvió sus tropas contra los alemanes.

Condenado a muerte sin juicio

Mussolini fue apresado, y Hitler ordenó su búsqueda y rescate. El 12 de septiembre se realizó la Operación Roble, el más arriesgado acto de comandos de toda la guerra. Unas unidades de las Waffen SS dirigidas por el capitán Otto Skorzeny aterrizaron en el Gran Sasso, una estación de esquí de alta montaña, y desarmaron a quienes custodiaban al Duce, a quien el Führer puso al frente de la República Social Italiana, en el norte del país y bajo control alemán.

En abril de 1945, Mussolini, acompañado de unas docenas de leales, de su amante Clara Petacci y de una compañía de soldados alemanes, trató de escapar a Suiza. La radio comunicó que la resistencia le había condenado a muerte, así como a sus ministros y al resto de dirigentes del fascismo. El día 27, unos grupos de partisanos comunistas cortaron el paso a la columna. Aunque los alemanes disfrazaron a Mussolini para llevarle con ellos en sus camiones, fue reconocido y detenido. Al día siguiente, él y la Petacci fueron asesinados.

Los detalles de este crimen están aún ocultos por la izquierda italiana. Un tribunal compuesto sólo por partisanos y resistentes dictó la condena a muerte, sin que hubieran comparecido ante él para defenderse Mussolini ni el resto de acusados. Se atribuye la ejecución al jefe partisano Walter Audisio, apodado Coronel Valerio, en el pueblo de Giulino di Mezzegra, muy cerca del lago Como. Sea como fuere, en ella participaron el socialista Sandro Pertini, entonces secretario general del PSI y más tarde presidente de la república, y el comunista Luigi Longo, que fue comisario político del batallón de italianos de las Brigadas Internacionales, diputado en la asamblea constituyente y, entre 1964 y 1972, secretario nacional del PCI.

Bajo un número

El 29 de abril, los partisanos llevaron los cadáveres de Mussolini, Petacci y trece jerarcas fascistas a Milán y los dejaron en la plaza de Loreto, donde meses antes los de la República de Saló habían dejado los cuerpos de quince guerrilleros. Una muchedumbre se reunió en torno a los cadáveres y los vejó. Al reconocer a Mussolini, numerosos milaneses lo patearon, lo mutilaron y hasta le dispararon. La cara del Duce, reproducida hasta entonces en multitud de cuadros, bustos y fotografías, quedó desfigurada. ¿Cuántos de los que ultrajaron su cuerpo le habían aclamado antes, como cuando, en 1936, visitó la ciudad?

Para aumentar el escarnio, Mussolini, Petacci y cinco asesinados más fueron colgados por los pies del armazón de una gasolinera. Así los encontraron los militares de Estados Unidos al entrar en Milán unos días después.

El Comité de Liberación Nacional hizo enterrar el cuerpo de Mussolini en el cementerio Mayor de Milán, donde hay más de un millar de fascistas muertos en esos días de primavera de 1945. La tumba carecía de nombre y estaba identificada sólo por un número, el 384.

El final de Mussolini pesó en la decisión de Hitler de suicidarse y ordenar la destrucción de su cuerpo, el 30 de abril.

El robo del cadáver

El 23 de abril de 1946 un grupo de fascistas robó el cadáver, lo cual no fue sino el inicio de un deambular macabro, pues no sabían qué destino darle. Se llegó a decir que lo habían ocultado en una isla del lago suizo de Lugano.

El 7 de mayo uno de los ladrones, Domenico Leccisi, entregó el cuerpo, metido en una caja diminuta (en los traslados se perdieron varios dedos y otros fragmentos), al padre Parini, del convento milanés de Sant Angelo. El sacerdote informó al arzobispo de Milán, cardenal Ildefonso Schuster –que había ejercido de enlace entre el dictador y la resistencia para una rendición del primero en la primavera de 1945–, y éste al Gobierno. La Iglesia y las autoridades del país –que aún discutía la forma de Estado, si república o monarquía– decidieron esconder el cadáver en el convento capuchino de Cerro Maggiore, cerca de Legnano. El superior lo ocultó primero bajo un altar y luego, a causa del mal olor, en un armario.

Allí permaneció hasta 1957, cuando el Gobierno consideró que había llegado el momento de devolver los restos a la viuda. Desde entonces descansan en el cementerio de San Casiano, en Predappio (Emilia-Romagna), el pueblo en que nació Mussolini en 1883.

Curiosamente, las autoridades municipales han convertido el recuerdo del Duce en una atracción turística para el pequeño pueblo, de poco más de 6.000 habitantes.

Clara Petacci, con su familia

El cuerpo de Clara Petacci, la mujer que siguió voluntariamente a Mussolini hasta la muerte, fue exhumado en 1947. Buscaban joyas y dieron con un brillante y un rosario de gran valor. Después, los restos se cambiaron de lugar en el mismo cementerio y sobre la tumba se puso un nombre ficticio: Rita Coifosco. Sin embargo, el secreto pronto dejó de serlo y empezaron a aparecer flores frescas sobre la tumba.

En los años siguientes, la hermana de Clara, Myriam, pidió varias veces que se le permitiese trasladar el cuerpo al panteón familiar, en Roma. En 1956 el ministro del Interior le concedió el permiso con la condición de que no hubiese publicidad.

(Otro cadáver célebre que no encontró el descanso hasta décadas después de que su alma lo abandonase fue el de Evita Perón. Fue secuestrado y enterrado en secreto por una dictadura militar y devuelto a su marido por otra. Juan Domingo Perón lo tuvo consigo en su casa de Madrid hasta que regresó a Argentina).

Como dijo Silvio Berlusconi cuando le comunicaron el linchamiento de Gadafi, Sic transit gloria mundi. Y así ha sido desde el comienzo de los tiempos.

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