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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Sobre Aguilar, Vidal y otros meritorios

Hay una forma de cambiar de opinión que nada tiene que ver con la búsqueda de lo que es, o podría ser, la verdad ni la voluntad, contra viento y marea, de afirmar su individualidad, sus propios criterios, forjados con el paso de los años, a través de la experiencia, y analizando la evolución del mundo. Pero también se da el caso, en realidad mucho más frecuente, de los que cambian un conformismo por otro, incluso de signo contrario, pero que resulta más rentable.

Desde luego, me imagino que debe resultar difícil, y hasta doloroso, a veces ser, o haber sido, del Opus Dei. Considerar que haber colaborado en el vespertino Madrid constituye la más importante, tal vez la única, acción de resistencia antifranquista; cenar todas las semanas con Javier Pradera; haber dirigido dos periódicos y haberlos conducido casi a la ruina, en el caso de Diario 16, y a la ruina total en el de El Sol; almorzar todas las semanas con Javier Pradera y terminar por ahora como columnista en El País lógicamente crea traumas. Desde su columna semanal, Miguel Ángel Aguilar demuestra un conformismo absoluto con la línea política de su diario. No sé si recibe órdenes del profesor Moriarty o si lo tiene todo bien interiorizado. No sé si le dicen: arremete contra Aznar y el chapapote, y ¡zas!; arremete contra los USA y sus amenazas de guerra contra Irak y ¡zas!, otra columna. Y así siempre. Conformismo perfecto. Pretende entonces singularizarse en la forma, y no me refiero claro a su odio a Pedro Jota, que es la norma en la casa, aunque el suyo sea más violento, si cabe, sino en su estilo. Y desde luego, no escribe con el estilo “informe al Comité central” de su amigo Pradera, le gusta citar a escritores que considera poco conocidos para hacer gala de sus lecturas. Es así como hace pocas semanas, y siempre en el marco de su campaña antiyanqui, cita nada menos que a Rafael Sánchez Ferlosio como si fuera un experto en política internacional cuando en ese sentido es una calamidad. Como bien dice Rafael Sánchez Ferlosio, a Bush no le importa lo que encuentren o dejen de encontrar los inspectores de la ONU porque de todas formas quiere la guerra. Un pensamiento tan profundo no se encuentra en las cestas de papeles de todas las agencias de prensa.

Otro “opusdeísta” que escribe en El País es Pepin Vidal (ahora que está bien enchufado en la alta burocracia europea firma José Vidal-Beneyto). Recuerdo que cuando José Infante publicó en 1970 su libro contra el Opus Dei, en Ruedo Ibérico, en París hubo un enfrentamiento entre el autor y su editor, Pepe Martínez, porque Jesús había puesto el nombre de Pepín Vidal en la lista de personalidades del Opus Dei que figuraba al final de su libro. Martínez se negaba, porque Vidal ayudaba financieramente a su editorial, no sé si con dinero propio o si había encontrado dinero ajeno, el caso es que Martínez borró el nombre de Vidal de la lista y Jesús y Pepe se enfadaron para siempre. Diré de paso que yo ya no leo los artículos de Vidal-Beneyto en El País porque son peores que los de Ignacio Ramonet, lo que es mucho decir, y me aburren. Conste que yo nunca estuve de acuerdo con la visión tremebunda que del Opus Dei tenía Infante. Ese complot permanente, católico-integrista-fascista-capitalista, me parecía absurdo. Yo no siento ni pizca de atracción por el Opus Dei, mi camino es radicalmente diferente, pero intento ser objetivo y a veces lo logro.

Ya que he citado al vespertino Madrid, recordaré, para las nuevas generaciones, que su patrón, Rafael Calvo Serer, también era del Opus y su periódico fue cerrado definitivamente, no como Cambio 16 o Triunfo, que fueron suspendidos momentáneamente. Suspensión que bien hubiera podido conducirles a la quiebra definitiva si la Cuba castrista no hubiese subvencionado Triunfo y si una red de solidaridad y amistad no hubiera ayudado a Cambio 16 a superar el bache. No es lo mismo.

Además, cuando al principio de los sesenta el llamado “Gobierno de los López”, o “Gobierno del Opus”, rompió con la política autárquica del franquismo y tomó una serie de medidas —positivas, claro— en el marco de la dictadura, aquello produjo lo que en el extranjero se calificó de “boom” económico español. A este respecto voy a revelar algo poco conocido o totalmente desconocido: cuando el “Gobierno de los López” decidió el cambio de la política económica y abrirse al mundo, envió a una delegación (la defino así porque he olvidado los nombres de los presentes) a entrevistarse en París con la OCDE. Resulta que entre los economistas de esta organización, estaba mi difunto amigo Cornelius Castoriadis. Bastantes años más tarde, me contó dichas negociaciones, o conversaciones, y las resumió diciendo: “Han realizado prácticamente todo lo que les habíamos aconsejado”. O sea, ruptura con la autarquía, apertura a los capitales extranjeros, y otras medidas que suelen calificarse de “liberales”, aunque yo no, o sólo con comillas. Comillas aparte, tuvieron buenos resultados.

Pero eso no quita que me hizo, y me hace, recordándolo ahora, una gracia infinita imaginar al ultraizquierdista “Corneille” (como le llamaban sus amigos), discutiendo sesuda y eficazmente con los delegados del Gobierno franquista, alguno puede suponerse que del Opus, las medidas necesarias para sacar la economía española de su estancamiento.

No recuerdo qué famoso político francés, tal vez Clemenceau, declaró a principios del siglo XX: “Sólo los imbéciles no cambian de opinión a lo largo de su vida”. Si fue Clemenceau, evidentemente, se autojustificaba, ya que cambió de opinión muchas veces, como tantos, como yo, pero hay una forma de cambiar de opinión que nada tiene que ver con la búsqueda de lo que es, o podría ser, la verdad ni la voluntad contra viento y marea, de afirmar su individualidad, sus propios criterios, forjados con el paso de los años, a través de la experiencia, y analizando la evolución del mundo. Pero también se da el caso, en realidad mucho más frecuente, de los que cambian un conformismo por otro, incluso de signo contrario, pero que resulta más rentable, y como el Opus Dei sigue teniendo mala fama en ciertos sectores, los hay que piensan que hay que hacer méritos, para que no se sepa, o se olvide, o se perdone ese pecado original. Desgraciadamente, para estos oportunistas, resulta que muchas veces esos méritos son peores que el pecado.

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